miércoles, noviembre 22, 2006

LOS NIÑOS QUE ESTORBAN

Ya lo he mencionado varias veces, y aquí os pongo una muestra de porque pienso que el libro ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico, de Ana Martos Rubio, debería ser de lectura obligada (poco menos) para todo aquel que le preocupe y le interese como funcionan el maltrato y el acoso psicológico, como detectarlos en el día a día, evitarlos en la propia conducta, defenderse si se es víctima y, en definitiva, entender mejor qué le está ocurriendo a esta sociedad nuestra donde, por poner un ejemplo notable y lamentable, cada vez salen a la luz más casos de acoso entre niños en los colegios. Porque, no nos engañemos ni nos dejemos engañar, esos casos son muchos, muy comunes y ocurren desde hace muchísimo tiempo, y el que ahora nos hablen de ello en las noticias se debe a un recrudecimiento, sin duda, pero también a que antes no se hacía caso, considerándose cosas de niños, y a que en los medios de comunicación prima de manera lamentable aquello de "si hay sangre, hay noticia". Entre otras cosas.

LOS NIÑOS QUE ESTORBAN

Es difícil decirlo, pero a veces los hijos estorban. Estorban cuando el trabajo ocupa un lugar importante, estorban cuando hay una separación y los hijos se convierten en un lastre para la libertad, estorban, sobre todo, cuando son hijos no queridos, hijos de la casualidad, del despiste, del ¡qué le vamos a hacer!
Los niños que estorban se depositan en manos de terceros, aunque sean terceros amorosos. Los niños que estorban reciben una inundación de bienes materiales que pretenden sustituir los bienes inmateriales que no podemos o que no sabemos darles. Los niños que estorban están obligados a estudiar mil y una cosas para que, cuando salgan del colegio, no estorben en casa ni haya que ir a recogerlos sin saber qué hacer con ellos.
La educación y la atención de los niños que estorban queda en manos de la escuela, de la academia o del polideportivo. Los padres apenas disponen de unos minutos al día para verles de refilón sin meterse en complicaciones de comunicaciones profundas ni dialogar. Es mejor compartir un videojuego o un programa de televisión, que impide hablar de cosas íntimas. A cambio de esta falta de comunicación, de atención y de transmisión de valores, a los niños que estorban se les compra infinidad de juguetes, caprichos, viajes, actividades, ropas de marca o cualquier cosa que se adquiera con dinero.

El director del colegio envió una nota a los padres de Andrés porque había observado una conducta excesivamente violenta. Envió otra nota a los padres de Jesús porque le notaba un aire tímido y reservado y muchos comportamientos que denotaban un complejo de inferioridad. En ambas notas, el director expresava su deseo de conversar con los padres acerca de la problemática del hijo con el fin de resolverla.

La respuesta fue similar en ambos casos: "Por favor, arréglense ustedes con esos problemas. Para una horita que veo a mi hijo, quiero disfrutar de él y no regañarle ni mantener charlas comprometidas".


Los niños que estorban acumulan tareas escolares y extraescolares que les mantienen ocupados constantemente para que molesten lo menos posible. Los niños que estorban disponen de innumerables entretenimientos con los que pasar el tiempo y a los que dedicar la atención que les sobra. Tienen canguros virtuales interactivos que responden a algunas de sus preguntas, menos a la que menciona José Antonio Ríos que plantea un hijo respecto a su padre: "Mamá, ese señor que viene a comer los domingos me ha pegado".
Los niños que estorban, en resumen, no reciben atención de sus padres. No reciben atención suficiente para comunicarse con ellos y contarles lo que les está pasando, lo que les aterra y lo que está surgiendo en ellos. En el caso anterior, Andrés desarrolló una conducta violenta, muy probablemente para llamar la atención y que sus padres le hicieran caso de una vez. Pero ya vemos que ni así. No sabemos cuál habrá sido o cuál será la siguiente llamada de atención de Andrés. Puede ser cometer un delito, emborracharse hasta tener que ir a urgencias o hacer un intento de suicidio, el caso es que sus padres, de una vez por todas, se pongan delante de él y le pregunten qué le pasa sin mirar el reloj. Lo malo es que, probablemente, no lo harán. Se limitarán a echarle un sermón o a regañarle por lo que ha hecho.

Ana Martos Rubio, ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico; MGraw-Hill/Interamericana de España, S.A.U., 2003.


Muchas veces son hijos deseados y queridos, muchas veces no es que no se quiera cuidar su educación y necesidades. Muchas veces lo que ocurre es que los padres tienen que trabajar ambos para poder conseguir unos ingresos que les permitan sobrevivir y no les llega la energía ni el tiempo para acometer sus obligaciones de padres. De ahí surgen muchas veces esas agresiones a maestros y profesores en las que los agresores son los propios padres, que defienden a su hijo de un supuesto ataque como modo rápido de zanjar una situación de desatención que, en muchos casos, está tras las conductas violentas que sus hijos protagonizan en la escuela y que son el motivo de que el maestro o profesor haya actuado de manera censora. Y si el padre es agresivo y violento con el maestro, ¿por qué no lo va a ser el hijo? Imita la conducta aprendida de su progenitor, con la seguridad, además, de que éste no le va a regañar ni a censurar a su vez, sino que con su conducta premia la violencia del hijo hacia el educador.

