martes, junio 29, 2004

UN DÍA MÁS

Bueno, pues aquí me tenéis, un día más, sin tener nada especial que contar. El mal clima remite, aunque sigue haciendo bastante viento. Supongo que es cosa de Brighton, el hacer viento constantemente, pero no me había resultado engorroso hasta lo de querer usar la bici para ir a todas partes.

Mi humor anda como el clima, revuelto, indeciso. La perspectiva de quedarme sola en Valinor en breve me descorazona. Pero debo hacerlo. Debo quedarme hasta que mi inglés sea de verdad bueno y competitivo a la hora de volver a España. Debo quedarme hasta lograr cierta experiencia como maestra. Mejor no pensar en ello demasiado y dejárme llevar como las algas arrancadas del fondo marino por las olas en la superficie del mar.

Pero...¿y si no encuentro trabajo de maestra para el curso que viene? Porque podría ocurrir, no nos engañemos... Entonces, ¿qué hago?

No lo sé. Creo que no quiero pensar en ello aún. El verano se extiende ante mí y bastante hay con que el cielo esté nublado, como para que vaya también a nublarme yo. Ya pensaré que hago cuando el momento llegue, si es que llega.

Zirbêth

viernes, junio 25, 2004

CLIMA ACIAGO

El mal tiempo parece que remite. Hace un rato he salido a la puerta y la temperatura ha subido y el sol, aunque tímidamente, muestra su faz plateada (sí, sí, plateada, no olvidemos que esto es Valinor) entre unas nubes perezosas. El Calvo se ha ido a trabajar y otra vez me he quedado sola. Vacaciones con mal tiempo, es decir, que me he pasado la semana leyendo y escribiendo, viendo alguna peli y de cháchara.

Pero no puedo más. Ya van más de 48 horas metida entre estas cuatro paredes. Necesito aire fresco, luz en mi piel, sudar en la bici y alimentar mi imaginación un rato de la vida de quienes me rodean. O, al menos, de paisajes y brisas que corren más allá de estás cortinas. Y Bruka me ha dicho, picarón, "Salgo a las dos". Recogeré el guante, a ver si nos aventuramos sobre las ruedas de nuestros corceles más allá de donde nuestra imaginación alcance.

¿Sabes, Enano? Lo que sugeríste el otro día de ir con mi bici por los pueblos ingleses me resulta de lo más tentador. De pequeña, aparte de de bombero, astronauta, San-do-khan y superman, siempre quise ser trotamundos. A ver que opina mi sacro al respecto.

Zirbêth, inquieta.

jueves, junio 24, 2004

ESCRIBIR

Hace unos meses, en pleno mariposeo en el estómago por la cercanía de la última Estelcon (por cierto, ¿alguien sabe para cuando es la próxima?), hablaba con Bruka sobre mi frustración por no ser capaz de escribir nada ambientado en la Tierra Media. Y justo unos días más tarde, leyendo los Cuentos Inconclusos, la inspiración hizo acto de presencia y me regaló un hermoso cuento. Me senté inmediatamente a escribir.

No os hacéis una idea de la excitación que sentí, la alegría. En cuanto Bruka volvió aquella noche, se lo conté, resumido, sí, pero creo que lleno de la magia que emanaba en mi imaginación. Tal era mi alegría, que a la mañana siguiente se lo conté a un compañero de trabajo español que, pobrecito él, ni usa leer ni mucho menos entiende de Ilúvatar y su progenie. Más tarde, ese mismo día, se lo conté a una amiga y, unos días después, ya eran aproximadamente diez las personas que sabían de él.

No debí haberlo hecho. Ahora, el cuento ha perdido su fuerza en mi imaginación. No debí contárselo a nadie hasta poder leérselo en vez de relatárselo. Cada día se aprende algo.

De todas formas, sigue ahí, y algún día retomaré la última frase que dejé a medias y os lo leeré a todos en una reunión.

Seré mendruga.

Zirbêth.

MIS DOS ESCRITORES FAVORITOS (CREO) II. NABOKOV

Este escritor, sin embargo, no me ha marcado. Al menos, no en el sentido que lo ha hecho Tolkien. Es un virtuoso de la metáfora, utiliza el lenguaje de manera espectacular e intrincada. Algunos me miraréis mal, pero creo que es mejor escritor que Tolkien. Sin embargo, su marco literario es tan distinto, tan lejano, diría que opuestos. El uno es creador de mitología, el otro desmitifica todo lo que toca. El uno nos transporta en brazos de la fantasía al territorio de los valores más tradicionalmente cristianos, el otro se ríe irreverente de esos mismo valores y nos sumerge en la vulgaridad más gloriosa, regodeándose en situaciones y personajes totalmente perdidos en la inmoralidad y la pasión. El primero es la más pura leyenda , el segundo, la tragicomedia más compleja.

No, decididamente, no son seres muy compatibles, Tolkien y Nabokov. Y sin embargo, como disfruto con ambos. Y sin embargo quizás sí tienen algo en común. Hoy, curioseando en la red, me he topado con esto.

