FIRMA
Aunque sé ser todo los educada y respetuosa que haga falta, la verdad es que ansío el tuteo, ese que hace que las personas se vean como iguales pese a las diferencias que pueda haber de edad, economía, sexo, cultura, etc. Que un chaval me hable de usted o me llame señora me descorazona. Menudas barrera y etiqueta, así, de un silabazo, me han impuesto. El respeto no tiene nada que ver con que me llamen de usted: pueden usar las fórmulas lingüísticas más adecuadas, pero estar faltándome el respeto del modo más miserable y absoluto.
Pero hay que entender que no es así para todo el mundo, especialmente cuando nos dirigimos a personas de más de cincuenta y sesenta años. Así que, pese a mis preferencias, cuando por fin me toco tras larga espera en la cola, me dirigí a él con ese trato en parte deferencia y en parte respeto miedoso. Nunca antes me había atrevido a hacer algo así, y no iba en absoluto preparada ni predispuesta. Por eso, cuando descubrí que ambos estábamos en el mismo lugar y tiempo, me gasté los pocos cuartos que llevaba en una copia de la novela con la que le había descubierto y que tanto me había gustado (maravillada se acerca más al estado en que me mantuve durante los días que duró la lectura). Ya la tenía en casa, me hubiese gustado que fuese ese ejemplar que ya había leído dos veces el que me hubiese firmado. Pero no pudo ser y, por una vez, sentí el deseo de acercarme y conseguir su dedicatoria.
Por supuesto, no es lo mismo que cuando la dedicatoria es tras una buena conversación, en la que has tenido tiempo de conocerle un poco y dejarte conocer, de que de verdad le hayan entrado ganas de decirte algo que sea digno de una dedicatoria. Ya he dicho que nunca lo había hecho y, salvo ese día, nunca más lo he vuelto a hacer, por el momento. Pero, no sé, la sangre me burbujeo, el corazón me latió cual traqueteo de tren y me coloqué en la cola para conseguir su libro firmado.
Mientras esperaba, mis pensamientos saltaron más que los electrones de un átomo ionizado. ¿Que le voy a decir? Este señor, con tatos años, con tanto escrito, con tanta vida y tantas colas de lectores a sus espaldas, ¿qué no habrá escuchado ya? Finalmente llegó mi turno. Estaba muy nerviosa y decidí que, dado que la originalidad no era una opción viable, la sinceridad era mi mejor alternativa:
"Muchas gracias por haber escrito este libro tan maravilloso", balbuceé, nerviosa, con la trava luengada, sudando de emoción y calor (la Feria del Libro de Madrid suele ser una sauna). Y él me miró, sonrió y soltó una ligera carcajada. "De nada, ha sido un placer". Luego plasmó su rúbrica en mi vergonzosa edición recién comprada de "La vieja sirena", y yo me fui de la cola como flotando de felicidad pero con la amarga sensación de que mis palabras sonaron torpes y dudando mucho que las fuese a recordar.
Pero mira, por ahí lo tengo, creo, en alguna de mis cajas atestadas de libros. José Luis Sampedro me dio la mano y me firmo en mi nueva edición de "La vieja sirena", que ya en el tren de vuelta a casa fui leyendo, a modo de homenaje y para saborear, una vez más, la magia de sus páginas.
Zirbêth.
1 Comments:
Uhmmm...llegué aquí más o menos por culpa del blog de Azelaïs.
No me gusta comentar a gente que no me conoce, a la que no conozco...pero no puedo evitarlo.
Adoro la historia de la Vieja Sirena, a pesar de que sólo la leí una vez.
¿Recuerdas el post de Azelaïs sobre música y recuerdos?
Leí La Vieja Sirena en mi Viaje de Fin de Curso, en COU. Me la prestó un compañero, porque me aburría en el autobús, así que, cada vez que me pierdo en los recuerdos de una tarde en Siena, aparece la Sirena.
Me has dado ganas de volver a leerlo.
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