viernes, noviembre 03, 2006

CONTRASTE

En contraste con este pasado verano, en que leí con premeditación y alevosía, una barbaridad, hasta que se me calleron los ojos... como decía, en contraste, llevo cosa de un mes que no habré leído ni un centenar de páginas. O tal vez sí, pero de diferentes libros. Por lo que no he terminado ninguno. Tengo tres en este momento empezados, y llevaba más de una semana que no leía de ninguno de ellos.

El primero lo empecé uno de los últimos días en la piscina y, aunque le reconozco al autor que es original, inteligente y a ratos muy entretenido, la verdad es que también resulta a ratos algo tostón. Es tostón con la misma premeditación y alevosía que antes mencionaba, o más. Porque lo que lo hace tostón es un preciosismo y precisión por recrear el modo de escribir propio de la época en que transcurre la narración. Yo, personalmente, lo asocio a una peculiaridad que adjudico al autor en todas sus obras, y no sé si alguien estará en esto de acuerdo conmigo. Umberto Eco exige a los lectores que pasen una especie de prueba. Cualquiera que se enfrenta a sus libros se encuentra siempre al principio con una escalada intelectual, un desafío semántio, un acertijo de conocimientos específicos que pueden hacer desistir a más de uno. Por supuesto, no sé a ciencia cierta si él lo hace para poner a prueba al lector, para desafiarle, o si es un modo de lo más barroco y meticuloso de sacar al lector de su realidad cotidiana y sumergirle de golpe en esa otra, alternativa, que su libro alberga. Por eso, aunque a veces me rinda y no siga la lectura y me de unos días para retomarla, jamás he abandonado un libro suyo. Ni siquiera El péndulo de Focault, que se me ocurrió leerlo cuando tenía unos catorce años y, la verdad, no me enteraba de nada. Su principio es una auténtica barrera física. Pero me lo acabé. Aunque, lo reconozco, algún día volveré a leérmelo, cuando sepa más sobre la masonería, física y demás. Ya lo hice con El nombre de la rosa y, aunque volví a saltarme las frases en latín, disfruté muchísimo con esa segunda lectura. Por tanto, no voy a abandonar La isla del día de antes (Oron, yo creo que te gustaría).

Los otros dos libros que me estoy leyendo fueron dos curiosas elecciones. Si es que de elecciones se puede hablar, exactamente.

Mi madre me pidió que le comprase un libro: ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico. Los trayectos en tren o autobús largos son terribles si no llevas nada que leer y tienes tendencia a comerte el coco. Así que me lo empecé... ¡y menudo tiento le metí! Me zampé como un tercio del libro. Y el libro en cuestión es uno de esos que yo utilizaría para preparar clases con aborrescentes, digo adolescentes: claro, sencillo, conciso, con lenguaje de lo más accesible y muy didáctico incluso así, tal cual, leído, así que imaginad si se elaboran algunas actividades y juegos. Creo que sería una estupenda herramienta para enseñar a todos esos "niños perdidos" del sistema capitalista, la televisión basura, las reformas educativas propias de laboratorio de cobayas, de familias desestructuradas o sobrecargadas de horas de trabajo y escasas de horas de convivencia familiar, etc. Pero cuando llegué a casa de ese viaje en tren en que me zampé, como decía, cerca de un tercio del libro, mi madre cayó sobré sus páginas ávidamente, pues llevaba detrás del mismo ya bastante tiempo. Así que, de mala gana, se lo dejé, y no ha sido sino hasta hoy que lo he retomado.

Pues bien, al dejarle a ella el libro, yo me vi compuesta y sin lectura para volver a casa (aún vivía en Madrid), así que me metí en una librería de camino al autobús. Mejor dicho, en una papelería que tenía algunos libros. Entre ellos, uno del que había oído hablar unos pocos días antes en un programa en la tele que trataba sobre Jack El Destripador. Y me lo compré. Debo reconocer que al principio me resultó interesante, pero a medida que avanzaba acabe saturada de hipoteticos, posibles y probables, que a cada párrafo me convencían más de que lo único cierto es que sólo se puede hacer suposiciones sobre la identidad del misterioso asesino, por más que uno quisiera darle la razón a Patricia Cornwell. Me lo acabaré, por supuesto, sobre todo porque leerlo a la vez que el de Ana Martos Rubio sobre el maltrato psicológico es un estupendo y divertido ejercicio de deducción a lo Sherlock Holmes (o a lo House, si me apuran).

Y así estoy. A tres bandas y con la vista torcida hacia la mesa del salón, porque mi madre se ha comprado El rey transparente, y desde aquí oigo sus cantos de sirena.

Zirbêth

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Leer "El péndulo..." a los catorce! Yo lo he leído ya de adulto y me pasó lo que sólo he sentido con tres libros, me mareó. Su lectura fue tan intensa que terminé mareado en más de una ocasión. Lamentablemente, se lo presté a un familiar y luego él lo prestó a un compañero de trabajo. En resumen, perdido para siempre. Buscaré otra copia para volverlo a leer.

Tienes razón con Eco, es díficil adentrarse en sus novelas, pero es tremendamente fascinante.

3:45 p. m.  

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