Delineaba pensativamente la sombra circular y temblorosa del tintero. En una lejana habitación un reloj dio la hora mientras yo, soñador que soy, imaginaba que alguien llamaba a la puerta, suavemente al principio, luego más y más fuerte. Llamó doce veces y se detuvo, expectante.
-Sí, aquí estoy, pase...
El pomo de la puerta crujió con timidez, la llama de la vela a medio consumir se agitó y de un salto oblicuo él abandonó un rectángulo de sombra, encorvado, gris, cubierto por el polen de la noche fría y estrellada.
Conocía su rostro -¡oh, hacía tanto que lo conocía!
Su ojo derecho aún se hallaba hundido en la penumbra; el izquierdo me estudiaba con temor, alargado, de un verde nuboso. La pupila brillaba como un destello de herrumbre... Ese mechón de un gris musgoso en su sien, la ceja plateada apenas perceptible, la cómica arruga cerca de su boca lampiña -¡de qué manera todo esto hostigaba e inquietaba vagamente a mi memoria!
Me levanté. Él avanzó un paso.
Su pequeño abrigo raído parecía tener mal los botones -del lado femenino. Llevaba en la mano una gorra -no, un bulto oscuro, pobremente atado, y no había rastro de gorra alguna...
Sí, claro que lo conocía -quizá incluso le había tenido cariño, sólo que no podía ubicar el dónde y el cuándo de nuestros encuentros. Y debíamos habernos encontrado a menudo, de otro modo no tendría un recuerdo tan nítido de esos labios de arándano, esas orejas puntiagudas, esa grácil nuez de Adán...
Con un susurro de bienvenida estreché su mano ligera, helada, y rocé el respaldo de un sillón ajado. El se retrepó como un cuervo en un tocón y empezó a hablar apresuradamente.
-Da mucho miedo la calle. Así que vine. Vine a visitarte. ¿Me reconoces? Solíamos retozar juntos y gritamos días enteros. Allá en la vieja patria. ¿Vas a decirme que lo olvidaste?
Su voz literalmente me cegó. Me sentí deslumbrado y aturdido -recordé la felicidad, la sonora, eterna, irremplazable felicidad...
No, no puede ser: estoy solo... Es un absurdo delirio. Y sin embargo había en efecto alguien sentado junto a mí, huesudo e improbable, con espigadas botitas alemanas, y su voz tintineaba, crepitaba -áurea, de un verde exquisito, familiar- pese a que las palabras eran tan sencillas, tan humanas...
-Allí está -te acuerdas. Sí, soy un antiguo Elfo del Bosque, un duende malicioso. Y aquí estoy, obligado a huir como todos los demás.
Soltó un profundo suspiro y de nuevo imaginé nimbos hinchados, soberbias ondulaciones frondosas, límpidos destellos de abedules como chorros de espuma de mar contra un murmullo melódico, perpetuo... El se inclinó hacia mí y me miró con dulzura a los ojos.
-¿Recuerdas nuestro bosque, abetos negros, blancos abedules? La pena fue insoportable -veía a mis queridos árboles crujiendo y cayendo, ¿y qué podía hacer? Me empujaron a las ciénagas, lloré y aullé, bramé como animal, luego me fui veloz a un pinar vecino.
"Ahí languidecí, no dejaba de sollozar. Apenas me había acostumbrado cuando de golpe ya no había pinos, sólo cenizas azules. Tuve que vagar un poco más. Di con un bosque -un magnífico bosque, denso, oscuro, fresco. Aun así, de alguna forma no era lo mismo. En los viejos tiempos retozaba del alba al ocaso, silbaba apasionadamente, aplaudía, asustaba a los paseantes. Acuérdate de ti -te perdiste una vez en un sombrío rincón de mi bosque, tú y un pequeño vestido blanco, y yo obstruía las veredas, hacía rodar troncos, titilaba en el follaje. Me pasé la noche entera haciendo travesuras. Pero sólo jugaba, todo era en broma, por mas que me denigren. Ahora me he calmado, mi nuevo hogar era incómodo. Día y noche extrañas cosas crujían a mi alrededor. Al principio creí que otro elfo acechaba allí; le grité, luego escuché. Algo chasqueaba, algo gruñía... Pero no, no eran los ruidos que nosotros hacemos. Una vez, hacia el anochecer, brinqué a un claro, ¿y qué es lo que veo? Gente tendida, algunos de espaldas, otros bocabajo. Bueno, pensé, los despertaré, ¡haré que se muevan! Y puse manos a la obra, sacudí ramas, arrojé piñas, salté, rugí... Me afané durante una hora en vano. Entonces miré con mayor atención y me estremecí. Aquí está un hombre con la cabeza colgando de un frágil hilo escarlata, allá uno con una pila de gruesos gusanos por estómago... No lo pude aguantar. Solté un aullido, brinqué en el aire y huí...
"Vagué mucho tiempo por distintos bosques, pero no podía hallar la paz. O era silencio, desolación, tedio mortal, o un horror que es mejor no imaginar. Por fin me decidí y me transformé en un mendigo, un pordiosero con alforja, y me fui para siempre: Rus', adieu! Un espíritu afín, un Duende del Agua, me ayudó. El pobre también huía. No dejaba de admirarse, de decir: ¡qué tiempos nos han tocado, una auténtica desgracia! Y aunque en otra época se había divertido y solía atraer a la gente con señuelos (¡qué hospitalidad la suya!), ¡cómo la mimaba y consentía en el fondo del dorado río, con qué canciones la embrujaba en recompensa! Ahora, dice, sólo pasan flotando hombres muertos, por montones, en grandes cantidades, y la humedad del río es como sangre, espesa, cálida, viscosa, y no hay nada que se pueda respirar... Y así me llevó con él.
"Se fue a errar por algún mar remoto y me desembarcó en una costa brumosa -anda, hermano, ve y encuentra algún follaje cordial. Pero no encontré nada y acabé en esta extraña, atroz ciudad de piedra. Y así me volví humano, con todo y cuellos perfectamente almidonados y botitas, e incluso he aprendido el habla humana...
Calló. Sus ojos brillaron como hojas húmedas; tenía los brazos cruzados y, a la trémula luz de la vela consumida, unas pálidas hebras peinadas hacia la izquierda relumbraron de un modo inquietante.
-Sé que también sufres-fulguró nuevamente su voz-, pero tu sufrimiento, comparado con el mío, mi tempestuoso, turbio sufrimiento, es sólo la respiración pausada del que duerme. Piénsalo: no queda nadie de nuestra tribu en Rus'. Algunos nos alejamos como jirones de niebla, otros se dispersaron por el mundo. Nuestros ríos son melancolía, ninguna mano intranquila esparce los rayos de la luna. Quietas están las huérfanas campánulas que por azar permanecen intactas, el gusli de un deslavado azul que alguna vez mi rival, el Duende de los Campos, empleó en sus canciones. Bañado en lágrimas, el tosco y afable espíritu doméstico ha abandonado tu hogar en deshonra, humillado, y se han marchitado los bosques, su patética luz, su mágica sombra...
"¡Nosotros, Rus', fuimos tu inspiración, tu insondable belleza, tu encanto perenne ! Y todos nos hemos ido, echados por un inspector enfermo.
"Amigo mío, pronto he de morir, dime algo, dime que amas a este espectro desamparado, siéntate más cerca, dame tu mano...
La vela parpadeó y se extinguió. Fríos dedos acariciaron mi palma. Repicó la conocida carcajada de la melancolía para luego callar.
Cuando encendí la luz no había nadie en el sillón... ¡Nadie!... En la habitación quedaba sólo una fragancia inusitadamente sutil: abedul, húmedo musgo...

