viernes, octubre 15, 2004

RE-CITAS

Al final de El valor de educar, Savater ha metido una buena colección de citas de pensamientos sobre educación de otros autores, empezando por Homero, Platón y Aristóteles, pasando por Antonio Machado, Bertrand Russell o Max Horkheimer, y acabando con Michel Focault, Claude Lévi-Strauss, de los cuales yo sólo he leído alguna cosa de alguno de ellos, pero que tengo la sana intención de ir a por ellos, poco a poco. Savater las ha ido titulando siguiendo su propio criterio, y yo voy a mantener esa elección suya. Entre esas citas, de las que aún me faltan varias por leer, me han gustado especialmente dos.
Diagnóstico de la cultura moderna

En el momento actual, nuestras escuelas están dominadas por dos corrientes aparentemente contrarias, pero de acción igualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia a ampliar y a difundir lo más posible la cultura, y, por el otro, la tendencia a restringir y a debilitar la misma cultura. Por diversas razones, la cultura debe extenderse al círculo más amplio posible; esto es lo que exige la primera tendencia. En cambio, la segunda exige a la propia cultura que abandone sus pretensiones más altas, más nobles y más sublimes y se ponga al servicio de otra forma de vida cualquiera, por ejemplo el Estado.
Creo haber notado de dónde procede con mayor claridad la exhortación a extender y a difundir lo más posible la cultura. Esa extensión va contenida en los dogmas preferidos de la economía política de esta época nuestra. Conocimiento y cultura en la mayor cantidad posible -producción y necesidades en la mayor cantidad posible-, felicidad en la mayor cantidad posible: esa es la fórmula, poco más o menos. En este caso vemos que el objetivo último de la cultura es la utilidad, o, más concretamente, la ganancia, un beneficio en dinero que sea el mayor posible. Tomando como base esta tendencia, habría que definir la cultura como la habilidad con la que se mantiene uno "a la altura de nuestro tiempo", con que se conocen todos los caminos que permiten enriquecerse del modo más fácil, con que se dominan todos los medios útiles al comercio entre hombres y entre pueblos. Por eso, el auténtico problema de la cultura consistiría en educar a cuantos más hombres "corrientes" posibles, en el sentido en que se llama corriente a una moneda. Cuanto más numerosos sean dichos hombres corrientes, tanto más feliz será un pueblo. Y el fin de las escuelas modernas deberá ser precisamente este, hacer progresar a cada individuo en la medida en que la naturaleza le permite llegar a ser "corriente", desarrollar a todos los individuos de tal modo que a partir de su cantidad de conocimiento y de saber obtengan la mayor cantidad posible de felicidad y de ganancia. Todo el mundo deberá estar en condiciones de valorarse con precisión a sí mismo, deberá saber cuánto puede pretender de la vida. La "alianza" entre inteligencia y posesión, apoyada en esas ideas, se presenta incluso como una exigencia moral. Según esta perspectiva, está mal vista una cultura que produzca solitarios, que coloque sus fines más allá del dinero y de la ganancia, que consuma mucho tiempo. A las tendencias culturales de esta naturaleza se las suele descartar y clasificar como "egoismo selecto", "epicureismo inmoral de la cultura". A partir de la moral aquí triunfante, se necesita indudablemente algo opuesto, es decir, una cultura rápida,que capacite a los individuos deprisa para ganar dinero, y, aún así, suficientemente fundamentada para que puedan llegar a ser individuos que ganen muchísimo dinero. Se concede cultura al hombre sólo en la medida en que interese la ganancia; sin embargo, por otro lado se le exige que llegue a esa medida. En resumen, la humanidad tiene necesariamente un derecho a la felicidad terrenal: para eso es necesaria la cultura, ¡pero sólo para eso!
(Nietzsche, Sobre el porvenir de nuestras escuelas, 1ª, conf.)


Caramba, como me recuerda esto a ese señor que conocí este verano que nos contó que no veas que bien se vivía ahora, que todos comemos tres veces al día y que tenemos tele, más de un traje, medicinas... Claro, el vivío la guerra civil y la posguerra, pasó mucha hambre, mucha, y vivío mucha represión también. Para él, esto de consumir y consumir era el paraíso, parecía, pero sólo por contraposición a las muchas faltas de eso que tan básico nos parece a nosotros ahora. Es cierto, creo, aquello de que cuanto mejor estamos, a más aspiramos, pero no me gusta nada la cara consumista anticultural que tiene en este momento. Porque no nos cansamos de comprar cosas (ropa, coches cada vez mejores, ordenadores más potentes y rápidos, papel higiénico con más y más capas,...) porque no sabemos que lo que tratamos de saciar es algo que no llenan las cosas, algo que sólo llena la mente y la actividad creadora. Y conste que yo no me escapo de ese consumismo compulsivo. Es muy difícil, la verdad. Todo está montado para que te creas que consumir es lo que quieres. Y, es curioso que, cuando quieres comprar los materiales para hacerte tu la ropa o los muebles, por ejemplo, el precio es altísimo. Mucho más que si te compras lo corriente. Eso sí, luego puede que consigas vender bien caro lo que vendes... Vuelta a las ganancias como fin último.

La otra cita la dejo para otro día.

Zirbêth