martes, octubre 17, 2006

MADRID

Ayer, cenando, P. me preguntó "¿qué tal Madrid?", con gesto y voz de sorna. "Lejos, ¿eh?". Pues mirad, más que lejos, yo la encontré insoportable. Lejos no lo describe lo suficientemente bien. Estaba, más o menos, como por Ávila, se podría decir, si la fórmula de la velocidad tuviese, realmente, una proporcionalidad con el tiempo. Pero la física, como de costumbre, engaña. Madrid, ayer, me resultó desesperante. Falta de práctica, me dirán, los que cada día se enfrentan insensatamente con el coche al centro de la ciudad entre las seis y las nueve de la noche. Qué horror, qué espanto.

Pero, turistas en potencia, que esto no les desanime. Es que yo estoy hipersensible y percibo un bocadillo de calamares como una tragedia griega. Eso sí, si van sin prisas, a pie mejor, y si las tienen, pues en metro. El tráfico rodado en superficie déjenlo para los masoquistas.

Zirbêth, neurona sin glía.