LA BODA
Ayer se casaba una amiga de y en Brighton. Me levanté por la mañana y descubrí que mi compañera de piso había enviado mi adaptador de corriente a un universo paralelo y caótico y no pude ni depilarme las piernas ni secarme el pelo. Traté de localizarla en su móvil, en casa de la novia y en casa de otra amiga, así como en todos los móviles de que disponía. Nadie respondió al teléfono. Se me quitaron un poco las ganas de ir a la boda. Pero como hacía buen día (según los estándares de este país), me fui en bici a ver si encontraba algo que ponerme para la boda. Hacía el consabido viento en contra y por el camino me sucedieron dos cosas. La primera es que, al pasar junto al videoclub, tuve una visión de las dos películas que tenía que devolver tiradas encima de la cama. Maldije mi despiste y asumí que debería volver más tarde. La segunda es que, según me acercaba a la línea de playa, decidí acercarme a donde la novia suele poner su puesto de collares, anillos, bolsos y demás encantadores artículos de manufactura peruana. Como era de esperar, no estaba, así que me dirigí a su casa. Nadie respondió al portero automático, así que me fui a casa de mi tercera amiga. Tampoco nadie contestó. Así que dejé la bici aparcada y me metí en las tiendas baratas de rutina, a ver si encontraba algo no muy caro que comprarme. En menos de media hora había terminado, si es que a decidir que no había nada de precio siquiera razonable se le puede llamar terminar.
Me fui a por la bici y me acerqué, esta vez con el viento a favor pero algún tipo de festividad peatonal en contra, a una de mis tiendas favoritas de Brighton. No, no tengo ni idea de cómo se llama, pero venden cosas de la India. Estuve mirando esa ropa llena de colores brillantes, abalorios e hilos dorados, preguntándome una vez más porque a mí, que visto siempre que puedo de colores pasteles y prendas de un solo tono, me atrae tan poderosamente este arco iris foráneo. Los precios eran prohibitivos, cosa del verano (je), pero aún así me acabé probando un traje oriental. Decididamente, no están hechos para mi complexión norte-europea (abuelos “alemano-alpujarreños”): las caderas del vestido quedaban en mi cintura, y eso que de largo me estaba bien. Casi no me cabían los brazos. Me miré al espejo y me dije, una vez más, “He engordado”.
Al salir de la tienda el clima había vuelto a su verdadero ser (nubes, lluvia y frío), así que cogí la bici y, tras atravesar lentamente las calles atestadas de mesas de bar y gente celebrando la llegada del verano, pasé victoriosa junto a la tienda de cómics y me fui a hacer la compra. Conseguí gastar sólo diez libras y me fui a casa cargada como un burro. Antes de que la cosa fuera a peor y mi vagancia a mayor, agarré las pelis y me fui, otra vez contraviento, al videoclub. Un cartel de “Back in 5 minutes” me sonrió desde la puerta, y me armé de paciencia a esperar. Diez minutos más tarde decidí que me largaba, porque volvía a llover y el viento me estaba helando el sudor en la piel. Llegué helada a casa, encendí el ordenador mientras dejaba de sudar y, tras comprobar una vez más que no tenía correo, fregué los platos, los míos y los de cierto compañero de piso que es un guarrete y los deja allí durante días y semanas (no queréis saber como está la bandeja del horno…), me hice una macroensalada y me metí en la ducha.
El agua caliente se llevó el frío y las pocas ganas de ir a la boda que me pudieran quedar. Seca y metida en un pijama calentito, me senté al ordenador mientras engullía una ensalada que se me estaría repitiendo hasta la mañana siguiente, aunque eso aún no lo sabía. Miré al reloj. Aún quedaban dos horas para la boda. Pensé en volver a llamar a todas mis amigas para ver si me animaba a ir o si me disculpaba, pero en mi cerebro una idea iba tomando forma. O, para ser más exacto, iba precipitando una idea. Una idea que debía haberse estado paseando en la bici conmigo por las grises calles de Brighton. Una idea y un deseo.
Una amiga me sorprendió por internet cuando ya había empezado a escribir, pero no resultó ninguna interrupción, sino más bien una ayuda catalizadora. La idea está ahora a medias en este blog, a medias en mi cabeza. El deseo está tomando forma en las páginas de una libreta y pronto, con toda la relatividad que esa palabra implica, podréis leerlo.
Por supuesto, la boda tuvo lugar sin mi asistencia. Hubiese estado totalmente fuera de lugar y sé, por experiencia, que las servilletas no son muy buen receptor de la palabra escrita.
Zirbêth
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