lunes, julio 12, 2004

LAS PERSONAS QUE NO HE SIDO (II)

Las prácticas de Magisterio fueron uno de los pocos aspectos verdaderamente gratificantes de mi paso por la carrera de maestra. La verdad, hubo pocas asignaturas en las que disfrutase, pero debo decir que no siempre fue que las clases fueran tediosas o malos los profesores. Perdí bien pronto todo interés en los estudios. En cuanto se demostró que, como en el instituto, había que esforzarse por cosas que no me interesaban. Aun así, llegué a sacar buenas notas en algunas asignaturas y a disfrutar mucho de la compañía de algunos de mis profesores. Supongo que no me atraía mucho la carrera que escogí, mal escogida desde un principio, porque mi criterio fue precios, nota de corte y que fuese sólo de tres años, pese a lo cual me las apañé para que las últimas tres últimas asignaturas me llevaran más del triple de esa cantidad. Unido a mí poco interés estaba uno de esos tópicos del mundo actual: divorcio de mi madre y efectos colaterales. Además, le cogí verdadero odio a una asignatura o, debería decir, al profesor que la impartía. ¿Nunca habéis percibido la maldad y estupidez en un ser humano a las pocas horas de conocerle? Bueno, pues aparte de mis instintos, los hechos apoyaban mi “postura” (por darle un nombre).

Muchas de las horas en que debí haber estado en clase o estudiando, las pasé en los rincones llenos de polvo de una librería de cómics y ciencia ficción. A las tropecientas colecciones de superhéroes que seguía y compraba conforme conseguía dinero (y llegué a tener más de seiscientos cómics entre las colecciones y las series limitadas), podemos añadir todos los cómics para adultos, para niños, manga, libros de fantasía, juegos de rol, novelas históricas, etc., que me leí sentada en un rincón, sobre la mochila o el casco de la moto. También por esas fechas pasaba muchas horas en universos paralelos, de aventuras con otra panda de malos estudiantes (no por las notas, sino por los hábitos de asistencia a clase), ya fuese en fantasías medievales o futuristas, en pleno victoriano siglo XIX o en el presente, siempre escondidos entre las paredes del dormitorio de uno de nosotros o en las clases vacías de algún edificio universitario. Pero mejor no hablar de esas otras vidas, que me pongo nostálgica (Drunna, Claudia Daumas, Marina, Hula, Lorelein, Arlin de Vries, y tantas, tantas otras…)

El cuarto año de magisterio me matriculé en Historia. Tantas lecturas a horas inapropiadas se dejaron sentir irremediablemente. El primer año de Historia fue el más prolífico e intelectualmente feliz de mi existencia hasta ese momento. Me levantaba todos los días a las seis y media de la mañana para coger el autobús de las seis cincuenta. Llegaba a Granada a eso de las siete y poco (vivía en un pueblecito) y, ya fuese sola o en compañía de Olmo, me iba andando a la facultad, que estaba a una distancia respetable dentro de los cómputos de la ciudad de Granada. Solíamos llegar justo para la clase de las ocho y, entre clases, biblioteca y cafetería, raro era el día en que volvía a mi casa antes de las diez de la noche. Fue el año en que fume Marihuana y la planté. El año en que me enamoré por primera vez de algo que no fuese un ser humano. Sin embargo, el segundo año de carrera fue un desastre. No porque mi interés hubiese desaparecido o cambiado. Fue El Año de la Enfermedad. Aún me parece un milagro que consiguiese asistir a ciertas clases y aprobar las dos asignaturas que aprobé. Me costó todo el año recuperarme de aquello y, aun así, necesité irme de Granada para poder superarlo del todo. Si es que alguna vez llegué a superarlo de verdad…

Cuando me mudé a Madrid, la búsqueda de empleo y las frustraciones laborales se convirtieron en la rutina. Hasta entonces había estado viviendo con mi madre, así que no trabajar sólo significaba no poder hacer nada que requiriese dinero. Viviendo en Madrid, la cosa era bastante diferente. Conté con la ayuda de grandes amigos para salir adelante los primeros meses, por no decir años. Con algunos de ellos aún estoy en deuda, debo decir. No, no me he olvidado. En mi búsqueda de empleo sucedió una cosa que jamás me hubiese creído si alguien me hubiese sugerido que pudiese ocurrir. Puse un anuncio en el periódico ofreciéndome como correctora de textos… ¡y me respondieron! Estuve corrigiendo traducciones y llegué incluso a traducirlos yo alguna vez (que barbaridad, que valor le eché, y que morro) para un periódico que algunos conoceréis llamado La Farola. ¡Incluso me concedieron el privilegio y placer de hacer entrevistas a cantantes y futbolistas, y de hacer mis propios artículos sobre autores como Balzac! Disfruté mucho, muchísimo, de verdad. Una pena que la estabilidad del periódico y de mi puesto fuesen tan… no fuesen. Vamos.

Más tarde, a través de un amigo, conseguí un trabajo en una editorial. El puesto no era muy excitante, pero me daban libros de vez en cuando y conocí a dos personas que me encantaron, ambos respectivamente hombre y mujer, director y subdirectora (¿o era redactora?, no me acuerdo) de la revista que editaba la editorial. Muchos dirán que es el trabajo más serio, más “de verdad”, que he tenido nunca. Desgraciadamente lo perdí. ¿Desgraciadamente?

Los siguientes años han sido cada vez mejores. Traduciendo desde casa, disfrutando con un grupo de teatro, volviendo a las andadas roleras esta vez en vivo, conociendo a la gente de Númenor. Y dando un salto mortal y cambiándolo todo, de nuevo, al irme a otro país. Muchos dirán que se me escapó el corazón y no me quedó más remedio que salir corriendo tras él. Entre esas personas, estoy yo, por supuesto.

(Continuará)

Zirbêth