miércoles, octubre 11, 2006

PARA SOBREVIVIR, HACE FALTA CONTAR HISTORIAS

Así sentencia el narrador del desventurado náufrago Roberto de la Grive en La isla del día de antes. Es decir, el escritor Umberto Eco. No es de extrañar que, durmiéndome arrullada por semejante frase, me halla pasado la noche imaginando palabras en forma de obra de teatro, que poco a poco se transformaba en un evento de varios días organizado por mi smial. Si les cuento, seguro que se estresan muuuucho. Menuda la liaba.

El caso es que, incluso en el entusiasmo de mi alter ego en el sueño, una parte de mi consciencia, resabiada de anteriores aventuras oníricas, ha empezado a conversar en paralelo con el centro de control de mandos, avisando preocupada de lo poco original de las ideas que estaba llevando a cabo en el otro plano del sueño. Sin embargo, las bambalinas han triunfado y, mientras una parte de mí refunfuñaba y trataba de sabotear mi estado de ensoñación por el taxativo método de despertarme (la muy ladina insistía en que ya era hora de levantarse), la otra seguía entusiasmada, cosiendo suntuosos escenarios con hilos de conversaciones, libros y castillos.

Creo, y seguro que mi psicoanalista alzaría una ceja ahora, que mis sueños de aventuras narradas en diferentes personas son tan habituales mientras duermo porque últimamente no escribo. Tengo el blog abandonado, y tampoco escribo otro tipo de historias. En parte se debe, claro está, a que mi ordenador sigue roto, y me cuesta mucho concentrarme y hallar creatividad en ordenador ajeno, con gente alrededor, etc. A que hasta este domingo no he terminado con la mudanza. A que, en contra de lo que mucha gente cree, el estar deprimido no es fuente de inspiración, sino todo lo contrario. Aunque ya estoy mejorando, en buena parte, supongo, por el estar en esta casa donde se me cuida y donde, al menos durante unas semanas, no estoy trabajando y puedo recuperarme sin el estrés y el agobio de pagar un alquiler. Aunque espero que sea por poco tiempo.

Así que, con casi todas mis cosas en un trastero de seis metros cuadrados, empezando en un gimnasio para ver si recuperando la salud física ayudo a la mental a mejorar también, reordenando y redecorando mi vida en tantos sentidos, acostumbrándome a una cama de noventa centímetros en lugar de los ciento cuarenta de mi antigua cama (y casi cayéndome ya un par de veces), disfrutando de comidas caseras bien hechas, esperando a que me llamen de interina y temiendo a dónde puedan mandarme... Así, es como vivo ahora.

De momento, no cuento historias. Pero sobrevivo. Me pregunto si eso significará que puedo vivir sin escribir y, por tanto, que no soy ni seré nunca una verdadera escritora.

Zirbêth.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hace falta ser escritor para contar historias? lo dudo...

7:41 p. m.  

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