sábado, diciembre 11, 2004

PEDAZO DE...

Estabamos en caja Gabriela, de Brasil, Lyda, de Colombia, y una servidora, numenoreana. Lyda iba y venía, ordenado aquí y allá. De repente, con los ojos muy abiertos, se nos acerca estrujando entre las manos la camiseta que acababa de doblar primorosamente para colocar en su sitio.

- Acabo de conocer al padre de mis hijos.

Revuelo, curioseo sin disimulo. Lo vemos pasar, es grandote, parece que no está mal, pero vamos, tampoco nos parece gran cosa. Ella se va a seguirle, y vuelve un poco desilusionada. Igual no hay futuro padre, no es para tanto. Y ahí estamos las tres despotricando, cuando se nos acerca el susodicho, inglés perdido él, preciosa sonrisa tímida, y nos dice.

- ....

¡Y qué importa lo que dijo, si su voz era profunda y susurrante a un tiempo, si olía que alimentaba y le sentaban los vaqueros que no sé como su madre le deja salir así de casa. Y debía rondar la treintena. Buscaba, al fin, una prenda que estaba en la otra planta. Se va. Segundos de silencio. ¡Lyda está roja como un tomate, nosotras con cara de satisfacción!

- ¡Anda, ve con él, muéstrale donde están los dichosos pantalones!

Lyda se sonroja aún más, si cabe. El tipo desaparece a lo lejos, oculto a nuestras miradas por los muros de ropa y accesorios.

Ya estamos todas planeando irnos de caza. A ver si vuelve.

Zirbêth.