(Vladimir Nabokov, "El Duende de la Madera", traducción de Mauricio Montiel Figueiras.)


El mundo nos ofrece tanta riqueza, que quizá mañana hable de otros escritores y los llame, también, mis favoritos. Pero los mundos que ellos aportan me parecen, de algún modo, absolutamente reales. Reales y necesarios.

Zirbêth.

MIS DOS ESCRITORES FAVORITOS (CREO) I. TOLKIEN

Algunos podréis estar preguntándoos por qué en este blog, principalmente dedicado a las palabras (las buenas, las malas, las profesionales, las mías), no he mencionado aún a ese escritor que, de un tiempo a esta parte, está firmemente asentado en mi sendero, de tal forma que es difícil discernir si mis pasos le arrastran conmigo o si es él quien marca el camino ante mis pies. Coincido con vosotros: es curioso que aún no le haya mencionado nunca. Quizá siento que he de hacerlo de un modo especial, en un momento significativo y precioso. Es cierto, no valdría cualquier momento. Ni siquiera sé si este es ese momento. El momento adecuado.

¿Pero cómo retrasarlo más, cuando sus palabras, desde hace muchos años, pero más concretamente en los tres más recientes, de algún modo han logrado determinar y anclar mis emociones a esta tierra real e imaginaria a un tiempo que existe, como una red espiritual más que como algo sólido, entre mi corazón y el de muchos de vosotros?

Gracias a él, os encontré a vosotros. Siempre le estaré en deuda. Y gracias a vosotros, en parte, he descubierto quien soy, y que estaba oculta en mí misma, escondida a mis propios ojos más que a ningunos otros. Me soñaba así, muchas veces, pero no conseguía verme. Sin embargo, como si esas palabras os concedieran un don maravilloso, vosotros me visteis. Y así, entre vosotros, me fui revelada. La persona que soy ahora se parece más a la que de verdad era que a la que parecía ser. Aunque a veces tengo recaídas.

Me gusta quien soy cuando me miro a través de vuestros ojos, y no sólo porque necesite gafas. Cuando estoy con vosotros, quiero ser más y más esa persona.

Pero volvamos a las palabras y, con ellas, a uno de sus maestros. O mago, como alguien le ha llamado. Mago de las palabras.

All that is gold does not glitter,
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does nor whiter,
Deep roots are not reached by the frost.
From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be blade that was broken,
The crownless again shall be king.

(J.R.R. Tolkien, "The Lord of the Rings", "The fellowship of the ring", Chapter X "Strider", George Allen & Unwin 1954.)

No todo lo que es de oro reluce,
ni toda la gente errante está perdida;
a las raíces profundas no llega la escarcha;
el viejo vigoroso no se marchita.
De las cenizas subira un fuego,
y una luz asomará en las sombras;
el descoronado será rey de nuevo,
forjarán otra vez la espada rota.

(J.R.R. Tolkien, "El Señor de los Anillos", "La compañía del anillo", Capítulo 10 "Trancos", traducción de Luis Doménech, Ediciones Minotauro.)


He escogido los versos de esta profecía porque resumen muy bien lo que este autor y su obra representan para mí: lo que hay más allá de las apariencias, la esperanza más allá de la desesperación, la belleza y la fuerza de lo que parece perdido, la salvación en lo que menos se espera. De todos modos, mis palabras no expresan adecuadamente lo que siento. Por él y gracias a él (aunque no sólo por él y gracias a él).

Zirbêth

miércoles, junio 23, 2004

LA CANCIÓN DEL PIRATA

Cuando trabajaba en la tienda de deportes, sobre todo cuando mi principal labor consistía en ordenar la ropa que los clientes desordenaban, había días en que, tras seis o siete horas haciendo lo mismo, mareada empezaba a pensar que me volvería loca. En momentos como esos era cuando a mi cabeza acudían canciones de la Sociedad y, a veces, este poema.

La Canción del Pirata

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
José de Espronceda


Me viene a la memoria porque, cuando de pequeña hacía Judo, mi sensei, si querías conseguir subir de cinturón, además de comprobar si sabías ejecutar con precisión las llaves, caídas y demás, nos exigía aprendernos de memoria tablas de multiplicar, poemas y fórmulas, dependiendo de la edad que tuviéramos. Le llamabamos Paco Fú.

Hasta luego,

Zirbêth

DESMAYARSE, DE LOPE DE VEGA

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño:

creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es amor! quien lo probó lo sabe.

FRANZ KAFKA Y LAS SIRENAS

The Sirens

These are the seductive voices of the night; the Sirens, too, sang that way. It would be doing them an injustice to think that they wanted to seduce; they knew they had claws and sterile wombs, and they lamented this aloud. They could not help it if their laments sounded so beautiful.
(by Franz Kafka)

Las Sirenas

Estas son las seductoras voces de la noche; las Sirenas, también, cantan de ese modo. Sería cometer una injusticia con ellas pensar que quieren seducir; saben que tienen garras y vientres estériles, y lo lamentan a viva voz. No podían evitar que sus lamentos sonasen tan hermosos. (La traducción es mía.)



El Silencio de las Sirenas

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:
Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

Franz Kafka

domingo, junio 20, 2004

VICIOS ANCESTRALES

Por ejemplo, exagerar como una loca, vicio adquirido durante mis años de existencia y algo así como vida en Andalucía. Tengo vicios poco comunes y otros de lo más vulgares. Por ejemplo, entre los más vulgares está el pasarme un día entero tumbada en la cama viendo películas que, para colmo, ya he visto docenas de veces. Ahora mismo, si pudiera, me vería todas las de Star Wars seguidas sin interrupción más que para ir a por reservas de helado y demás guarradas engordantes de comer.

