jueves, marzo 11, 2010

DEVASTACIÓN

El año pasado, creo, me leí los detestables libros de la saga Crepúsculo (Corpúsculo, para los amigos). Creo que fue el año pasado, no que me los leí: sé que me los leí. En fin...

"Crepúsculo: la historia de una muchacha con problemas mentales que se debate entre la zoofilia y la necrofilia". Como bien dijo N. en el caralibro, la mejor de las sinopsis.

No voy a ponerme, a estas alturas del cuento, a hacer un despotrique detallado de lo escrito, mejor dicho, perpetrado por Stephenie Meyer. Sólo diré que ha hecho más daño a los vampiros de lo que jamás hubiese soñado Van Helsing. Basta asomarse a un kiosko para comprobar con nuestros propios (y pobres) ojos que ha sido el desencadenante editorial de una desgraciada serie de novelas románticas de vampiros que ha llegado a su culmen en forma de novelas románticas de chupasangres descafeinados que... Lo dejo, o acabaré llorando. O vomitando. O llorando mientras vomito...

Sin embargo...

-¿Cómo que sin embargo?- diréis.

Pues fíjate, hay un sin embargo. Un sin embargo subjetivo, poco divertido, poco interesante, poco "sin embargo", vamos.

En el segundo libro, el más coñazo, sin duda alguna, eso que se supone es un vampiro deja a la protagonista. Y ella siente algo que no le deseo a casi nadie en esta vida: devastación. Sufrir una pérdida emocional de tal magnitud que la vida deja de tener sentido y queda copada, absorbida, por el dolor. Un dolor tan grande que dejas de ser, y por el que serías capaz de dejarte morir con tal de dejar de sentirlo. Abrumador.

Por ese motivo, por ese pequeño detalle, una pequeña, minúscula, microscópica parte de mí, siente algo de simpatía por esos dichosos libros. Tras toda la basura de sus páginas, encontré un retalito de verdad.

Zirbêth.