martes, abril 10, 2007

RECUERDOS INFANTILES

- La lucha por seguir durmiendo contra la luz de la mañana entrando entre las rendijas de la persiana.
- El no encontrar la manga del babi del colegio y girar y girar para encontrarla, como un perro que persigue su cola.
- La nave espacial del patio del colegio: un columpio enorme esférico donde trepar, con una barra para deslizarse.
- Los tejados oscuros de aquella casa, por los que saltábamos y jugábamos a ser ladrones.
- El enorme parque con jardines del colegio, donde sólo nos dejaban entrar en ocasiones especiales.
- Correr con mis amigos simulando ser animales, golpeándonos las piernas para conseguir el ruido de sus pisadas.
- Las peleas con los niños de los militares, nosotros que éramos los civiles, en la enorme explanada de Santo Domingo, convencidos de que las manchas de hollín del suelo eran el vestigio del fuego que quemó a nuestro santo.
- Aprender a montar en bicicleta en la plaza de la catedral, cogiendo carrerilla con los pies para luego seguir con los pedales.
- Descubrir el tacto frío y húmedo de la arcilla, su plasticidad entre los dedos, y la cara de mi madre cuando volvía toda manchada.
- Trepar por las ruinas del convento a medio demoler, junto a casa, haciéndonos grutas de tesoros con un tarro de botones que encontramos, dentro de una habitación que más parecía una cueva.
- Dar vueltas y vueltas con mi vestido de florecitas, para disfrutar de su vuelo y sentirme una princesa.
- Las tardes a oscuras en casa de Oscar, jugando con el Cinexin y comiendo chucherías.
- Los minutos interminables para elegir en que gastar cinco pesetas en la tienda de Carmela.
- Las batallas con los caquis en el huerto del abuelo.
- Las carreras a arrastraculos por las escaleras.
- Las cabañas entre la maleza, hechas con ladrillos y maderas expoliadas a las obras del barrio.
- Jugar a V o a los monstruos, con todos los niños pequeños haciendo de lagartos o monstruos, y los de mi edad y mayores de protagonistas.
- Las aventuras en los charcos y el barro, que siempre acabábamos cayéndonos y poniéndonos pringando.
- Los huevos rellenos con croquetas del comedor del colegio, y el dulce de membrillo que escatimábamos de la cocina y escondíamos en el fondo del abrigo, al que rompíamos los bolsillos para que no nos los pillaran.
- Mi árbol preferido, al que me subía a leer y a observar a la gente. Tenía la forma justo de mi espalda.
- Construir con piedras y arena en la playa las cabinas de camiones, aviones, naves espaciales.
- Desafiar al mar para que enviara buenas horas para revolcarnos.
- Someter a los chiquis de Gisval estropeados a todo tipo de tropelías con petardos.
- Hacer potingues con todos los productos cosméticos de la casa, para conseguir insecticidas con los que matar hormigas.
- Buscar de rodillas, incansablemente, conchas y cristalinas.
- Las columnas salomónicas del interior de la catedral de Gerona.
- Jugar a las brujas y los magos en la plazoleta de delante del asilo, con sus escalinatas, los árboles, la enorme fuente y las plantas trepadoras.
- Las batallas contra el levante a golpe de pedal para tratar de ir de un lado a otro en el ventoso Puerto de Santa María.
- Las excursiones a las rocas con el abuelo, a buscar cangrejos, que volvíamos siempre muertos de hambre.
- Las maquetas de arena y planturrias encima de la mesa del jardín, para los cochecitos.
- Los gritos de entusiasmo y frío cuando nos bañábamos en la alberca de la casa de Los Ogíjares.
- Explorar el despacho del abuelo cuando no estaba, en busca de tesoros o secretos.
- Tratar de pillar a nuestro tío J., de adolescente, cuando se cuidaba con yodo los granos de todo el cuerpo.
- Las batallas a piñazos desde la balconada del patio interior entre bandas rivales de primos.
- La cabaña de los cuatro felinos: leopardo, león, tigresa y pantera.
- Comer higos directamente del árbol, gritándole a los gusanos que pensabamos engullirlos.
- Las tardes en el pinar de El Puerto, siguiendo a los escarabajos peloteros para ver como iban haciendo su bola.
- Capturar medusas entre saltos y gritos de excitación y miedo.
- Inventar mil sistemas para capturar las monedas que sabíamos se caían a veces entre el muro del paseo y el puesto de helados, sin que nos pillara el quiosquero.
- Observar hechizada como Amanda tejía sus tapices, deseando que me dejase intentarlo, pues tenía un telar antiguo enorme y cientos de cuerdas y lanas de colores.
- Las aceitunas rellenas de anchoas y el sorbito de sidra del abuelo en Navidad.

Y muchos, muchos más...

Zirbêth.
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1 Comments:

Blogger Aldebarán said...

Ya me recordaste que he olvidado muchas cosas de mi infancia. Quiero sentarme a recordar y vivirlas nuevamente. Gracias por este post.

Abrazos

6:13 p. m.  

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