Es que tengo el día "libre" y hace muy mal tiempo para la excursión en bici que tenía en mente.

Otro vicio ancestral, despertarme muy temprano para un día libre y pasarlo leyendo hasta que es demasiado tarde incluso para un día libre. Bueno, al menos de eso se trata, pero cierta persona parece tener un detector de lectura y, basta que toque el libro o comic, para que él empiece a quejarse de que no le dejo dormir, no le pongo el vídeo de Yoda Cola, no le doy de desayunar, no le llevo al baño en brazos o la majadería que se le ocurra. Jombres.

Otro más: usar al escribir lo que sin duda la mayoría pensará es una cantidad exagerada e innecesaria, un derroche, vamos, de palabras, especialmente de adjetivos. Eso, por no hablar de las comas. Me encantan las comas. Hola, me llamo Zirbêth y soy adicta a las comas. No hace falta más que darse un paseo por estas páginas para darse cuenta de que lo que digo lo podría decir en la mitad de espacio, por lo menos. Y que con la mitad de las comas que distribuyo en mis escritos, se solucionarían los problemas de erratas de muchas editoriales y periódicos. En fin, me ha dado por ahí y no por fumar. Al fin y al cabo, usar las palabras es privilegio de la raza humana, por no mencionar que gratis. Voy a dejarlo, que ya se me está viendo el plumero otra vez.

Otro vício es el de adquirir un juego nuevo de ordenador y pasarte ese día lluvioso que impide irse de excursión jugando sin ir más que al baño, sin comer y sin casi pestañear. ¡Sí, Saruman! ¡He encontrado un juego que te mantiene pegada a la silla, el ratón y la pantalla con más efectividad incluso que el Héroes III! Tranquilo, ya lo llevaré en vacaciones para que lo cates.

Este blog es otro vicio, pero dado que llevo apenas un par de meses, no creo que sea catagolizable de ancestral. Dadme otro par de meses más.

Luego, hay otros muchos vicios ancestrales que no puedo practicar desde hace bastante, porque requieren estar en Númenor, rodeada de numenoreanos, a días escasos de un evento tipo Estelcon o rol en vivo y con un nivel de estrés sólo comparable al de ilusión y cachondeo.

Y también vicios ancestrales de los que, como soy una dama, no hablaré aquí.

Vamos, que soy una viciosa.

Zirbêth.

jueves, junio 17, 2004

MISERIAS DEL TRABAJO

Me aburro. Ya van tres días sin vender ni un solo ordenador. Te miran con cara de ansiedad cuando no vendes nada en una semana. Y lo que es peor, un ladrón de tiendas habitual está haciendo el agosto con nosotros, metiéndonos en líos con los jefes jefazos y haciéndonos parecer incompetentes o, lo que es peor, ladrones. Cómo me jode esta situación, de verdad. Las leyes en este país dicen que, a menos que pilles al ladrón con las manos en la masa, no puedes hacer nada. A lo más, prohibirle el paso en adelante. E incluso aunque sepas que ha robado y veas lo bultos sobresalir picudos debajo de la ropa, no puedes hacer nada.

Para mis flemáticos compañeros ingleses, esto parece ser nada, pero ayer, cuando me agaché y vi perfectamente sobresalir las tarjetas gráficas robadas debajo del abrigo del cabrón ese, y pese a ello no pudimos hacer nada, me puse furiosa. Y ya sábéis como me pongo cuando me enfado de verdad (los que me conocéis).

Lo peor de todo esto es que, de verdad, robar en la tienda es superfácil, y no sólo los accesorios expuestos como la tinta o las unidades ópticas, es fácil abrir la caja sin que nadie lo note y salir corriendo, porque está justo al lado de la puerta de salida y a veces no queda otra que dejar el frente de la tienda solo. Además, cualquiera puede ver desde la calle cual es el dispositivo manual para abrir la caja (una triste palanquita bajo la caja registradora y por la parte de la espalda, es decir, la parte que da a la calle) sin llevar a cabo ninguna transacción y controlar cual es el mejor momento para robar, puesto que pueden ver cuanto dinero se va metiendo y cuando no hay nadie vigilando. Así que, por tres días consecutivos, nos han robado accesorios o dinero, y hoy ha venido un jefe jefazo a hacernos preguntas e insistir en que tiene que ser alguien de dentro el que está robando de la tienda. Sinceramente, lo dudo mucho. Y me da igual que él afirme que en todos los años que lleva en la tienda nadie ha robado de la caja. Es absurda y ridículamente fácil entrar y llevarse dinero de la caja sin ser visto y, si no les ha pasado antes, es porque han tenido mucha suerte.

Estoy furiosa.

Zirbêth.

lunes, junio 14, 2004

EXCURSIÓN EN BICI

Como ya he dicho en algún otro post, ahora uso la bici para ir a todas partes. Bien, pues ayer la bici fue la culpable de tres cosas: de que no leyera nada de El Quijote en mi día libre, de que me hiciese un moratón en una teta que madre mía lo decorativo que resulta y que me lo pasase genial mientras maldecía las cuestas y los baches durante más de 12 millas.

Ayer hizo un día estupendo, calorcito, más sol que nubes y una brisa ligera que se convertía para mi oxidada musculatura en una ventolera desaforada cada vez que la carretera se inclinaba en algo más de diez grados. Arf. Bueno, pues aprovechando el día, nos cogimos las bicis, el Calvo la suya y yo esa cosa rosa que estoy usando ahora, que me queda pequeña, me destroza "salvasealaparte" y hace cosas graciosas como cambiar de marcha ella solita cuando le da el volunto (palabra que no encontraréis en el diccionario pero que forma parte de mi bagaje vocabularil andaluz) y decidimos (más o menos) irnos a un pueblo cercano a conocer nuevos paisajes. Nuestra primera escala, la Universidad. No, no es que fuésemos a la universidad, es que hasta allí era todo cuesta arriba y yo ya no estoy para esos trotes. Así que, antes de la última y más empinada pendiente, decidí terminar de echar los higadillos sin pedalear y me paré en el cesped aledaño al carril bici. El Calvo, paciente pero puñeterillo él, empezó a dar vueltas con su bici tratando de convencerme de que lo mejor era seguir sin parar o luego sería peor. Una, dos, tres, cinco, siete vueltas más tarde, cuando recuperé suficiente aliento para decirle que estaba sin aliento, él decidió celebrar esos primeros balbucéos míos cambiando el sentido de su circunfereciar alrededor de mí y a continuación se calló al suelo de lado, quedando tumbado sobre su costado exactamente en la misma postura que cuando tenía la considerablemente más digna posición vertical. Así no hay quien recupere el aliento decentemente. Afortunadamente, ambos reímos y no hubo que lamentar más que un raspón y un moratoncillo en la espinilla.

