domingo, noviembre 19, 2006

BLOG, PSICOANÁLISIS Y MALOS TRATOS

Yo, desconfío del psicoanálisis. Eso lo sabe hasta mi psicoanalista. Que me digan que a lo mejor estoy engordando porque de pequeña era regordeta y, como ahora he vuelto a casa de mi madre estoy regresando, a nivel subconsciente, a la niñez, me parece rebuscado hasta para el Sr. Freud.

(Jurl, casi me sale el Sr. Frodo...)

Pero lo cierto es que sí me está ayudando. Como todas las escuelas psicológicas, el psicoanálisis tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Estoy descubriendo sus ventajas, aunque con el inconveniente de que el proceso es largo y costoso (económica y emocionalmente). Pero me está, como poco, ayudando a conocerme mejor a mí misma (mismamente).

En el paseo por la memoria, los recuerdos y los sueños, estoy sacando a la luz de la consciencia muchas cosas, de esas que uno ya sabe, pero que de algún modo se oculta a sí mismo, que no recuerda o que, simplemente, al no verbalizarlas no se es verdaderamente consciente de ellas. La más notable, para mí, quizás sea la de la íntima relación con los libros y con las palabras que, durante muchos años, han sido mi herramienta de supervivencia en el más amplio sentido del término.

De pequeña aprendí muy pronto a leer, así que adquirí vocabulario muy rápido, y vocabulario de adulto en muchos casos. Perceptiva, notaba como los adultos admiraban que leyese, tanto por cantidad y velocidad, como por la comprensión de lo leído que demostraba, y también por la elección de las lecturas. Ya he hablado aquí muchas veces de lo que disfrutaba (y disfruto) leyendo, de que buscaba ávida en la biblioteca del cole libros y libros y, cuanto más gordos y más "para mayores", mejor. En esa época y respecto a los libros, os aseguro que el tamaño realmente importaba para el coco de esta niña criada entre mayores. Así, paseaba orgullosa con diez años el enorme volumen de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, y me quejaba si el maestro me mandaba leer un libro que pesase menos de medio kilo, midiese menos de un decímetro de ancho o considerase que era demasiado para niños de mi edad.

Así, lo que en principio fue un modo de sorprender a los mayores por la precocidad, poco a poco se fue convirtiendo el recurso al que acudía en caso de casi cualquier necesidad, como si los libros fuesen personas, las personas mayores que guían el crecimiento y la maduración de los niños en su viaje por la vida, pero que, en mi caso, demasiadas veces no tenía.

Pasé de vivir con mis abuelos y mis tíos (adolescentes por aquel entonces), rodeada de atenciones de personas mayores que yo, a los que mi capacidad de lectura sorprendía y agradaba, a vivir sólo con mi madre, y un padre adoptivo que en poco tiempo se convirtió en verdugo, en amenaza constante y fuente de miedo e inseguridad. Pasé de ser escuchada por todos, a que se me ignorase y ningunease por activa y por pasiva. Y en el colegio, pasé de un entorno acogedor y positivo en Gerona, donde entre los compañeros ser buen estudiante era premiado con aprecio y admiración, a otro, el de Cádiz, donde si leías y sacabas buenas notas eras blanco de burlas, de menosprecio y de, en ocasiones, auténtico desprecio y agresividad más o menos explícita. Los libros pasaron de ser un arma de seducción a un arma de defensa. Me aferré a ellos como a un madero en un naufragio.

Mi padrastro, si sacaba buenas notas, me mostraba desprecio por ser una empollona, pero cuando llevé a casa el primer suspenso, me calló una bronca descomunal, peor aún por no esperada, dado que durante tanto tiempo las buenas notas se habían demostrado algo sin importancia. Los suspensos, en sus manos, se convirtieron en un instrumento de tortura justificada, de malos tratos parapetados en el manido y manipulador "lo hago por tu bien". Y, por supuesto, si despreciaba mis notas cuando eran buenas, ni que decir tiene que ampliaba ese desprecio a todos los aspectos de la vida. Ninguneo e ignorancia con premeditación y alevosía (no discriminaba por horas, le valían todas).

Los libros se convirtieron en mi refugio, mis amigos y, sobre todo, mi apoyo cuando se trataba de negar o ignorar lo que decía: "lo pone aquí, mira". Si estaba escrito, era más difícil que funcionase aquello de "no dices más que tonterías" o "qué sabrás tú".

Estoy leyendo un libro llamado ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico, como ya os he dicho. De algún modo busco respuestas, pero también sigo buscando en el libro la herramienta y el arma que me permitan defenderme: leyendo constato lo que ya sabía, que he padecido malos tratos durante muchos años, pero además el libro me sirve para decir aquello de "eh, que no lo digo yo, lo dice alguien con títulos, que sabe de verdad del tema, que tiene razón; y yo, por tanto, tengo razón, y tú te tienes que callar tus mentiras y tragarte tu menosprecio y tu ninguneo".

Hace menos tiempo, empecé a escribir. Primero escribía cartas, que a veces mandaba y otras no, pero que se convirtieron en testimonio de mis vivencias y también en un modo más contundente de hacer que se me hiciese caso. En una conversación es fácil que te corten, que no te dejen hablar. Cualquiera más hábil que tú puede dejarte cortado, darle la vuelta a tus palabras o, llegado el caso, gritarte y no dejarte expresarte. Pero cuando escribes, es más complicado. Aunque pueden pasar de leerte, claro está, si consigues que lo hagan, de algún modo te están escuchando. Escuchando de principio a fin. Y si no lo leen, al menos tú has conseguido soltar lo que querías. No es lo mismo, claro, pero algo es algo.

