EQUIVOCARSE
¿Os ha ocurrido alguna vez que os equivocais al hablar y en vez de decir la palabra que queréis soltais otra muy parecida fonéticamente pero de significado totalmente diferente? Estoy convencida de que sí, y de que también os ocurre que, muchas veces, el resultado tiene su gracia. e incluso su razón de ser.
Me pasó hace tiempo una noche de juerga que, hablando de sexo, en vez de "misionero", dije "hermitaño". El ataque de risa fue tremendo, con atragantamientos y todo, una vez superado el primer momento de tratar de buscar sentido a aquello. Me gustaría recordar mejor la conversación, pero me temo que el nivel de alcohol en sangre del momento de la conversación lo hace imposible. Pero seguro que tenía sentido.
Más recientemente, hablando por teléfono con un amigo, le solté que estaba harta de vivir en "Alimaña". Me partí de risa, porque en este caso sí que me resulta fácil entender el porque de mi error. Palabras muy parecidas y sentimientos de rechazo. Desde ese día, siempre que no hable con alguien que se pueda ofender, llamo Alimaña a Alemania.
Debo decir que, lo poco que conozco de Alimaña, me encanta. Es tan verdecita, tan húmeda, tan fresquita... La gente, en general, es amable, si logras hablar con ella. Cosa harto complicada si no hablas el idioma, porque desgraciadamente aquí la mayor parte de la gente no habla inglés, y mucho menos español. Incluso los hay que se ofenden si tratas de hablar con ellos en inglés, aunque he dado con pocos.
La cuestión es que, aunque uno se equivoque de vez en cuando, hay que darse cuenta de los errores y, salvo por razones jocosas, tratar de enmendarlos. Por ejemplo, ya sólo llamo "hermitaño" al "misionero" cuando el componente masculino de la ecuación no es hábil ni en esta básica postura, lo cual sólo se explicaría en alguien que la practica poco o nunca, como sería el caso de un hermitaño.
Otros errores, en cambio, son más difíciles de solucionar. El mío con Alimaña, por ejemplo, es de los que van a llevar su tiempo. Llevo aquí ya ocho meses, y sigo sin conseguir aprender el dichoso idioma. Al principio lo achaqué a que estaba nerviosa en clase y a que el primer curso al que me apunté no fue muy allá. En el segundo curso, más intensivo, pareció que empezaba bien, pero enseguida empecé a tener muchas dificultades para seguir el ritmo. Aquí, lo chungo era la metodología. Sé que lo del método natural es lo que se lleva, que vas quedándote con como suena y tal, pillando cada vez más expresiones y vocabulario y bla bla bla. Bien, pues conmigo no funciona. No reconozco los sonidos casi nunca, no consigo recordar ni las palabras y expresiones más sencillas. Atasco total en mi cabeza y, lo que es peor, en mi voluntad. La desmotivación es el peor enemigo del aprendizaje.
Pese a echarle horas de hacer ejercicios, tratar de memorizar vocabulario, etc. lo único que conseguía aumentar era la frustración. Y lo que es peor: no sólo no aprendo el alemán, sino que mi inglés empeora cada día. Las diferencias gramaticales se están mezclando en mi cabeza y cada vez me cuesta más expresarme en inglés, sin conseguir ningún avance con el alemán.
Ya podéis imaginar lo siguiente: he pasado de la curiosidad y el interés por aprender el nuevo idioma, a la más profunda aversión. Al odio y al asco. Estoy completamente bloqueada. Y lo peor es que en esta ciudad, donde casi nadie habla inglés, cualquier asunto burocrático se convierte en un auténtico viacrucis. Si la burocracia alemana es, de por sí, un coñazo, es desolador tratar de hacer cualquier gestión y que te obliguen a llevar un traductor contigo o se niegan a atenderte, salvo para lo más básico.
Así que, señores, tengo, en efecto, una equivocación que enmendar: no soy nada feliz en Alimaña (salvo por el clima, el paisaje y la tranquilidad). Y el modo de solucionar semejante problema, es largándome de aquí.