lunes, marzo 28, 2005

UN POQUITO MÁS (ME HA QUEDADO LARGUÍSIMO...)

La Asamblea General proclama la presente Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.

Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Artículo 2
1. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
2. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.


Creo que la clave está precisamente en estas palabras: "promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades". Cuando en el primer artículo se afirma que debemos tratarnos fraternalmente, pues estamos dotados de razón y conciencia, no hay que pasar por alto el hecho de que razón y conciencia son en buena medida potencialidad a desarrollar y que sin una educación responsable y cuidada no se puede lograr alcanzar dicho desarrollo.

El problema está en que ese objetivo es difícil de alcanzar, y sólo se conseguirá hacerlo a largo plazo. En esta sociedad de consumo nuestra tan obcecada en la satisfacción rápida de los deseos y caprichos, buena parte del sistema está centrado y dirigido a hacernos creer que conseguir lo que queremos lo antes posible es lo más importante. Siempre y cuando, claro está, eso que queramos sea algo que produzca beneficios económicos a corto plazo para quienes pueden proporcionar la satisfacción del deseo. Un coche nuevo, que te aseguran puedes tener inmediatamente al cómodo precio de hipotecar varios años una parte de tu sueldo, es decir, de hipotecarte tú con lo único que te pertenece (y no te pertenece): tu fuerza de trabajo. Pero si lo que quieres es algo más abstracto, algo que no sólo no hace ganar dinero directamente a alguien, como por ejemplo mejorar las condiciones de seguridad de los trabajadores en una fábrica, entonces el mensaje generalizado es que aquello es poco menos que imposible.

Me parece la pescadilla que se muerde la cola, ya que el truco parece estar en convencer a la gente de qué es posible y qué no. Lo que creemos representa un papel muy importante en nuestra vida. Es base de nuestra personalidad y nuestros actos o no actos están íntimamente ligados a nuestras creencias, expectativas y costumbres. Marina lo expresa muy bien:

