HILOS DE PLATA
Cuando despertó... Bueno, si es que se puede llamar a aquel abrir de ojos tras la más absoluta oscuridad. Cuando despertó, lo que sus ojos pudieron captar fueron unos hilos de plata tras una cortina borrosa rojiza. Aquellos hilos le hacían cosquillas en el restro, en el cuello, en los labios. No trató de moverse, pues algo le decía que eso, moverse, ya no iba a tener el mismo significado. Nunca más. Cuando se rió, su risa le sonó distante y extraña, como esos sonidos lentos y graves que se escuchan bajo el agua. Pero no sentía humedad alrededor. Tan sólo las cosquillas causadas por lo que parecían ser hilos de seda.
Cerró los ojos de nuevo, y sintió como levantaban su cuerpo y era llevada a través de un pasillo largo hasta una estancia caldeada donde sonaba una música suave y lenta. Por alguna razón que no quería encontrar, aquel dejarse llevar sin oponer resistencia le parecía lo más natural del mundo. Se dejó desvestir por aquellas manos que sólo conocía por el tacto, obstinada como estaba en no abrir los ojos. Cuando sintió alrededor el agua caliente, casi hirviendo, un escalofrío recorrió su cuerpo y, entonces, escuchó una voz que le decía:
"Abre tus nuevos ojos, hija, y contempla a tu padre".
Zirbêth.
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