domingo, noviembre 05, 2006

POR DIVERSIÓN

Como últimamente hago vida familiar y a P. le gusta ver Operación Triunfo (sólo los resúmenes, creo), la casa se llena de gorgoritos más o menos cada noche durante un rato. A mí, aunque me gusten determinadas voces, la verdad es que el programa me abomina un rato.

Cuando era peque, en el parque jugábamos a veces a cantar, uno más entre muchos juegos, y no precisamente el que más nos gustaba o al que dedicábamos más tiempo. Era un juego, y ninguno pensaba que fuésemos a ser estrellas ni profesionales. Era como jugar a las casitas, a polis y cacos, a colegios... Un juego de imitación de la vida adulta. Y como entre los adultos había pocos que fuesen cantantes profesionales famosos, pues el porcentaje de tiempo imitándoles era escaso.

Luego, cuando viví en el penal, dos años hicimos, como parte de la fiesta de La Mercé, un festival de la canción. Elegíamos a quien queríamos emular, buscábamos las canciones, nos hacíamos los disfraces, inventábamos coreografías y nos aprendíamos las letras para, luego, hacerlas en playback. Era muy divertido, porque se implicaba todo el mundo. Y no eran sólo canciones pop, no. Recuerdo con especial cariño una de Pinpinela y Diango, que fue lo más desternillante que os podáis imaginar. Mientras unos actuaban, el resto nos sentábamos en el suelo, delante de la primera fila, a verles. Eduardo, que hacía de Diango confesándole al otro que le había levantado a la parienta, sentados ambos en una mesa como de taberna con sendas copas de vino, cada vez que le tocaba silencio, apoyaba la cara en la mano, tapándosela, como si estuviese apesadumbrado por su traición, pero en realidad, nosotros desde nuestra privilegiada situación podíamos apreciarlo, estaba descojonado de la risa, con unos lagrimones cayéndole por la cara que cuando cantaba serio eran de los más efectivas. Levantaron pasiones, no os lo podéis imaginar.

Yo hice un año "Barco a Venus", de Mecano, y el siguiente de Tina Turner. Mi madre, de sus años más jóvenes (era muy joven aún) tenía mucha ropa de esa que se vuelve a llevar ahora. Para Mecano llevé una camiseta de mi madre, que a mí me quedaba como un vestido (debía tener unos once años y aún no había dado el estirón), malva, con mangas de murciélago, cuello alto, una flor bordada con abalorios en un lado del pecho, y los puños y la cinturilla eran elásticos negros, está última pareciendo en mí una falda. Para hacer de Tina Turner, ya habiendo dado el estirón en altura de los doce años, usé un body dorado y una minifalda de cuero negro. El body era de mi madre, muy escotado, con unos tirantitos muy finos que lo dejaban casi en un palabra de honor, y era de tanga (qué mami más moderna tenía, aish). La minifalda era minifalda hipercorta y estrecha porque en realidad era la falda de otra niña, de siete años y muy delgadita. Así que me subí al escenario, con el pelo cardado, maquillada para parecer de color, el body dorado, la mini-minifalda, unas medias negras de red y botines con algo de tacón y, al parecer, igual que se veía reir a "Diango", a mí se me veía, al final de mis largas piernas... Mis amigos me miraban sonrojados, no por ver nada que a ellos les emocionase, sino porque, al parecer, emocioné a algún que otro padre sentado en las primeras filas. Para quien durante años había sido el patito feo, rechoncha, bajita, con dientes demasiado grandes para la boca, aquello fue una auténtica sorpresa y un subidón de autoestima que te cagas. Mi madre, claro está, tenía más bien la opinión de que había demasiado sátiro suelto.

Pero a lo que iba, que evocando me he ido por los cerros de Úbeda. Nos currábamos muchísimo las actuaciones, desde las coreografías hasta los disfraces y maquillajes, pero en ningún momento teníamos fantasías de llegar a ser superfamosos. Tal vez porque por aquel entonces no había tanto superfamoso y, menos, español y en España. Si acaso, Julio Iglesias y, ya imaginaréis, no era el espejo en que gustásemos reflejarnos: ¡menudo plasta!

Sin embargo, ahora ves a esos jovencitos siempre medio histéricos, llorando emocionadísimos por cualquier cosa, que me recuerdan ese anuncio del coche con el tipo llorando al ver a un escarabajo caerse panza arriba, vamos. Sería gracioso ese exceso si fuese histrionismo, ¡pero es que va en serio! Y es preocupante, o al menos a mí me parece que debería serlo. Vivimos en una sociedad donde para muchos jóvenes el modelo a seguir es el del famoseo. Hay una terrible falta de realismo, de ser conscientes de que esa posición es sólo para unos pocos que, además y por lo general, llegan a donde están a base de muchísimo esfuerzo, no por puente televisivo, y no porque tengan una voz estupenda, sino porque suelen reunir en su haber la voz y la creatividad. Así, por un lado, cada vez hay menos buenos grupos y solistas y más pastiches comerciales o recocinados, por lo que artistas buenos y genuínos se las ven y se las desean para hayar un hueco entre tanto Goliat de mercado. Y por el otro, los modelos de vida adulta que adoptan los jóvenes y sobre los que basan sus espectativas son tan irreales, tan plasticosos, que luego no es de extrañar que haya tanta gente padeciendo vacío existencial, perdida, sin centrarse y crearse una buena vida.

No me malinterpretéis. No desprecio en absoluto a quienes quieren ser estrellas. Sólo lamento que haya tanta desproporción y extravío. Tan poco realismo sobre lo que realmente significa esa elección. O, a lo mejor, es sencillamente que últimamente veo demasiada televisión.

Zirbêth.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me alegra mucho este giro radical en el blog, se nota hasta en tus post, remontas sin duda, dama de Rohan, y sabes qué?, quitaré la frase del msn, si has de ser de algún Faramir, que espabile el tal y se lo curre.
Besos

9:00 a. m.  

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