Un par de minutos más tarde, mientras el Calvo seguía quitándose hierbajos y pajitas de la ropa, yo me subí a la bici otra vez y, alzándome en toda mi estatura orgullosa sobre los pedales de la bici, empecé a pedalear con todas mis fuerzas, lo cual no es gran cosa, pero si lo suficiente para ir aumentando humildemente mi velocidad y subiendo la cuesta sudorosa pero feliz.

Feliz hasta que mi bicicleta decidió que la marcha era muy dura y se cambió ella sola de rueda y piñón, haciéndome caer sobre el manillar con la fortuna inmensa de parar el golpe con uno de los airbags. Que daño, Señor, que moratón, pero cómo me alegre de no haber ido a parar el golpe con la traque, la barbilla o alguna otra zona menos acolchada de mi cuerpo. Me acordé de todos los demonios y, tras asegurarme de que la cadena estaba más o menos donde debía estar, seguí la cuesta arriba.

Ya estábamos empatados.

El resto del camino hasta Lewes, que es como se llama el pueblo al que fuimos, fue bastante menos cansado, porque abundaban las ligeras cuestas abajo y casi todo el camino lo hicimos en la relativa seguridad de los carriles bici. Cuando llegamos, tras unos 45 minutos de pedaleo, debían ser cosa de las 3:30 de la tarde y dejamos las bicis a buen recaudo para darnos una vuelta. El Calvo ya había estado antes y me mostró un par de librerías de segunda mano, una de las cuales, vista desde fuera porque estaba cerrada, es una pasada. La casa es antigua, con paredes irregulares blancas y marcos de madera oscura en las ventanas. Como dice Bruka, estas casas tienen ese encanto de que nos parecen algo irreales, pues estamos acostumbradas a verlas en dibujos y películas, pero no en el día a día, y se alzan ante nosotros como salidas de sueños, y no hace falta mucho esfuerzo para imaginárselas encantadas y con grandes aventuras que ofrecer a quienes se internen en ellas. Esta es una de esas casa. Cuando nos asomamos por los cristales sucios, vimos que los lbros abarrotaban las oscuras habitaciones en estanterías que llegaban hasta el techo y parecían dividir los cuartos en habitaciones aún más pequeñas. Casi podía oler el papel viejo y el cuero desgastado de los libros.

Pero estaba cerrada, así que seguimos caminando y, tras pasar una iglesia con una de esas torres cual sombrero de Gandalf, llegamos al castillo medieval que hace famoso a este pueblo tranquilo y silencioso. No es un castillo muy grande y además no se conserva completo, pero es en verdad magnífico y precioso. Lo construyeron los normandos cuando invadieron, con éxito, Inglaterra. O mejor dicho, lo re-construyeron sobre la fortaleza previa, más pequeña y mucho menos resistente e impresionante a la vista. Y que fuese impresionante era lo que buscaban los normandos, pues lo construyeron como símbolo de dominación sobre la población autóctona. Está cubierto entero por enredaderas y flores (es lo que tiene la primavera), así que no se ve un sólo trozo de tierra desnuda. Cosas del clima inglés, que no pasa como en la mayor parte de España, que cavas una zanja y se queda marrón para el resto de sus días (como dice un amigo del Calvo).

La otra cosa genial del castillo es que, en la primera sala en la que entras, te encuentras con un perchero lleno de ropas medievales y accesorios para que te los pongas si te apetece. Olvidé llevar la cámara, pero volveré otro día con ella y ya os enseñaré las fotos.

Después del castillo, nos vimos el museo, que parece especialmente dedicado a niños y nos pareció que debían de haber tenido algún tipo de programa de exposiciones para colegios, porque en cada vitrina había un objeto desconcertante y obviamente actual, siempre con una leyenda explicativa sobre que se supone que era y para que servía, probablemente incluídos como un modo de probar la capacidad de los niños para distinguir objetos del presente y del pasado. Por ejemplo, en una vitrina con utensilios y herramientas primitivos, habían metido una de esas máquinas para cortar, pulir, agujerear, etc., madera, absolútamente moderna y en cuya leyenda se podía leer que los hombres prehistóricos usaban muchas herramientas para la construcción de sus viviendas y armas como la allí expuesta. Era bastante gracioso, aunque así leído puede que os haya hecho bostezar.

Cuando terminamos con el museo, nos fuimos a buscar algo de comer, tras lo cual, junto con una breve siesta para hacer la digestión tumbado en un banco mientras yo leía, el Calvo propuso volver.

Madre mía, casi reviento. Ahora el camino era ligeramente inclinado casi todo el tiempo, y con el viento en contra (viento, eso era viento, y no brisa como se empeña en decir Bruka). Me paré un par de veces, porque estaba más roja que mejillón en escabeche y, además, el sillín y los baches me tenían la concusilla destrozada. Al final logré volver a casa, sudando a espuertas, dolorida, machacada y protestando continuamente, pero orgullosa de, tras menos de una semana usando la bici para ir "al cole", hubiese ido y vuelto en excursión a un pueblo a más de 12 millas de distancia.

Si fui capaz de eso con aquella mierda de bici, ¿qué no haré ahora con mi megabólido de propulsión a pedal con amortiguación especial para salvaguardar la delicada condición de mi malogrado trasero?

Besitos a todos,

Zirbêth.

Pd/La cantidad de millas es una exageración, debieron ser, en total, como unas 12. Pero os juro por mis siete hijos pelones que las viví como narro arriba.

MI CUENTO

Capítulo II. Desde la ventana (continuación).

