TREN DE CERCANÍAS
Volvía de ver a mi mami en Aranjuez, sentada hecha un rebujillo mientras leía La tarea del héroe, de Fernando Sabater. Es un libro muy interesante sobre ética, pero admito que muy complejo de leer o, al menos, exigente de un estado de concentración alto. Por eso, de vez en cuando releía párrafos en voz alta, para deshacerme de las otras voces que viajaban en compañía en el mismo vagón.
Pese a ello, de vez en cuando perdía la concentración: una carcajada incontenida, alguien subiendo o bajando del tren, el peso de una mirada sobre mí (que resultó ser suya, que curioso, creí que ya no vivía en Madrid) a la que respondí con una sonrisa llena de la serena seguridad que da el saberse por encima de aquellas miserias humanas. Y la distracción que me hizo cerrar el libro y sacar mi cuaderno de notas (uno nuevo, pues dado que estoy atravesando un cambio, más o menos a regañadientes, se imponía una nueva libreta), perdiendo por entero la preciada concentración de la que hablaba más arriba, fue una pintada en un asiento. Las palabras, en rotulador negro, estaban escritas en esa parte del asiento que queda por detrás de las pantorrillas. Me pareció un lugar curioso para una pintada, aunque no me costó nada entender la elección una vez la hube descifrado. Decía así:
En este tren vamos todos. 11-MARZO-2004. Lloro en silencio a los muertos.
Escrito medio oculto, como la pena y la rabia, e incluso el miedo, que debe haber quedado en los corazones de los habitantes de esta ciudad tras el odioso atentado acontecido en un tren de cercanías en Madrid, hace ya casi cinco meses. Porque dudo mucho que alguien los haya olvidado.
Seguí con mi libro pasados unos minutos en los que, lo reconozco, él vello de mis brazos estuvo en pie de guerra por esos mismos tres sentimientos. Y, lo que son las cosas, este fue el pasaje que leí:
Saber que todo es bueno o malo es saber que todo puede ser enmendado, que cada acción perturba el debido equilibrio cósmico -el Bien triunfante arriba, el Mal vencido abajo- o colabora a reimplantarlo, que la actual complementariedad en la propia Ley de bien y mal es transitoria y ha de resolverse finalmente a favor del Bien (Sade pensó quizá que se resolvería en favor del Mal). En cierto sentido, lo que el inevitable optimismo ético sostiene y de donde saca su fuerza para valorar es que el Bien ha triunfado ya, aunque todavía esa victoria no se haya hecho patente a quienes penamos en el valle de lágrimas de la historia. Cuando Sócrates decía que nadie hace el mal a sabiendas, lo que quería decir es que nadie hace el mal a sabiendas de que es el mal, esto es, la opción más débil y ya derrotada: se es malo por la ignorancia del inevitable y definitivo triunfo del Bien. Kant apoyaba la hipótesis metafísica de la existencia de un Dios justiciero y de un alma inmortal precisamente en la necesidad del triunfo del Bien; puesto que tal triunfo es el sentido mismo de la ética, y puesto que en la vida humana o en el mundo que conocemos tal victoria no se manifiesta con la debida contundencia (que supondría el logro de la santidad, la paz perpetua y la adecuada recompensa de la buena voluntad), es postulable la transcendencia en la que lo que debe ser cumpla su promesa. Quienes creen en el advenimiento de cualquier utopía o en el progreso o, aún más sencillamente, en el futuro sea este bueno o malo, son también deudores de la ilusión ética fundamental, que dice así: el conflicto entre el Bien y el Mal ha de resolverse finalmente (lo mismo da que triunfe uno u otro para el caso), pues si no la pretensión moral carece de sentido. A fin de cuentas, el optimismo/pesimismo ético parece sostener implícitamente que la ética es el mejor camino para alcanzar el reino en el que la ética ya no será necesaria, aunque tal reino no sea de este mundo. (Fernando Sabater, La tarea del héroe, Ediciones Destino, 2004)
Ya sólo me queda decir aquello de "a aplicarse el cuento".
Zirbêth
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