EL DUODÉCIMO MANDAMIENTO
Quien más, quien menos, conoce los diez mandamientos, aunque sólo sea por la insidiosa repetición sistemática en la tele, todas las navidades y semanas santas, de la peli de Charlton Heston.
Todo el mundo, sin excepción, conoce el undécimo mandamiento: no comer delante del hambriento. Más que nada, ya se sabe, aplicado no a la necesaria ingesta de alimentos en pro de la supervivencia, sino al tratar de no urgar en la herida del ego de quien no se come un colín pegándose el filetazo delante de él o ellos.
Pero, señores y señoras, hay un duodécimo mandamiento, tal vez no tan popular por no haberse expresado en verso y versar sobre sexo, pero que debería ser tan sagrado, al menos, como cualquiera de sus once hermanitos.
Como anoche dormí menos de tres horas, estoy agotada y con un estado de ánimo rozante en el más puro "berserkerismo", no voy a tratar de hacer florituras y formularlo de manera que todos lo vayan a recordar y repetir hasta popularizarlo. Me siento incapaz. Pero, básicamente, se trata de lo siguiente: no jodas a tus amigos ni por la más noble de las causas. Es más, si la causa es noble, jódelos menos aún, que si no la buena acción se degrada y queda en agua de borrajas. El espíritú de sacrificio y la solemnidad me encantan, pero siempre y cuando se hagan voluntariamente y sin fastidiar al prójimo.
Porque ciertas cosas se pueden hacer bien, que digo, muy bien, sin que para ello haya que dejar a nadie colgado. Porque para hacer feliz a alguien, hay que tratar por todos los medios de no hacer infeliz a otro. Que para transmitir el amor por y la magia de ciertas cosas, no se puede ir por la vida despreciando a quienes carecen de ello.
A buen entendedor, ya le sobran bastantes palabras.
Zirbêth, hasta los ovarios.
1 Comments:
uyyyyyyyyy
esta noche te llamo, sin falta
Baya, preocupa
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