sábado, abril 12, 2008

UN MONTÓN DE COSAS

Hay un montón de cosas que echo de menos de Inglaterra. Algunas, como la lluvia, los olores, personas concretas, son imposibles de recuperar a menos que me vuelva allí. Otras, sin embargo, no. O, al menos, no debería ser así.

Las tiendas Prymark, por ejemplo. Tiendas en las que te puedes vestir por poquísimo dinero. Ya han pasado tres años, pero que alguien me diga de alguna tienda en España donde por siete euros con cincuenta te puedas comprar un conjunto de ropa interior mono, un pijama gustoso y cómodo por nueve euros, o un jersey precioso y suave por seis euros, sin que sean unas mierdas que no te duren ni dos puestas. Sin que sean de los chinos, huelan a plástico y no te los puedas poner porque te salga un zarpullido al poco de hacer contacto con la piel. Ropa donde siempre encuentras talla, por cierto.

Las librerías de segunda mano. Entrar en una habitación llena de libros hasta los topes, y salir con tres libros debajo del brazo por un euro y medio. Son geniales esas librerías, algunas primorosamente ordenadas, limpias, clasificadas. Otras verdaderos cajones desastre, con montañas de libros por los rincones que aún no se han podido clasificar. Casi prefiero estas últimas, donde encontrar libros se convierte en una peculiar y polvorienta búsqueda del tesoro, tirado por los suelos durante horas, bajo la atenta y curiosa mirada de un excéntrico librero tan polvoriento como sus libros. Más de una vez uno de esos libreros me regaló un libro por el simple hecho de haberme visto medio tumbada en su sótano destartalado, concentrada pese a la tos y el lagrimeo por el polvo, con cara de niña maravillada. Creo que eso es algo que jamás encontraré en España.

Las tiendas de miscelánea usada. Lugares para perderse e imaginar vidas pasadas, ajenas, intuídas en cortinas de terciopelo de largos imposibles, sombreros de copa o bombines con la sombra del desgaste de antiguas cabezas, libros con dedicatorias, palabras muchas veces incomprensibles, olvidadas fotos entre sus páginas. Puedes encontrar desde una videoconsola penúltimo modelo hasta zapatos primorosos que bien pudieron haber pisado la cubierta de algún olvidado Titanic. Vestidos, juguetes, gafas, vajillas, figuritas, libros, fotos, instrumentos musicales. No importa que no puedas comprar nada: es un viaje en el tiempo al alcance de cualquier mano, cualquier día, paseando al salir del trabajo.

Echo de menos que si algo que compras no funciona bien o se rompe, te lo cambian automáticamente por uno nuevo o te devuelven tu dinero, en vez de las eternas reparaciones que no son sino malos parches que tenemos aquí. Hecho de menos las tiendas de segunda mano donde puedes encontrar casi de todo, pero principalmente que ayudan a mucha gente con pocos medios a montar su hogar con sofás, lavadoras, camas. Si estás en paro, te llevan las cosas gratis a tu casa. Echo de menos los mecanismos de compensación que ayudan a las madres solteras, a quien no llega a fin de mes, con ayudas reales y dinámicas, rápidas, desde dinero para pagar el alquiler hasta cosas como sueldos mayores para las madres que se animen a trabajar fuera del hogar: no sólo porque así pueden ganar en menos horas lo que necesitan para vivir, sino porque a las madres se las aprecia como mejores trabajadoras, más formales y responsables, capaces de puestos de supervisión y mando porque, si llevan un hogar, también pueden llevar una oficina.

Echo de menos que la ropa y el calzado de los niños no lleven IVA. Echo de menos la leche fresca de verdad, que se te estropéa si la dejas fuera de la nevera y no dura más de dos o tres días dentro de ella. Echo de menos los calefactores de agua que están en la propia ducha, independientes del resto de la casa, que evitan que te hieles porque alguien abre otro grifo. Echo de menos la gente sin prejuicios por tu aspecto o peso, que te valora por quien eres y no por tu belleza. Echo de menos...

Zirbêth, nostálgica.