Martin venía andando cabizbajo por la calle. Visto desde lejos, cualquiera diría que estaba deprimido o tratando de ocultar su cara a aquellos con quienes se cruzaba. En realidad iba mirando al suelo con un objetivo bien claro: evitar pisar a los pequeños animales que la lluvia había animado a salir de sus madrigueras a recorrer el mundo, sin saber que ese mundo estaba plagado de peligros, casi todos provenientes de la especie humana, para más señas. Así, a su andar cabizbajo había que añadir un modo un tanto sinuoso de caminar, dando rodeos y parándose a cada rato para mirar el suelo con vívido interés.

Probablemente fue debido a su modo de caminar que no vio a su compañero de piso hasta que casi había cerrado la puerta de la casa. En ese momento, a salvo de la posibilidad de incurrir en un asesinato por aplastamiento, levantó la cabeza y descubrió frente a él, pero al otro lado de la calle, a Zeta. ¿Qué podría estar hacienda allí, en cuclillas, en medio de la oscuridad?

Soltó la mochila y, silenciosamente, se le acercó por la espalda. Zeta seguía sin reaccionar, así que, como no aprovechar la ocasión hubiese sido un auténtico desperdicio, alargó la mano y le dijo “Hola”. Con gran satisfacción vio a su amigo pegar un repullo y, casi al mismo tiempo, caerse de culo en lo que, por el tono y pese a la falta de luz, tenía toda la pinta de ser una pringosa mancha de aceite. Celebró el acontecimiento con su característica risilla seca.

Zeta no se había enfadado, pero sostenía en alto una mano, al final de cuyos dedos había una hoja de papel.

-Ayúdame a levantarme y deja de reirte a mi costa- dijo mientras trataba de erguirse sin perder la hoja-. Por cierto, me debes veinte libras.

Fue esta última afirmación la que cortó la risa de Martin. Arrugando el entrecejo, le tendió la mano a su amigo y le ayudó a levantarse, tras lo cual entraron juntos en la casa y subieron las escaleras hasta los dormitorios. Zeta disfrutaba de la habitación que daba a la calle principal con sus grandes ventanas. El cuarto era bastante espacioso, pero Zeta lo tenía abarrotado hasta el punto de que cualquier intento de orden era misión imposible. Aparte de un armario, una cama doble y la mesa donde escribía en su ordenador, había allí una estantería plagada de libros que eran su orgullo y su alegría, varias mesitas de noche y muebles discordantes comprados en tiendas de segunda mano, cuando no cogidos de la basura directamente. Los muebles delineaban las paredes y contornos de la habitación sin dejar apenas algún centímetro entre ellos, y tan solo uno de ellos no tenía algún libro encima. Por lo demás, salvo por unos posters prerrafaelistas y unas cuantas fotos de sus amigos, las paredes estaban desnudas allá donde los muebles no alcanzaban. Junto a un gran espejo había desplegado un mapa de Inglaterra y otro de Europa, más pequeño, en los que había ido colocando banderitas de colores con números y letras. Martin había tratado muchas veces de establecer su signifcado en vano y sus intentos por sonsacarle alguna información a Zeta acerca del tema tampoco habían dado fruto.

Zeta entró en la habitación y Martin le siguió, soltó la mochila junto al armario y se dejó caer cuan largo era en la cama. Zeta dejó la atesorada hoja de papel sobre la mesa y se quitó los pantalones.

-Si la mancha no sale, y tiene pinta de no ir a salir, quiero unos pantalones exactos a estos. Ya te diré donde encontrarlos.

Martin emitió un bufido cansino. Con la cabeza apoyada en las manos y sin levantarse de la cama, se quitó los zapatos empujando con los piés, mientras veía pasar volando hasta el otro lado de la habitación lo pantalones pringados de grasa.

-¿Me vas a contar de una vez que hacías ahí en cuclillas y a dejar de quejarte como un viejo cascarrabias o qué?
-Estaba recogiendo una hoja de papel,- contestó Zeta lacónicamente- y ahora, por favor, saca esos zapatos apestosos de mi cuarto, junto con los pies que sueles llevar dentro. Ya había aireado la habitación.
-Me encanta cuando te pones cariñoso. Y ahora, desembucha.

Tras unos instantes de recogido silencio, Zeta respondió.

-Esta hoja- dijo cogiéndola triunfalmente y alzándola cual espada al cielo- me va a conducir hasta la mujer de mis sueños. O al menos hasta una que se le parece mucho.- Y continuó narrándole lo sucedido esa tarde hasta que él le hiciese caer sobre la mancha de aceite usado.
-¿Y cómo se supone que una hoja con, déjame ver, lo que parece una lista de bibliografía va a conducirte hasta esa dama?
-¡Ah, que poco observador eres! Esta hoja que, como bien apuntas, es parte de una bibliografía, tiene todo lo que necesito para encontrarla. Su nombre a pié de página.
-Ahá. Y suponiendo que consigas averiguar donde vive o estudia, ¿cómo dices que vas a conseguir acercarte a ella? La última vez que intentaste hablarle a una mujer pensamos que te estabas ahogando a causa del sonido estrangulado que salió de tu garganta.
-No me lo recuerdes, ¿quieres? No lo sé. No sé que haré llegado el momento. Por el momento me conformo con averiguar quien es, para lo cual, además de con la hoja, cuento con otra pista: nuestro vecino de enfrente.- Y diciendo esto señaló por la ventana a la vez que giraba la cabeza en dirección a la casa de la que había salido su, ejem, rival. Y en ese preciso instante, la puerta de la casa a la que señalaba se abrió y la figura de un hombre se dibujo a contraluz. Un momento después, se dirigía caminando hacia un coche aparcado unos metros más allá de la verja de la casa, abría el maletero y dejaba caer dentro el bulto que había estado cargando hasta ese momento.

Un bulto alargado, desigual y casi tan grande como él.



Zirbeth

jueves, junio 10, 2004

MARIA ENCARNASION FLORENSIA

Ese fue el nombre que le dio su padre adoptivo. La pobre criatura, apenas recien nacida, protagonizó una de esas tragedias truculentas que acaban marcándo la vida de sus protagonistas: la separaron de sus padres y jamás pudo volver a reunirse con ellos. Me gustaría poder decir que es este un caso aislado, pero la historia de la humanidad está plagada de crueldades de esa índole.

