SUPERVIVIENCIA SIGLO XXI
El otro día fuí a comer a un sitio de esos mal llamados de cómida rápida (deberían llamarse basura rápida), este algo menos malo que los acostumbrados "Mugreking" y "McMierda", pues el plato fuerte son baguettes y la mía, al menos, llevaba verdadero jamón y queso brie.
Pero bueno, a lo que iba. Después de comer y mientras algunos rezagados terminaban de deglutir sus viandas, fui al baño. Curiosamente, para poder entrar necesitabas una contraseña que debías pedir en caja primero e introducir después en el teclado hallado junto a la puerta del servicio. Una vez cumplidos estos requisitos, empujé la puerta y, para mi sorpresa, una cabeza de mujer salió un segundo por la rendija de la puerta entreabierta. "¿Puedes esperar un momentito?".´"Cómo no", contesté yo. Pero el momentito se fue alargando y se convirtió en casi diez minutos. Estaba ya empezando a mosquearme, porque cuando tengo que ir, de verdad, tengo que ir (como ya comenté en otro mensajillo anteriormente), cuando la señora volvió a asomar la cabeza y me dijo, "pasa ya si quieres".
Pasé y comprendí la tardanza. Se estaba secando en el secador de manos. Secando todo el cuerpo, incluída la cabeza. También, en una bolsa a sus pies, pude ver ropa húmeda y en el lavabo restos de jabón en polvo. Esta mujer, que al mirar con más detenimiento pero sin perder el recato, constaté como pequeñita, algo desnutrida y entrada ya en los cuarenta, había estado pseudoduchándose y haciendo la colada en un baño público. Cuando salí del bañó, ella siguió allí, entregada a su higiene personal, sonriéndome tímida y abrumadamente.
Tal vez, otra persona se hubiera ido directa a hablar con el encargado para notificarle que una persona con aspecto de indigente estaba usando el baño de la bocadillería a modo de lavandería y baños públicos. Yo, me fui feliz y constatando, una vez más, lo adaptable que es el ser humano. Desconozco las circunstancias que llevaron a esa mujer a tener que lavar su ropa y asearse en los servicios públicos de una multinacional de la comida rápida, pero me alegré de que fuera así. De que no se resignase a ir sucia por la calle, a que el sistema la halla dejado fuera de lo que podemos llamar la sociedad bien vista.
Debí escribir esto hace varios días, cuando volví a casa después de ese día en Madrid, con la indignación de las personas viviendo en cartones en condiciones tan lamentables, lo poco segura que es a cualquier hora del día, asqueada de lo sucia que está mi ciudad, de que al llegar a casa mi sudor fuese una espesa capa de ollín gris pegajoso y maloliente a tubo de escape y aire acondicionado. Debí escribir esto cuando llegué a casa, con esa especie de sonrisa compensatoria, pues el sistema había sido burlado, al menos un poco, y una mujer se estaba beneficiando del sistema a espaldas de éste.
Me sentí muy afortunada por tener una casa a la que volver esa noche, una ducha en la que meterme y una cama en la que dormir, amén de un desayuno apenas me levantará. Y eso que sólo me estaba comparando con una indigente de Madrid, y no con una mujer de las que viven (y mueren) estos días en Nayaf, Iraq.
Zirbêth
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