lunes, septiembre 27, 2004

CONSTANCIA

En séptimo de E.G.B., con doce años, mi profesor de matemáticas, en la segunda evaluación, me puso un suficiente con una N entre paréntesis, tal que así S(N), aunque la N más pequeñita, como un superíndice. Yo miraba esa nota en mi boletín y no entendía nada, pues por aquellos tiempos yo siempre sacaba buenas notas en los exámenes. Al volver de las vacaciones de Semana Santa, me dirigí a él con el interrogante pintado en la cara.

"Tu nota es un Notable, pero te lo he dejado en Suficiente porque eres muy inconstante."

"¡Cielos!", me dije, y desde entonces me comporté de manera inconstante en muchísimos aspectos de mi vida. No creo que yo hubiese sido inconstante hasta ese momento, más bien al contrario, pues me recuerdo estudiando como casi no he vuelto a hacerlo, frustrándome por las malas notas, asistiendo sin pausa a Judo, etc.

Simplemente, le creí y, de algún modo, me metí de lleno en el papel de inconstante que aquel buen hombre me asignó. Le recuerdo como uno de los mejores profes de mates (junto con dos del instituto), pero maldita la hora en que me dijo aquello. Creo que es un buen ejemplo de lo pernicioso que puede ser el castigo (aún siendo tan sutil) como medida educativa.

El pasarme más de ocho años de mi vida enamorada de la misma persona (hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana), me sirvió para desestigmatizarme de aquel mal augurio que yo convertí en un ejemplo más de profecía autocumplida.

Zirbêth