Pero también hay otros casos, y yo he conocido muchos en mi trabajo como socorrista, en que los hijos se tienen como parte de los bienes que proporcionan un cierto estatus social. Tengo un Mercedes, tengo un chalet y tengo tres hijos que van a un colegio privado carísimo y a tropecientas actividades de élite, que siempre están con una tata (a veces que ni siquiera habla castellano) y a quien muestran primorosamente vestidos a sus amistades en los encuentros sociales propios del "tanto tienes, tanto vales". Son niños no queridos, porque se han tenido por razones equivocadas. Se tienen porque a los treinta ya hay que estar en un puesto de trabajo prestigioso, casado con alguien también prestigioso, y para aumentar y demostrar el prestigio unido al poderío económico, hay que tener hijos que vestir de marca, que llevar a colegios caros, que atiborrar de juguetes caros, ets., etc., etc. Y no sabéis la lástima que da encontrarte con cuatro críos, que se llevan unos dos años o menos entre sí, siempre solos, campando a sus anchas, con conductas violentas y agresivas, demasiado pequeños para entender qué les pasa, y de quienes los vecinos te cuentan que se los han encontrado medio desnudos en pleno invierno en el garaje jugando a subirse en una moto de cientos de kilos, que han asaltado la casa de unos vecinos y han destrozado muebles y recuerdos personales; niños que tienen con siete años móvil, desde el que se dedican a hacer llamads a la policía, a los bomberos, et., para gastar bromas, y que ves con tus propios ojos que, al llegar el fin de semana, su madre les grita en la piscina cuando estos les dicen "¡mira, mira, mama, mira cómo me tiro!", porque ellas quieren leer una revista y los niños le molestan. Una madre que goza de un gran prestigio por la casa que ha comprado, por los cochazos en el garaje y por ser cirujana en un hospital de mucho postín.

Son niños que estorban, niños tenidos por razones aún peores que las que menciona la autora del libro: la casualidad, el despiste, el ¡qué le vamos a hacer! Y lo peor es que nadie denuncia esta situación ante las autoridades: demasiado arraigado está en la norma social aquello de que, lo que ocurre en la familia es cosa suya, y no hay que meterse. Somos (yo también, pues nada hice) cómplices de los malos tratos, del abandono, de la violencia que esos niños desesperados ejercen contra todos los que les rodean, gritando así su necesidad y su sufrimiento; somos presos de normas sociales inhumanas y casi atávicas, del miedo al qué dirán y a las posibles represalias por "meternos donde no nos llaman".

Así que, la próxima vez que veáis en las noticias un caso de acoso, maltrato o violencia entre niños, pensad en los pequeños agresores también como en víctimas. Víctimas del abandono, de la ignorancia, de la debilidad inherente a su dependecia de los adultos, y víctimas, por último, de una sociedad que los estigmatiza como violentos sin preocuparse de ver más allá del titular de la noticia, que no pone los medios para evitarlo desde la raiz del problema, que siempre pone por encima del individuo las apariencias, convirtiendo en objetos a las personas, sin considerarlos seres humanos antes que mercancías o consumidores.

Es como para llorar.

Zirbêth, con escalofríos, y no sólo por la fiebre.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Partiendo desde el punto de que un niño es un fidelisimo reflejo de lo que ve, escucha y vive cierto es que son tan victimas el agresor como el agredido.
La sociedad en la que vivimos actualmente no es ni por asomo comparable a la de nuestra niñez, 30 años atras mas o menos, en la que habia, al menos y en la mayoría de los casos, una figura, la de la madre, claramente identificable por el niño, como patrón y guía, como cobijo. Hoy en dia tal figura no existe, pero no por gusto en la mayoría de las familias, sino por necesidad, nos hemos impuesto un ritmo frenetico de vida que nos obliga que en las familias de estructura tipo "marido-mujer" ambos trabajen a jornada completa al menos 5 dias a la semana y en las que no tienen dicha estructura, o sea, monoparentales, el problema sea exactamente el mismo.
Cambiemos la sociedad, aboguemos por la media jornada, por el tiempo para el ocio, reduzcamos nuestras materialistas metas y seremos mas felices nosotros e infinitamente mas completos como personas nuestros hijos.

12:03 p. m.  
Blogger Baya de Oro said...

Domingo por la mañana, con un tiempo espléndido. Me llevo al parque a jugar al parque del rio, en el centro de Valencia. Allí, sentado en la arena, jugamos con los coches hasta que se nos arriman dos niños más, uno de 6 años y otro de 1 y medio, que no paraban de decirme "mira lo que hago" y de reclamar mi atención hasta el punto de no dejarme tranquila ni un segundo. Ya cansada, les digo que con quién están... Con la tata, me dicen. Una chica sentada en la otra punta de la arena (no le distinguia ni la cara) que obviamente se alegraba de quitarselos de encima. Al rato, se van corriendo en dirección a sus papas, que estaba montando en bici tranquilamente, los dos solitos el domingo por la mañana. Los niños dieron mucha lástima, sobre todo al acercarse un tercero, algo más mayor, que estaba jugando al balón solo todo el rato. Y no es la primera vez que me pasa. Tanto en la playa este verano como en el parque, soy una de las pocas mamás que juegan con su hijo. Lo normal es quedarse sentada charlando o leyendo un libro y que el niño "se apañe y no moleste", así que generalmente me ocupo del mio.. y de alguno/s más.

Un beso
Baya

12:12 p. m.  

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