viernes, julio 30, 2004

O LO DIGO O REVIENTO

Vesania es una de mis blogueras preferidas. Me encanta como escribe, las cosas que se le ocurren, que no se corta por aquello que yo a veces me corto de no querer molestar o preocupar a nadie (aunque se me está pasando) o por no pasarme de íntima en mis mensajes, que mucha gente que conozco puede leer este blog y no todos son de ese nivel de confianza. (Por cierto, que a lo mejor es sólo sensación mía y por comparación).

Pero a lo que iba. Leyendo a Vesania me encuentro una lista de cosas que dice odiar y, dado que me gusta como escribe y quiero pensar que en parte ese gustar puede deberse a que haya similitudes en nuestro carácter, y como lo de leer blogs da la sensación de que conoces a esa persona íntimamente y que es tu amiga (aunque no la hayas visto en tu vida ni hablado con ella), pues piensas, yo pienso, que quiero caerle bien y tal. Y entonces te encuentras en la lista esa varios defectos y dejes odiados por ella que tu posees y ostentas, en algunos casos, con cierto orgullo. Y yo me digo, vaya, y absurdamente me siento extraña e insegura, aunque por otro lado me sale una de esas sonrisas de medio lado, burla interna de apariencia externa, porque vaya tontería, ¿no? Si me conociese a lo mejor en mí esas cosas, para ella, se volverían secundarias, porque una tiene otras facetas de carácter aparte de esas marcadas como odiosas en su lista. En fin, absurdeces varias.

De esa lista, se me han quedado marcadas dos o tres cosas que decía por las razones ya enumeradas más arriba. Una es que no le gustan las personas que exageran sin motivo (punto 24 de la lista). Y a mí, como he vivido en Andalucía, se me ha pegado lo de exagerar y lo utilizo como recurso estilístico (sin estilo ninguno) al hablar y al escribir. Sobre todo si estoy tratando de ser graciosa (cosa que según cierta persona no consigo casi nunca).

Lo segundo es lo del punto 29 y los acentos: ¿qué le voy a hacer si se me pega el modo de hablar de la gente? Basta con que pase una tarde con mis amigas peruanas para que me tiré luego entonando las frases y soltando ¡ay carajo! durante días. Y me gusta porque es algo que heredé de mi abuelo, que era una de esas personas con la capacidad de ponerse a la altura de la persona con la que hablaba, ya fuese adulto, niño, catedrático o barrendero, como modo incosciente de empatía. Me siento muy orgullosa de esas pocas cosas en las que me parezco a mi abuelo. Algún día hablaré de él.

Lo tercero no está en esa lista (he estado repasándola), sino en algún otro post. Comentaba que le fastidia, que no soporta a la gente que huele la fruta en los supermercados y la deja si no huele bien. ¡Yo hago eso! Pero, coño, es que me jode intensamente pagar una fortuna por fruta madurada a porrazos o directamente no madura, que no sabe a nada cuando te la metes en la boca. Y me acuerdo otra vez de mi abuelo, que me enseñó a distinguir la buena fruta de la mala, como los melones y las sandías (ninguna de las dos oliéndolas), y que la fruta hay que comerla cuando huele bien y que da igual que tengan gusanos, porque a fin de cuentas los gusanos se han alimentado de esa fruta, así que probablemente sabrán como la fruta. Y si están muy creciditos, en fin, pues quítalos. Como con los seres humanos, el aspecto externo es mala guía de decisión a la hora de acercarse a ellos. Mejor catarlos de algún modo en cuanto a lo que de verdad cuenta, el cerebro.

Así que, seguramente, seguiré imitando acentos sin darme cuenta, seguiré exprimiendo el aire de la frutería antes de decidirme por lo que sea que vaya a comprar (cómo los melocotones de hoy), me limaré las uñas donde me pille que me las rompa si llevo lima (o sea, casi nunca) y seguiré exagerando por diversión, aunque eso no sea un buen motivo.

Pero, sobre todo, seguiré esperando impaciente cada escrito de Vesania.

Zirbêth