VIAJE HORRIPILANTE
Cuantos días sin escribir, madre mía. Bueno, a ver si ahora que he desembarcado en Númenor me dedico a escribir de vez en cuando, aunque no sé, no sé, seguro que Su Bajestad me enmarrona en cuanto me descuide.
Pero a lo que iba. El viaje de Valinor a Númenor (léase de Brighton a Madrid) fue pesado como pocos. A eso de las seis cuarenta de la mañana nos levantamos para no perder bajo ningún concepto el bus al aeropuerto, pues temíamos posibles embotellamientos camino a ese autobús llendo en el de línea. Así que a las ocho y veinte ya habíamos llegado. Esperamos hasta las nueve y todos menos yo durmieron en el trayecto al aeropuerto. Odio las despedidas. Me había dado la llorera la noche anterior y me volvió a dar en el aeropuerto, delante de todo el mundo, sin importarme un pepino que aquello, para los flemáticos ingleses, fuera algo no sé si inadmisible, pero si muy exagerado. Me calmé usando un método autotradicional: meterme en una librería a ver libros que no me podía comprar. Distraer la mente de todos esos pensamientos desgarradores extremistas de pérdida por un interés despistado y confuso en las páginas llenas de palabras que otros vertieron, vaya usted a saber, si en un estado anímico similar al mío en aquel momento.
Por fin, nos llaman para coger el avión. Tras chuparnos una cola considerable, nos sentamos en asientos separados (dos y uno, al otro lado del pasillo) y esperamos. Esperamos, cinco minutos, diez, veinte... "Señores y pasajeros, lo que creíamos una avería en el sistema de aire acondicionado a resultado ser algo más serio, un fallo en el sistema de ignición del motor del avión, por lo que nos vemos obligados a cambiar de avión para garantizar su seguridad...". Me parece bien, no quiero caer en el mar sin llevar mi abrelatas para irme nadando. Lo que ya no me parece tan bien es que, sin el aire acondicionado, antes de cambiarnos de avión nos mantengan sudando la gota gorda otros treinta minutos en el avión. Eru, que cruz.
Por fin, nos sacan de ese avión y nos sueltan en los pasillos del aeropuerto para que volvamos a la sala de espera. No sin cierto desconcierto y despiste, llegamos por fin a la citada sala y, ya sin material de lectura (porque me había casi acabado el libro que llevaba en la espera en el primer avión), cedo a la tentación y me agencio La dama de blanco de Wilkie Collins, en la librería por cuatro económicas libras. Salgo corriendo al avión, que nos han llamado cuando había decidido interrumpir la captura cultural para ir al baño en plan emergencia (muchos tardan minutos en el baño para desacerse de los residuos sólidos, pero yo, entre el apretón y la liberación, la verdad, tardo escasos segundos) y nos chupamos otra cola, con la mala fortuna de volver a sentarnos en disposición similar a la anteriormente comentada. Pero bueno, salí ganando, ya sólo tenía un crío delante, y no delante y detrás y a los lados... En fin, que nos sentamos y empezamos a esperar cinco, diez, quince, veinte minutos, y yo comienzo a sospechar que quieren volver a cambiarnos de cacharro. Pero no, es que en el ajetreo del cambio de avión, un pasajero de edad avanzada se ha perdido y no lo encuentran por ninguna parte. Pobre señor, o señora, que lo de elderly passangerno acaba de dejar claro el género del sujeto perdido. Y digo pobre, porque tras media hora de espera nos fuimos sin pero, imagino, con su equipaje... Que desastre.
Normalmente, a los aviones de easyjet los llamo cariñosamente aerobuses, pero esta vez aquello era una chatarra ruidosa y bamboleante, aunque por supuesto parte de la culpa del bamboleo fue de ese evento meteorológico consistente en alternar aleatoriamente capas de aire frío y caliente que se mueven caprichosamente y parece que a veces el avión se estuviese cayendo. Pero los ruidos de los alerones eran todo mérito del avión. Del cascajo, quiero decir. Así que, con un retraso de sólo tres horas largas, llegamos por fin a la calurosa Madrid (casi todo el trayecto durmiendo) y tras pasar por Alcorcón, nos fuimos a Armenelos. Allí, con los padres del Virrey, Su Bajestad en personas y las infantas, nos echamos unas risas y cenamos felizmente, hasta que a eso de las once y media nos llevaron a Orthanc a Su Bajestad y a mí. Tharkas se quedó a dormir conmigo y tuvo la gentileza inconsciente de no roncar ni mugir aunque, eso sí, no nos dormimos hasta casi las cuatro.
Hoy, a eso de las siete y media de la mañana, Saruman ha venido del trabajo y, tras dormir hasta la una y media, nos hemos reunido y comido y demás. Y como esto no le va a interesar a nadie, me callo y dejo este post de desembarco.
Quedan por delante visitas, excursiones, risas, partidas de rol, mimos de mi mami y lo que se tercie, hasta que el Virrey vuelva y tras nuestro breve reencuentro yo tenga que partir para Valinor, aunque no me apetezca nada, que ya lo veo venir.
Zirbêth
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