Pero volvamos a nuestra protagonista. Separada de sus padres al poco de ver su primer amanecer, fue llevada con otras desgraciadas como ella, hacinadas todas en lo que parecían unos tétricos y oscuros vagones, hasta un enorme edificio a las afueras de una ciudad y lo siguiente que supo es que estaba en un mercado para ser vendida como una vulgar mercancía a cualquiera que se fijase en ella. Junto a ella sólo había un cartón con su precio. Ni siquiera se habían molestado en ponerle un nombre.

Tampoco su compradora, una jovencita a todas luces insesible y caprichosa, se molestó en dárselo. Simplemente la llevó a su casa y la dejó allí, en un rincón, dándole lo justo para que sobreviviera y sin prestarle casi atención, sólo para mostrarla a sus invitados como quien enseña un nuevo cuadro o unas cortinas monas.
Así que no le extrañó mucho que al cabo de un tiempo su propietaria, como solía llamarla en sus pensamientos, desapareciese de repente con todas sus cosas, dejándola tan solo a ella atrás, sin siquiera una mirada de despedida.

María Encarnasión Florensia fue el nombre que le puso su rescatador, su héroe o, como a ella le gustaba llamarle en secreto, su papi. La recogió de la desvencijada habitación en que la encontró sumida en la tristeza y, al averiguar su penosa historia, decidió darle ese nombre, no sin cierto humor negro, como homenaje a las telenovelas sudamericanas.

Ahora, María Encarnasión Florensia vive en una casa grande y tiene su propia maceta con tierra especial para cactus situada junto a una ventana, y la riegan y la miman tan a menudo como es bueno para su cactil salud.

(María Encarnasión Florensia es un catus típico de desierto mexicano, de tres columnitas que crecen a ojos vistas y que, después de que una compañera de piso del Calvo se la dejará al abandonar la universidad, se mudó a vivir a mi casa. Os manda saludos, pero os recomiendo no ser muy efusivos, o ateneos a las pinchosas consecuencias.)

Besos,

Zirbeth

miércoles, junio 09, 2004

NOVEDAD EN EL BLOG

He añadido un apartado en mi blog que se llama Cuentos donde iré publicando relatos y otros escritos ya completos y revisados. Al principio, no incluiré el cuento que estoy escribiendo para el blog, aunque más adelante, y a fin de hacer su lectura más fácil para los recién llegados (tengo el segundo capítulo a medio escribir, es que ando escasa de tiempo), también lo incluiré.

De momento, sólo he publicado el relato "Un paseo por la playa", que está ya corregido y terminado (seguro que en próximas relecturas, o cuando Indil lo repase, hago algún pequeño cambio). Espero que lo disfrutéis y, si os apetece, podéis hacer alguna crítica o comentario. En cuanto tenga más cuentos, los publicaré (vale, ya "tengo" más cuentos, pero lleva algo de tiempo añadirlos), para cumplir uno de los propósitos que tengo al escribirlos y en este blog: que alguien me lea, aunque sólo sea por aburrimiento.

En fin, nos vemos por aquí,

Zirbeth

LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO

No, no estoy leyéndome ese conocido título, ni he visto la película. Es que he empezado otra vez a usar la bici, como parte de mi operación biquini, por un lado, y por el otro para ver si me ahorro el dinero del bus. Junto con la medida de beber mucha agua, ya son dos puntos de mi plan de adelgazamiento que estoy llevando a la práctica con éxito. El tercero, eliminar las guarrerías de la dieta, sigue en proceso de intento. La parte buena es que bebiendo tanta agua se me quita buena parte del hambre, así que, cuando cómo helados y demás, sólo es por gula y no suplen a la parte de la dieta alimenticia normal. No estoy muy segura de que sea una ventaja...

Pero volvamos a la bici. El clima inglés es, como sabéis o imagináis, nauseabundo, pero poco a poco te vas acostumbrando y se hace menos duro. Por ejemplo, al principio siempre que llovía llevaba el paraguas en un vano intento por evitar mojarme demasiado. Ahora, sólo uso capuchas y chubasqueros y, si no hace mucho frío, me mojo tranquilamente. Bueno, pues con la bici voy a tratar de hacer lo mismo: acostumbrarme a usarla empezando en verano y no dejarla salvo en casos de verdadero aguacero o hielo en la carretera. Quiero hacer ese mínimo de ejercicio, aunque sólo sea para seguir poder comiendo guarrerías sin engordar como un cerdito.

Así que nada. Armada de mi casco y las zapatillas de deporte, amén de ropa adecuada y sudable, me voy cada mañana al curro de esa guisa, me cambio al poco de llegar (sudo como un animal) y me embadurno en desodorante barato y aromatizante. Mi ropa de oficina la dejo en la tienda, cambiándola cuando es necesario lavarla, y al final del día me cambio otra vez y me voy a casa, o a donde se tercie. Todo esto, además, tiene la ventaja de que mis compañeros insisten menos en que me vaya de pubs al salir, aspecto este que me desagrada bastante, porque, al menos de momento, tengo vida propia y me gusta dedicarle al trabajo las horas propias del trabajo. Alguna vez, vale, voy y me tomo una cervezita, pero por sistema como hacen ellos, ni hablar.

Y para terminar una pequeña reflexión: que miedo dan los camiones y los buses.

Besitos,

Zirbeth

viernes, junio 04, 2004

MIGRAÑA

Ayer era mi día libre, pero me llamaron de la tienda: necesitaban que fuese. Así que, cuando conseguí despertarme, me duché y me fui, eso sí, en zapatillas de deporte, porque estoy de los zapatos hasta las narices. Menos de un mes he tardado en hartarme de ir con traje de chaqueta.

El caso es que, tal y como yo lo vi, en realidad no necesitaban a más gente. Tuvieron un día estupendo y vendieron ordenadores como rosquillas. Desgraciadamente, a la hora y poco de estar allí, me empezó a doler la cabeza. Me tomé un paracetamol, pero la cosa no resultó y, para una hora más tarde, me lloraban los ojos y sentía mi cerebro como un barco a la deriva que fuese chocando con rocas y arrecifes, encarnados en las paredes de mi craneo. Vamos, una experiencia poco divertida.

