jueves, octubre 26, 2006

A LO WOODY ALLEN

Hoy me he despertado más temprano de lo que viene siendo habitual y, claro, estoy sopa y algo deshubicada. Mi mañana suele empezar sobre las diez, y hoy me he despertado a las nueve. Tenía frío y pesadillas. Lo del frío se debe a que primero me dio mucho calor y, en algo que viene siendo ya costumbre pero que no deja de sorprenderme, me quité mi calentito pijama sin despertarme ni inmutarme, porque estaba sudando de calor. Y las pesadillas, bueno, son algo también bastante constante, aunque la temática varía algo de noche a noche.

Y puestos a despertarme tan pronto, ya me podría haber pasado ayer, que tenía que ir a Madrid a ver mi psicoanalista. Sí, sí, psicoanalista. Como Woody Allen. Igualito.

En este país eso de ir al psicólogo/psiquiatra/psicoanalista sigue estando, en el fondo, mal visto. Vale si eres de la jet o del famoseo, porque da carnaza para el chismorreo profesional. Pero para los ciudadanos de a pie, me temo, aún tiene más visos de estigma que de consulta al médico, que es lo que es y como debería ser considerado. Para mí, raya un poco en el ridículo: si te rompes una pierna y no puedes ir al curro, es de lo más normal, pero si el estrés de la vida diaria o de un suceso traumático concreto, por ejemplo, te llevan a la consulta del profesional de la mente, una de dos, o tienes mucho cuento, o es que eres un pirado y mejor tenerte lejos. El deprimido, en este país, es blanco de habladurías y de desmerecimiento. Y conste que no digo que no haya quienes usen la depresión, la ansiedad o el estrés al más puro estilo Lazarillo de Tormes, es decir, con el personal estilo español más conocido como picaresca y que está detrás de tantos casos de pensiones por invalidez, pelotazos rosas, enchufismos, estafas inmobiliarias, etc. España es el reino de la picaresca como Inglaterra lo es de los piratas, si ustedes me entienden.

Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que esas enfermedades, afecciones o como quieran llamarlas, son reales, muy reales y, en el modelo capitalista de sociedad en que vivimos, cada vez más comunes. Y son causantes, o están relacionados, con otras enfermedades muy graves como los infartos, las úlceras, la bulimia, la anorexia, etc., al igual que son desencadenantes de no pocos accidentes laborales y de tráfico, de fracasos matrimoniales, de drogodependencias, y un largo y triste etcétera.

Así que, como decía al principio, ojalá hubiese sido ayer cuando me hubiese despertado antes, porque así hubiese llegado a tiempo a la consulta, aunque debo decir que los diez minutos tarde también debo agradecérselos a unos cuantos cuasi-pasajeros del autobús. Se quedaron en tierra porque, en su afan de fumar hasta el último minuto, otros cuya prioridad era tener plaza en ese bus se quedaron con sus asientos, pese a haber sido los fumadores quienes compraron antes los billetes. Pequeña escaramuza con el conductor (los asientos no están numerados, así que o te subes, o esperas al siguiente bus) que, impotente, trataba de explicarles a los insurrectos que no, que no se puede ir sentado en las escaleras de atrás, ni de pie o sentado en el pasillo.

Así que, con esos diez minutos tarde, llegué a la consulta. Pensaba que iba a ser mi primera sesión de verdadero psicoanálisis, pues hasta el momento han sido consultas exploratorias para determinar exactamente el problema, o como las llama mi terapeuta, entrevistas. Pero no fue así. El divan ha de esperar a la semana que viene. Primero, tenía que explicarme el cómo y el porque del propio divan, cosa que me resultó de lo más interesante.

De manera que, en breve, podré sentirme como una estrella de cine y tumbarme a contar todo lo que me pase por la cabeza, sueños incluídos, y sé que, sin lugar a dudas, por la cantidad y detalle de mis sueños, voy a hacer las delicias de mi psicoanalista. ¡Muérete de envidia, Woody Allen!

