jueves, enero 13, 2005

BAJO EL SOL DE LA TOSCANA

Decía Diana Lane en esta película algo así como que "cuando te dejan, es como si te pegaran un tiro en el corazón, pero no te murieses". Este estar muerto sin estarlo es, como mínimo, un latazo.

Al final hasta él ha sucumbido ha las imposiciones sociales. Prefiero pensar eso a que las ha utilizado como excusa. Para mí, en cualquier caso, no hay mucha diferencia. Le quiero igual y le echo de menos igual. Como una ausencia que no consigo, no intento siquiera, creer definitiva. Según esos mismos patrones sociales, mis sentimientos me tienen ciega ante unos hechos que me hacen parecer, por entenderlos y aceptarlos, una imbécil.

Tal vez soy imbécil. De pequeños, en el colegio decíamos que "el amor es una goma que te coge, te enrolla y te vuelve gilipollas". Es un tópico más, como el de aseverar que la rutina mata la imaginación y que sólo se escribe bien cuando se está en un sinvivir de nostalgia o deseo insatisfecho (y demás situaciones incómodas para la mente, que puede que para algunos sean fuente de inspiración, pero no para todos). Yo, como no puedo escribir, es precisamente en ese sinvivir. La rutina tiene muchas cosas buenas y sólo es mala cuando dejamos que sea invadida o sinónimo de desidia y vagancia.

Las rarezas, las diferencias que nos caracterizan, son eso que nos separa y a un tiempo acerca a nuestros semejantes. Últimamente, muchos de mis actos son verdaderos actos de fe. Lo cual es mucho para una atea confesa y orgullosa. Pero, claro, es que mi fe la deposito en el ser humano, no en seres divinos de existencia cuando menos difícilmente constatable.

Me voy a decirle hola a la peque.

Zirbêth.