No me enteraba de nada, madre mía. Así que me fui a casa y me quedé como un tronco. Debían haber pasado unas tres horas largas cuando llegó el Calvo y, con cierto tonillo de reproche, me dijo: "¿Ya estás durmiendo?"*.

Por la mañana mi dolor de cabeza seguía tan intenso como la tarde anterior, así que llamé diciendo que no iba a currar. Pero me fuí a sacar el dinero del alquiler y a por agua (punto A de mi plan para perder el excedente de peso). Pero fracasé en lo de la pasta, porque aunque en mi balance dice que hay, la amable cajera me informó de que no se había hecho efectivo el cheque que ingresé una semana antes. Alguien debe de estar especulando con mi dinero. Cabrón. Así que, fracasado mi acto de buena voluntad, me compre un cubo de fregar, una mini tabla de planchar y un colador gigante. A ver si así me animo a dejar de ser el desastre de ser humano en que me he convertido en lo que a labores del hogar se refiere.

Sin embargo, en lo de ir a por agua tuve un notable éxito y ahora atesoro unos siete litros de agua bebible (la del grifo es infumable) entre los otros trastos dispersos en el suelo de mi habitación. En fin. Eso sí, fracasé de nuevo en el punto B de mi plan para perder el excedente de peso (eliminar dulces y grasas de la dieta), y me jamé un megahelado de pastel de queso y fresas, jo, que débil es la carne humana, y la mía también.

Luego, me acerqué a una tienda de segunda mano y me llevé algún que otro librillo a muy buen precio, entre ellos la edición de Tolkien de Sir Gawain and the Green Knight, para la biblioteca de Númenor, y una edición muy bonita en tres tomos de El Señor de los Anillos, en inglés (¿hay edición en inglés en la biblioteca? Si no la hay me pensaré si la dono, o la dejo en depósito...).

Lo siguiente que hice fue volverme a casa con varios kilos de congelados en un día bochornoso, sólo para descubrir que en algún momento me debía haber dejado las llaves de la casa en algún sitio de mi itinerario. Pero que no cunda el pánico, no perdí mi flamante llavero de Tolkien que atesoro desde la Estelcón de Uclés: me lo había dejado en el mostrador de la librería y, dado que ya me he llevado otras veces libros tolkinianos, se olieron que la despistada había sido yo.

El resto del día lo he pasado leyendo, quedándome dormida leyendo, demasiado rápido para mi gusto, despertándome atontolinada y limpiando la mugre del baño, en la que sospecho que ya se estaba desarrollando un modo de vida inteligente microscópico, porque ese modo de estructuras en el moho no me parecen producto del azar.

En fin, ya os he dado la brasa por hoy. A ver si mañana consigo sentarme un rato (ausencia del Calvo frente al ordenador para ver el vídeo de Yodaaa Cooolaaaa mediante), y continúo con el cuento, que ya sé que estáis impacientes.

En fin, nos vemos por aquí,

Zirbeth

*En el último año he desarrollado una habilidad pasmosa y pasmante para quedarme dormida en nanosegundos en las posturas más absurdas y dejando con la palabra en la boca a quien quiera que me esté hablando. A veces, luego hablo, pero suelo estar inconsciente y no resulto demasiado coherente.

Cada día me parezco más a mi madre. Que miedo.

ATRAPADA ENTRE VAMPIROS Y FANTASMAS

Que calor tengo. Tal vez sea cosa de estar metida de lleno en las tierras pantanosas y exhuberantes del norte de Louisiana, no lejos del Mississippi. Sí, lo admito, sigo embebida en la lectura de las crónicas vampíricas. Esta vez, el vampiro, además de ser vampiro, ve fantasmas y tiene su propio espíritu familiar. Aunque de momento sigue contando la parte de su vida en que era mortal.

¿Sabéis? Cuando Anne Rice (a la que, por cierto, bautizaron Howard, que mala idea, leñe) era aún pequeña, su madre se perdió en la bebida, siendo para ella y sus hermanas una verdadera tortura, hasta que, teniendo Anne sólo quince años, murió a causa de su alcoholismo. Debió ser una muerte lenta y muy dolorosa, no sólo para su madre, sino para toda su familia. Más adelante, se casó y tuvo una hija, que con apenas seis o siete años murió de leucemía, una muerte también larga y muy dolorosa, cuanto más por ser tan sólo una niña pequeña la víctima del cancer.

Así que, decididamente, no me extraña que escriba sobre vampiros y otros seres inmortales. De hecho, Entrevista con el Vampiro sólo era, cuando lo escribió, un relato corto de vampiros. Y fue tras la muerte de su hija que se convirtió en la novela que ahora conocemos. Claudia es su hija, sin duda alguna.

Cuando lees sus descripciones del dolor causado a sus personajes por la pérdida de algún ser querido, la intensidad de las emociones es casi devastadora. Sus vampiros son seres culpables que sienten intensamente cada momento y cada evento de su no vida, hasta a veces rayar lo absurdo. Pero tengo la impresión de que probablemente es así como debe sentirse cierto tipo de dolores y pérdidas. Y supongo que es por eso que cuando leo sus novelas siento a sus vampiros, fantasmas y demás seres de la magia tan cercanos a mí. El dolor está tan bien descrito que la intimidad con los sufrientes se hace, a veces, demasiado intensa. Por eso, supongo, a veces me parece que esos vampiros podrían existir y que todo es una gran broma, pues cómo sabéis la publicación de las novelas dentro del propio mundo de Anne Rice es viable por el escepticismo humano ante seres de ese cariz.

Hace poco ha perdido a su marido. Me pregunto que escribirá ahora.

Por si acaso tengo razón y algún vampiro está leyendo esto, por favor, si decides venir a por mí, dame tiempo para perder algo de peso y que mis uñas estén todas del mismo largo. Si me corto el pelo una vez vampirizada, ¿volverá a crecer de mi color natural, no? Um, vaya, porque siempre he querido ser pelirroja...

Zirbeth