Zirbêth.

martes, octubre 17, 2006

MADRID

Ayer, cenando, P. me preguntó "¿qué tal Madrid?", con gesto y voz de sorna. "Lejos, ¿eh?". Pues mirad, más que lejos, yo la encontré insoportable. Lejos no lo describe lo suficientemente bien. Estaba, más o menos, como por Ávila, se podría decir, si la fórmula de la velocidad tuviese, realmente, una proporcionalidad con el tiempo. Pero la física, como de costumbre, engaña. Madrid, ayer, me resultó desesperante. Falta de práctica, me dirán, los que cada día se enfrentan insensatamente con el coche al centro de la ciudad entre las seis y las nueve de la noche. Qué horror, qué espanto.

Pero, turistas en potencia, que esto no les desanime. Es que yo estoy hipersensible y percibo un bocadillo de calamares como una tragedia griega. Eso sí, si van sin prisas, a pie mejor, y si las tienen, pues en metro. El tráfico rodado en superficie déjenlo para los masoquistas.

Zirbêth, neurona sin glía.

miércoles, octubre 11, 2006

PARA SOBREVIVIR, HACE FALTA CONTAR HISTORIAS

Así sentencia el narrador del desventurado náufrago Roberto de la Grive en La isla del día de antes. Es decir, el escritor Umberto Eco. No es de extrañar que, durmiéndome arrullada por semejante frase, me halla pasado la noche imaginando palabras en forma de obra de teatro, que poco a poco se transformaba en un evento de varios días organizado por mi smial. Si les cuento, seguro que se estresan muuuucho. Menuda la liaba.

El caso es que, incluso en el entusiasmo de mi alter ego en el sueño, una parte de mi consciencia, resabiada de anteriores aventuras oníricas, ha empezado a conversar en paralelo con el centro de control de mandos, avisando preocupada de lo poco original de las ideas que estaba llevando a cabo en el otro plano del sueño. Sin embargo, las bambalinas han triunfado y, mientras una parte de mí refunfuñaba y trataba de sabotear mi estado de ensoñación por el taxativo método de despertarme (la muy ladina insistía en que ya era hora de levantarse), la otra seguía entusiasmada, cosiendo suntuosos escenarios con hilos de conversaciones, libros y castillos.

Creo, y seguro que mi psicoanalista alzaría una ceja ahora, que mis sueños de aventuras narradas en diferentes personas son tan habituales mientras duermo porque últimamente no escribo. Tengo el blog abandonado, y tampoco escribo otro tipo de historias. En parte se debe, claro está, a que mi ordenador sigue roto, y me cuesta mucho concentrarme y hallar creatividad en ordenador ajeno, con gente alrededor, etc. A que hasta este domingo no he terminado con la mudanza. A que, en contra de lo que mucha gente cree, el estar deprimido no es fuente de inspiración, sino todo lo contrario. Aunque ya estoy mejorando, en buena parte, supongo, por el estar en esta casa donde se me cuida y donde, al menos durante unas semanas, no estoy trabajando y puedo recuperarme sin el estrés y el agobio de pagar un alquiler. Aunque espero que sea por poco tiempo.

Así que, con casi todas mis cosas en un trastero de seis metros cuadrados, empezando en un gimnasio para ver si recuperando la salud física ayudo a la mental a mejorar también, reordenando y redecorando mi vida en tantos sentidos, acostumbrándome a una cama de noventa centímetros en lugar de los ciento cuarenta de mi antigua cama (y casi cayéndome ya un par de veces), disfrutando de comidas caseras bien hechas, esperando a que me llamen de interina y temiendo a dónde puedan mandarme... Así, es como vivo ahora.

De momento, no cuento historias. Pero sobrevivo. Me pregunto si eso significará que puedo vivir sin escribir y, por tanto, que no soy ni seré nunca una verdadera escritora.

Zirbêth.