miércoles, junio 22, 2005

LA FUGA (II)

Esta fue más gorda, lo reconozco. Vamos, que me da un poco de cosa contarlo, vaya a que alguien en esa edad que yo tenía le de por imitarme y la historia acabe en tragedia. En fin, no creo. La mayoría andará jugando en red, viendo la TV o vaya usted a saber qué. Pero empecemos bien, es decir, con unos cuantos datos para ponernos en antecedentes.

Cuando estaba en octavo de E.G.B, creo, tuve mi primer noviete. Sergio había venido a vivir a mi urbanización unos meses antes y nos habíamos hecho amigos primero y confidentes más tarde. A mí me gustaba Eduardo, mi amor platónico desde los nueve años, y él creo que andaba coladito por no sé qué chica de la urba. El caso es que, claro, hablábamos tanto y pasábamos tanto tiempo juntos, que acabamos saliendo. Por supuesto, eso de salir no era más que ir juntos a todas partes y sentarnos muy pegaditos. Al menos, al principio. Pero la cosa es que estuvimos juntos mogollón de tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que teníamos trece o catorce años.

Pero cuando ya llevábamos siete meses, llegó la bomba: nos mudábamos a Córdoba. Eso fue allá por octubre o noviembre, y se suponía que me iba para navidades. Fue un palo, sobre todo el decírselo a él. Malditas las ganas de irme a ningún sitio, pero es lo que tiene ser menor y depender de tus padres. Así que se lo conté y... No recuerdo ni cómo ni cuando se lo dije, ni siquiera cuál fue su reacción. Pero al cabo de poco, cortó conmigo. Ya sé que se puede alzar una ceja escéptica ante la siguiente afirmación, pero la verdad es que le quería mogollón y me dolió mucho. A veces me pregunto qué hubiera pasado de no mudarme. ¿Habríamos sido de esas parejas que empiezan a los catorce y se casan y siguen superenamorados? En fin, mejor de dejo de "futuribles".

Sin embargo, al final resultó que no me iba. Mis padres decidieron que me quedase el resto del curso allí, viviendo con mis tíos. Y cuando pasó un tiempo, me dijo que quería volver y que la única razón por la que había cortado fue porque le dolía que me fuese y quería terminar con ese dolor lo antes posible. Pero yo ya no quise, que se le va a hacer.

Durante meses después de irme a Córdoba, pasaba el tiempo diciendo "Me quiero ir al Puerto, me quiero ir al Puerto, me quiero ir al Puerto...", como la Lola de la canción, aunque ella se iba de verdad, creo. Tanto, tanto deseaba volverme, tanto le añoraba a él y al resto de mis amigos, que acabé fugándome una noche. Una amiga del instituto me dejó dinero para el billete de tren, lo planeé todo para asegurarme de que la noche de la fuga El Capullo estuviese de turno de noche y no me pudiese pillar. Mi mami (hola, mamiiii) tenía el sueño muy pesado, así que contaba con que no se diese cuenta. Y mi hermana era demasiado pequeña para que se coscase de nada de nada. La tarde antes me compré el billete y a eso de las tres de la mañana me fui de casa todo lo silenciosamente que pude. De hecho tanto, que cerré mal la puerta. Me fui andando hasta la estación y cogí el tren de las cuatro de la mañana. Llegué justo a la hora de entrar a clase.

Mi instituto en El Puerto de Santa María estaba justo al lado de la estación de tren. Así que me dirigí directamente a la puerta por la que yo sabía que entraban mis amigos, los cuales, al vivir tan lejos y depender de autobuses, siempre o casi siempre llegaban un poco más tarde. La cara de sorpresa que pusieron fue digna de ver. Alguien murmuró un "¿Y tú qué haces aquí?". Otros me saludaron, aún somnolientos. Y él se quedó de piedra.

