lunes, mayo 07, 2007

SAL

El verano sabe a sal. En las ensaladas, en el gazpacho, en los boqueroncitos fritos. Pero sobre todo en el sudor.

Distinto del de invierno, que es más dulzón, menos intenso. Notar las gotas corriendo por el cuero cabelludo hasta alcanzar la nuca, y derramarse lentamente por las sinuosidades de la espalda, para acabar esparciéndose en una gota de color en la ropa. Tanto calor que las cejas dejan de contenerlo, y sientes ese familiar escozor en los ojos, y parpadeas más que si llevases el sol de frente. Tanto sol que las diminutas perlas florecen sobre el labio y se unen, condensadas, para atravesar los labios y alcanzar, calientes, la punta de la lengua. Ya a la sombra, la piel se seca, pasas los dedos por la frente y puedes sentir los suaves y diminutos granos de sal, que se adhieren a las llemas de los dedos, los tuyos, los de él. Y la sal, al lamerlos.

La sal, en todo el cuerpo.

Zirbêth.