domingo, diciembre 19, 2004

PARA ESCRIBIR

Para escribir, necesito una frase inicial, mi personal pistoletazo de salida. Por supuesto, también necesito un tema, una idea, sobre la que querer hablar, base de la narración. Pero necesito, sobre todo, una frase de salida. A veces, sin esa frase, la idea permanece escondida en algún remoto lugar de mi consciencia. No la veo, no la siento, la ignoro, no sé de su existencia. Pero una frase me puede llevar sobre el teclado más lejos que ninguna buena idea.

No reflexiono de un modo muy consciente sobre lo que quiero escribir. Enlazo las palabras, me salen como me salen, lo cual puede ser la explicación más plausible para la falta de calidad en lo que escribo. La idea, el germen, como lo queráis llamar, de la historia, me sale de dentro, modo burdo de describir que debe gestarse sin yo tratar de buscarlo. Una vez empezado el relato, si ha surgido de ese modo espontáneo, puedo dejar de escribirlo durante meses y que, un buen día, me siente con otra frase inicial de lo que continúa la historia. Y así, hasta que la historia se acaba. Unas veces, la historia empieza y acaba en un día. La repaso después de algún tiempo, descubro errores que subsano, o que dejo con toda la intención. Digamos que "me hacen gracia". Otras, en cambio, pueden ser fruto de varias "sentadas", alejadas por meses en el tiempo. Si la historia existe, sale. Si no, es otro archivo más en la sub carpeta de Por corregir, de la carpeta Relatos.

Eso fue lo que me pasó con Un paseo por la playa. Un buen día, me desperté con ganas de pasear por la playa. Me acordaba de mi infancia y de mi abuelo. Pero no tenía en la cabeza nada en concreto. A saber de dónde salió la historia, qué me llevo a iniciarla en ese preciso instante y qué fue lo que me hizo desarrollarla en tres golpes, separados por más de seis meses entre cada uno, pero sólo en tres tardes. Y ya sé que a muchos les trae a la cabeza esa peli llamada Liberad a Willy, pero no la he visto y no iba por ahí la cosa. Trataba de las emociones de un niño, del encuentro entre la vida y la muerte, no sé. De muchas cosas.

De ese mismo modo, tengo tres relatos y una obra de teatro empezados. No sé cuando me sentaré a continuar. Espera, son cuatro relatos, si tenemos en cuenta aquel que empecé en este blog, sobre el chico que veía, desde su ventana, pasar a la chica de sus sueños. Bueno, creo que iba de eso, pero ya se verá. No los he dejado, simplemente no es el momento de escribir en ellos. Me sumergiré en cada uno de ellos, a su debido tiempo. Ahora, con tanto cambio y tan nerviosa, los estropearía.

Sé que no soy exigente con lo que escribo, no busco una determinada calidad, no sigo unos cánones. A veces, me gustaría que alguien mas "entendido" que yo en cuanto a crítica literaria me dijera algo, me diera su opinión, aunque está fuera desagradable. Sé que no por eso iba a dejar de escribir, así que... En parte por subsanar esa falta de conocimientos de la que soy muy consciente es por lo que se me ha metido la idea en la cabeza de estudiar Filología Hispánica. Pero me asusta un poco la idea de que, con mi manía del orden, me ordene yo misma y la escritura pierda precisamente eso que me llena al llevarla a cabo. ¿Me acartonaría? Supongo que no, pero a lo mejor, superando lo de mi falta de memoria visual por mis ojos defectuosos (reina de las escusas, mi profesor de psicología me hizo muy feliz cuando me dijo que, algunas veces, lo de tener los ojos regular como en mi caso, hipermetropía, astigmatismo y estravismo, este último operado pero no eliminado del todo, puede ser responsable de pérdidas de memoria visual y, por lo tanto, de cosas como las faltas de ortografía), a lo mejor, conseguía eliminar más faltas de ortografía, aprender nuevos modos de expresarme, hacer virguerías gramaticales, en fin, sacarle más provecho a mis ganas de contar cosas, para beneficio del lector y mi propio disfrute.

Vaya rollo os acabo de meter.

Zirbêth, partidaria de la espontaneidad escrita y que no le acaban de convencer el laconismo ni el cálculo en lo que lee.