domingo, mayo 08, 2005

ENTRE LAS SÁBANAS

Después de despotricar, me fui al cuarto del elfo, que había puesto una peli que me encanta, Merlín el encantador (La espada en la piedra, verdadero título de la misma, que ya sabemos todos la afición incontrolable española de cambiar los títulos a las pelis). Y luego, menos estresada, me fui a la cama y he dormido como un bebé, o casi. He soñado con aventuras propias de Indiana Jones, momias incluídas, pero protagonizado todo por Amae Dabra, ¡tacháaaan! Eso sí, en medio de la aventura, había dos llamadas de teléfono, una de un médico buscando a mi hermana, y otra de mi hermana. Tuve que colgar, ¿sabéis?, porque un sacerdote con pinta muy rara había separado mi cuerpo de mi mente o alma y, curiosamente, eso era lo que había logrado que, de repente, los poderes de mi maga se hiciesen reales. Y, qué cosas, además de volar, Angelina Jolie era de los malos, una especie de mercenaria, no sé.

Total, que no he tenido pesadillas, como hubiese podido esperarse. Aunque tanta actividad onírica me ha dejado los hombros para el arrastre.

Esta mañana, al despertarme, he remoloneado unos diez minutos extendida cuan larga soy y le he dado a la máquina de pensar un rato. Hablo aquí con bastante asiduidad de ética, cito a pensadores sobre la materia, analizo empáticamente comportamientos, propios y ajenos... Así que alguien podría pensar que me contradigo mogollón cuando escribo cosas como la de anoche.

Aparte de la excusa más o menos manida del dolor que hace ser impulsivo, la verdad es que, al igual que defiendo la ética, también soy bastante peleona respecto a ciertas normas sociales que, engalanadas de discreción y caballerosidad, en realidad me la traen floja y pendulona, con perdón. Cuando aún vivía en El Puerto de Santa María con el padre de mi hermana y después, en Córdoba y Granada, Juanjo, más conocido por estas páginas como "El Capullo", insistía en que "las cosas que pasan dentro de casa no se cuentan en la calle, son cosas de cada familia y han de permanecer entre nosotros". Como imaginareis (y si no, ya os lo aclaro yo), esa frase no era más que otro modo de manipularnos y asegurarse de que las burradas que hacía en casa a mi madre y a mí no saliesen a la luz, y así poder seguir manteniendo su falsa imagen social de tío megaenrollado y poco menos que víctima del desamor. Juanjo es un maltratador psicológico, no en vano le llamo Capullo, haciendo así referencia a su mala sangre y a su cobardía con muy pocas letras, semántica un tanto personal, lo admito, pues ni siquiera en todo sigue al significado que la voz popular le ha dado. Así que, como veréis, para mí hay una línea muy fina entre la indiscreción y la defensa personal, lo cual no significa que no sea capaz de verla y diferenciar una cosa de la otra.

En mis devaneos contra las normas sociales no escritas, como cualquiera que se meta en camisa de once varas en estos aspectos, he salido muchas veces mal parada, pero no por ello he cambiado siempre mi actitud. Lo de ir en contra de las normas sociales siempre tiene un componente aventurero y un tanto heróico, y ese componente es tremendamente poderoso. Pongamos un ejemplo. Cuando era más joven, me reventaba mucho el hecho de que si un chico se liaba con muchas, era un machote, pero si la que lo hacía era una chica, era una guarra y una puta y era necesario arruinarle la vida o, al menos, intentarlo. Bueno, sigo pensando igual, pues me parece uno de los muchos ejemplos de doble moral machista de los que tanto abundan en la piel de toro. Pero, aunque durante muchos años fui activamente contra esa regla, finalmente encontré mis propios buenos motivos para no ir enrollándome con quien fuese cuando me apeteciese, razones personales de las que he hablado aquí, como es el no cosificar a nadie ni cosificarse uno mismo, como es darle al sexo un valor y un significado más profundo a nivel personal siempre que sea posible, etc. Pero, por supuesto, sufrí en mis carnes el castigo social por mi "pecado".

Sin embargo, no todo lo que parece norma social ha de ser necesariamente malo. Los consejos de vieja alimentados de tanta y tanta experiencia tienen un valor. Aún así, uno se siente tentado por el heroicismo del que hablaba antes, por las razones que sea, a desafiar esas normas acertadas, que prefiero llamar sabiduría popular para diferenciar mejor, pues es connatural al ser humano innovar, desafiar lo establecido y tratar de ser el primero y original en algo. Bueno, pues estoy de acuerdo, pero también me parece que, cuando te la das en "to los morros", también hay que saber agachar la cerviz y admitir que, a lo mejor, la experiencia ajena era acertada y todos los cartelitos de peligro que pisoteamos estaban ahí por algo.

Bueno, pues no sé si es acertado o no, se admiten todo tipo de críticas (constructivas), pero esta indiscreción mía no deja de tener al menos una pizca de desafío a las normas morales consciente de que también transgredo la sabiduría de la que hablaba, y sin embargo, no deja de ser una intento didáctico (auto y hacia los demás). Cuento esas cosas desagradables que la gente se suele tragar, porque son tan reales como las otras, las agradables y bonitas. Sería mucho más cómodo saltarse las normas sociales yendo de incógnito, en plan que nadie se entere. Pero así, ejem, digamos que "pierde su gracia", ¿no? No, no es que pierda su gracia. Es que muchos utilizan la discreción para ocultar lo que no está bien de su comportamiento, y yo hago lo contrario. Así, la intimidad pierde su papel de encubridora. Y la indiscreción, tan censurada, puede conseguir que algunas personas se salven.

Y, por cierto, soy perfectamente consciente de que en parte esta indiscreción mía es un claro intento de perjudicar a otros, de hacer daño. No soy tan blanca, o será que la falsa blancura ajena me revienta tanto que no me importa ensuciarme un poco por mor de la claridad, por sucia que llegue a estar.

Lo único malo es que, como tengo conciencia, más adelante me arrepentiré y diré, sí, bueno, pero, a fin de cuentas, podría haberme callado y superarlo de un modo más honorable. Que poco medieval soy en ciertos aspectos, ¿no?

Zirbêth, nadando en aguas turbulentas.