Nuevamente, lo que era en principio un entretenimiento, un placer, se convirtió en herramienta de supervivencia.

El blog, podría decirse, ha sido la herramienta definitiva. Escribo por placer, claro está, pero también es un modo de ser escuchada. No sólo de las cosas que disfruto contando, sino, lo que es más importante, de las cosas que necesito contar, gritar a veces.

Leía para sobrevivir, buscando respuestas a mis dudas, a los sinsabores, a la falta de modelos. Leía para aprender a defenderme, para hacerme un lugar en el mundo, para ser reconocida y aceptada. Y ahora escribo para fundamentalmente lo mismo, para buscar respuestas. Pero sobre todo para contar lo que me pasa, para que cuando nadie cercano me escucha de verdad, cualquiera pueda hacerlo con sólo un clic. Porque, "mira, está escrito". Para que no se me ignore también esta vez.

Durante años, sin embargo, y como es desgraciadamente normal en estos casos, me callé los malos tratos, la soledad, la indefensión y los ninguneos a base de hacerme la dura, de hacer ver que no pasaba nada, de mirar para otro lado para no tener que enfrentarme a lo que realmente pasaba. Para sobrevivir. Al irme de Granada, donde tan mal lo pasé, y llegar a Madrid, hice un esfuerzo hercúleo (ahora me doy cuenta) para deshacerme de muchos de mis gestos de autodefensa, para abrirme a las personas y darle una oportunidad a la vida, a las amistades y al amor. Fue un paso muy difícil, muy duro, y que llevó mucho tiempo. Pero poco a poco logré convertirme en una persona más parecida a quien quería ser, a quien había sido antes de que los malos tratos de mi padrastro y de la sociedad me casi destruyeran. Tras años de no conseguir amar a nadie de verdad (más allá del enamoramiento inicial, se entiende), de no conseguir hacer amigos de verdad, por fin, en el 2002, encontré amigos de los de verdad y me enamoré de verdad.

Por eso, cuando pasó lo que pasó con M., cuando tras conseguir abrirme y darme, desprenderme de la armadura de aislamiento e indeferencia tras la que me escondía y lamía mis heridas, y traté de crear una vida para mí y mis sueños y necesidades, cuando, como decía, pasó lo que pasó con M., la caída fue estratosférica, o casi. Y larga, muy larga, pues hace muy poco que me he conseguido despegar del suelo tras el batacazo.

Pero, esta vez, ha habido algo diferente. Esta vez no he callado los malos tratos. He gritado y bien alto. He dicho exactamente lo que pensaba y si necesitaba gritar por el dolor, lo he hecho, siempre que he sido capaz. Y el blog ha sido, quizá, el principal instrumento.

Muchos podrán (podréis) pensar que debería haberme callado, que debería haber lamido mis heridas en la intimidad absoluta, sin contar nada en el blog, ni a los amigos. Y yo les contestaré que eso que dicen es un modo de malos tratos sociales: los que permiten los abusos y los justifican, haciéndose por tanto cómplices del maltrato, cargándose de razones en el apoyo de los convencionalismos sociales.

Porque la sociedad maltrata con duros castigos a quien no hace lo que se ha convertido en norma social, en costumbre, que no hay que confundir con las leyes. Por ejemplo, la ley dice que todos somos iguales sin importar la raza, el género, la confesión religiosa, la edad..., pero la sociedad discrimina por esas mismas razones, tratando de manera diferente a las personas en razón del color de su piel, de si son hombres o mujeres, de si son católicos o musulmanes o ateos, de si son niños, adultos o viejos, metiéndose en facetas de la vida tan personales como el si te quieres o no casar, la edad en que lo haces, con quien te acuestas, como te vistes, etc. La ley dice "no discrimines"; la sociedad dice "hazlo o tú mismo serás el discriminado".

Así que, yo ya no me callo. No me basta con saber que me han maltratado y librarme del maltrato. Quiero que los demás lo sepan: que sepan qué me ha ocurrido, quién lo ha hecho y que la sociedad, si va a castigar a alguien por lo que hace, lo haga porque esa persona es un maltratador y no por como viste o con quien se acuesta.

Y el blog es mi arma, mi herramienta, mi voz al mundo. Y no es anónimo, pues cualquiera puede averiguar quien soy si se lo propone. Buena parte de quienes me leen son mis amigos y conocidos, y hay amigos a quienes he conocido precisamente por el blog. Zirbêth no es un nombre que me oculte, sino uno que me define. Y aquí trataré de escribir por placer, por diversión, para entretener y entretenerme, pero también para decir a los cuatro vientos lo que quiera decir y para defenderme si alguien me hace daño de ese ladino modo que es maltratar en cualquiera de sus formas, de las más evidentes y a las más insospechadas. A todos los Juanjos padrastros del mundo que maltratan y abusan de los menos fuertes que ellos, a todos los mal llamados amigos que abusan de la confianza y cariño que les profesas, a todos los novios que menosprecian, ningunean y utilizan, y encima tratan de hacer como que ellos no han hecho nada y dejarte a ti de mala de la película, a todos los que eligen entre sus amigos al que hace daño, frente a quien, siendo también su amigo, ha sido víctima del desaprensivo. A todos esos, les digo:

No pienso callarme y
¡mirad, aquí está escrito!


Zirbêth.