No os voy a contar el resto de la visita. Sería demasiado largo, y el post ya lo está siendo sin necesidad de pormenores. Me lo pasé genial, disfruté muchísimo y, pese a lo que pasó después, sigo pensando que mereció la pena. Antes de coger el tren de vuelta, coincidiendo con uno de mis supuestos recreos en el instituto, llamé a casa y le dije a mi madre que iba a estar haciendo no sé qué de los scouts y que llegaría algo tarde. Creo que llegué a Córdoba a eso de las seis y, claro, me fui directa a casa de mi amiga a contarle mi aventura. Ese fue mi error. Me quedé hasta bien entradas las ocho y cuando llegué a casa, me calló la del pulpo.

Agaché la cabeza, dispuesta a asumir mi culpa, y dejé que me gritarán y tal... ¡hasta que me di cuenta de que me estaban acusando de algo que no había hecho! Resulta que un compañero de trabajo de mi padrastro, El Capullo, me había visto en horas de clase, a eso de las doce (o tal vez no, tal vez fue más tarde, después, claro está, de mi llamada a casa para avisar de que me retrasaría), dándome el lote con un chico en no sé que plaza o parque. Así que este había llamado a mi padrastro, que a su vez llamó al instituto (¿o fuiste tú, mami?) para ver si yo había faltado a clase y, claro, le dijeron que sí.

Yo alucinaba. Pese a la enorme bronca que me estaba cayendo, una parte de mí se sentía de lo más divertida. Porque, evidentemente, yo no había estado en ningún parque, plaza o lo que fuera, dándome el lote con ningún chico. Y me acordé de Yolanda, una chica de mi instituto que podía perfectamente pasar por mi hermana (más que la auténtica, porque no nos parecemos nada), y me la imaginé liada con su novio y escaqueándose de clase. Lo que son las casualidades. Así que me puse a tratar de convencer a mi madre de que no me había liado con nadie ni me había escapado del instituto para algo tan absurdo. De hecho, si no recuerdo mal, era la primera vez en mi vida que hacía pellas (al menos, de más de una hora). ¡Aunque le confesé la verdad, no me creía! Después de un rato discutiendo, me fui a mi cuarto y saqué los billetes de tren. Era la segunda vez que la cara de alguien me miraba con estupefacción e incredulidad y, pese a los gritos que siguieron, y a la bronca y el castigo, la verdad es que no conseguí que se me borrase la sonrisa de la boca.

Me gustaría decir que me arrepiento, pero estaría mintiendo. Ahora lo veo y pienso, "por Eru, Zirbêth, que mal rato debiste hacerle pasar a tu mami", y comprendo que me pasé tres pueblos y que fui temeraria e irresponsable. Pero necesitaba de verdad ver a mis amigos, los echaba terriblemente de menos y aquello me pareció toda una aventura. Pensad que sólo tenía quince años y, bueno, no se me ocurre ninguna buena razón para justificarlo.


Zirbêth, running away.

Pd/ Nunca le devolví a mi amiga su dinero, soy lo peor de lo peor. A ver si algún día la encuentro. Se llamaba Elena.

Pd2/ A Yolanda y a mí siguieron confundiéndonos una temporada, hasta el punto de que a veces nos llamabamos la una a la otra por el nombre de la otra.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Toda una aventura, sobre todo a los 15 años. Tuviste tu dosis de libertad. A mi ahora me hace falta eso, cambiar de aires, un giro de 180º, al menos por unos días. Intentare hecharle el valor que tu tuviste. Al menos no tengo que pedir dinero, con cojer el coche me basta, la cosa es ?donde me voy?

9:29 a. m.  
Blogger Aldebarán said...

Sí, fue toda una aventura, pero no entiendo la necesidad de justificarlo. Se entiende que siendo menor no se miden las consecuencias de nuestros actos, pero para eso es la adolescencia ¿o no?
¡Vaya quinceañera aventurera que resultó la futura Blanca Dama!

4:22 p. m.  
Blogger Devon Kentao said...

:: si... que divertido... me encantó este post (directo al archivo) ;) ...

y qué... luego de eso se acabaron las aventuras o hay más...???

venga, venga suéltalas... :P ::

11:43 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home