Comenzaré estudiando las creencias. Con este nombre designo la representación básica del mundo mantenida por la memoria. [...] Lo importante es que [las creencias] son hábitos mentales, que funcionan con la misma constancia que los hábitos musculares, por ejemplo. Un tenista utiliza sus creencias motoras como un budista utiliza sus creencias religiosas. Ambos han modificado mediante el aprendizaje su manera de responder ante una situación. A estos efectos, la contundencia de una conclusión o de un smash no se diferencias apenas.
La memoria personal -híbrido de fisiología e información- es el núcleo duro de la personalidad. Incluso los conductistas interesados en la evaluación conductual han admitido la idea de personalidad, considerándola no como una substancia subyacente a las conductas, si no -en expresión de Wallace- "como un repertorio de respuestas", concebida, pues, en términos de habilidades o capacidades de respuesta aprendidas.
[...] Los libros de divulgación terapéutica -que en su mayor parte suelen ser basura bibliográfica- repiten alegremente que todo cambiará si se cambia el modo de pensar. No se dan cuenta de que la estructura psicológica de una creencia no puede confundirse con la estructura psicológica de una opinión. Se puede cambiar de opinión como de peinado. El cambio de creencias es más difícil. Isaak M. Marks, un gran especialista en miedos, ha recordado que los fóbicos no se encuentran mejor cuando se les explica que sus preocupaciones no tienen base alguna. Las opiniones, incluso los conocimientos, se mueven en un terreno más superficial que las creencias. Según el modelo que propongo, las creencias tienen un enraizamiento más profundo: son hábitos de la memoria.
[...] Este siglo ha presenciado epidemias de crueldad que nos resulta difícil comprender. En la documentación del proceso de Nüremberg se menciona el caso del comandante del campo de concentración de Janovski, Willhaus, que "por simple simple deporte y para entretenimiento de su mujer y su hija, solía disparar periódicamente desde el balcón de su despacho con un fusil automático sobre los reclusos que trabajaban en los talleres. Algunas veces prestaba el fusil a su mujer, que también disparaba. En algunas ocasiones, y para divertir a su hija de nueve años, Willhaus ordenaba lanzar al aire a niños de entre dos y cuatro años mientras disparaba sobre ellos. Su hija aplaudía y gritaba "¡Papá, hazlo otra vez! Y él lo hacía de nuevo". ¿Cómo es posible tanta insensibilidad? Hay, por supuesto, otros elementos, pero uno de ellos es la creencia básica inculcada en esos sujetos. Si los judíos son tan sólo homúnculos*, no hay que sentir hacia ellos lo mismo que se siente hacia los seres humanos.
[...] Los sentimientos femeninos y masculinos son un buen ejemplo del influjo de las creencias. Obran sobre diferencias biológicas, sin duda, pero introducen entendidos y malentendidos, expectativas, presiones, juicios sociales, aprendizajes por observación, adoctrinamientos. Al final, nadie sabe ya lo que es naturaleza y lo que es cultura.
Todo sistema de creencias, todo modelo del mundo, incluye expectativas. La inteligencia sirve, sobre todo, para predecir el futuro. Lo que esperamos es fuente de sentimientos buenos o malos, de decepciones o triunfos. No me extraña que haya tan gran disputa sobre el esperar. Para muchos autores, no hay vida sin esperanza. Para Spinoza había que librarse cuanto antes de ella y de su compañero, el miedo, porque ambos nos esclavizan. [...].
La influencia cultural determina el repertorio afectivo de una sociedad. Proporciona un repertorio de significados, expectativas, metas, intereses y valores. Cada cultura describe un mundo peculiar, que es el resultado de sus preferencias, e intenta que cada uno de sus miembros se amolde afectivamente al paisaje construído. [...]
Hay culturas comunitarias y culturas individualistas, y esta distinción influye también en la personalidad básica de sus miembros y en su vida sentimental. Markus y Kitayama han mostrado que los sujetos con una construcción independiente del Yo experimentan más emociones centradas en el ego: ira, orgullo, satisfacción por los logros. En cambio, en sociedades más interdependientes fomentan las emociones dirigidas a otros, como la empatía y el respeto hacia los demás. Varios estudios realizados en China y en Japón revelan que las personas modestas, no jactanciosas, son consideradas de forma más positiva que las que presumen de sus actividades, y que las personas que en nuestra cultura se definirían como asertivas allí se ven infantiles e inmaduras.
El modelo del mundo contiene también expectativas. Continuamente anticipamos el desarrollo de acontecimientos y mantenemos una expectativa sistemática acerca de la realidad. [...] También Bandura ha insistido en la importancia de las anticipaciones. El ser humano, -dice- no reacciona simplemente a los estímulos externos, sino que los interpreta, organizando la información procedente de ellos en forma de creencias sobre el funcionamiento de las cosas. Las creencias causales, a su vez, influyen sobre el tipo de características del entorno que se tendrán en cuenta y sobre la forma en que serán procesadas e interpretadas cognitivamente. Según la teoría cognitiva social, las experiencias crean expectativas o creencias, no conexiones estímulo/respuesta.(José Antonio Marina, El laberinto sentimental, Anagrama, 1996.)
*Homúnculo: Despectivo de hombre.

Quizás parezca que me estoy alejando del tema original, los Derechos Humanos. Pero no es así. Para llegar a conseguir una auténtica educación en derechos humanos que vaya más allá de la mera lectura o memorización de los mismos, de saber cuándo y cómo y quienes los escribieron, es decir, para una interiorización que cambie las costumbres y hábitos de las sociedades en base a ese ideal, dicha educación ha de modificar las creencias, es decir, el modelo del mundo en que vivimos, más allá de las palabras y de los buenos propósitos. El problema es que las creencias están tan ligadas al autoconcepto del yo, que muchos las perciben como un ataque a sus personas y, a la defensiva, no son capaces de analizar si los cambios propuestos son caprichosos y unidireccionalmente interesados (es decir, con ánimo de lucro), o sin son la suma de la experiencia al servicio de una mejoría para la mayoría. Olvidamos con demasiada facilidad que la garantía de los derechos de que disfrutamos se basa en nuestra propia responsabilidad de cumplir con las obligaciones que estos conllevan.

Así que no esperemos milagros, sino mucho trabajo. No esperemos inmediatez, sino pequeños cambios. Ya hay gente embarcada en este proyecto, muchos incluso sin hacerlo de manera consciente o sistematizada. Y una de las primeras cosas a aprender y enseñar es que no todo lo que hacemos ha de tener una contraprestación en dinero: hay otro tipo de ganancias más allá del dinero, del poder adquisitivo que este pueda dar. La verdadera libertad no se compra con dinero (ni se vende), se ejerce independientemente de los beneficios que pueda tener medibles según la balanza económica. Y los Derechos Humanos no pueden convertirse en moneda de cambio, que es lo que en muchos lugares está pasando por desgracia. Hay que quitarse de la cabeza esa creencia cada vez más expandida de que, o produce beneficios económicos, o no produce beneficios.

Zirbêth.