miércoles, septiembre 12, 2007

ESCLAVISMO

Para muchos será una gozada eso de ir de tiendas y comprarse ropita. Para mí, es un latazo que, dependiendo del año, puede convertirse en algo relativamente placentero (depende de la pasta que pueda invertir) o, sencillamente, un suplicio. La moda es una esclavista, y según le da a quienes se forran con ella (y a nuestra costa), hay veces que encontrar unos simples vaqueros puede ser más difícil que la búsqueda del Santo Grial.

Les da por volver a los setenta, por ejemplo, y te encuentras las tiendas llenas de cosas que, cuando las ves en las películas, te dan vergüenza ajena. Aunque los setenta son llevaderos, salvo por los estampados psicodélicos y porque, no nos engañemos, en los setenta se llevaba la gente tirillas y las tías sin tetas, lo que, sumado a que muchas tiendas sólo hacen tallas pequeñas y que los tallajes no coinciden, comprarse una camiseta que no sea básica se convierte en misión imposible. Y es que yo soy de la generación de los cómics de superhéroes de autores como Alan Davies, y no de la de Karen Carpenter. Me gustan las curvas, disfruto siendo pechugona y mi ideal estético de mujer es más exhuberante que delgada.





Hoy por hoy, comprarme ropa me lleva bastante tiempo. No soy lo que se pueda decir alguien con medidas estándar. La natación y los genes me han dado una espalda ancha y tengo los brazos largos y gorditos (incluso estando muy delgada, mis brazos son gorditos) todo lo cual suele ponerme difícil entrar en camisetas, camisas y vestidos que, por lo general, para que me estén bien en esos dos aspectos, me quedan grandes de todo lo demás. Tengo montones de camisas (las odio, odio las camisas, son los modernos corsés, te constriñen, se descolocan en cuanto te mueves, se arrugan y hay que plancharlas...) que me he ido comprando para el trabajo a las que he tenido que arreglar el ancho del cuerpo. Lo dicho, si quiero caber de ancho de hombros, largo de mangas y pecho, no me queda otra que comprárme camisas y camisetas varias tallas más grandes de lo que el resto de mi cuerpo necesita. Y eso que, ahora, estoy gordita.

Con los ochenta, o, mejor dicho, el revival de los ochenta, han llegado los horrendos pantalones pitillo. ¿O no son de los ochenta? A mí me suena que sí. En fin. No es que no puedan volver. Que vuelvan, que vuelvan, si la gente quiere ponérselos, yo no tengo nada que objetar. Pero son de esas prendas que sólo favorecen a las personas muy delgadas... si es que les favorecen. No sé, a mí no me gustan estéticamente, y me resultan de lo más incómodos en ciertos tejidos. Eso de tener la pierna entera comprimida... Sin embargo, teóricamente uno puede, sencillamente, ir y comprar se los pantalones con otro corte. Sí. Ya. Y yo voy, y me lo creo. Como te descuides, los de los pitillos se ha convertido en invasión y ocupación y no encuentras otro tipo de pantalon por ninguna parte. O sí, pero en tan poca variedad de cortes y colores que no consigues dar con uno que te quede decentemente en comodidad y estética. Hablo de los pitillos como podría hablar de los mega-acampanados. Las tiendas se abastecen de determinados proveedores que se convierten en extraños dictadores para el consumidor.

Por suerte, últimamente parece que se han dado cuenta de que no se puede limitar tanto la oferta de moda y, al menos en lo que a vaqueros respecta, se pueden encontrar alguna cosa más allá de los pitillo. Eso sí, no esperes mucha variedad. Lo que hay es lo que han decidido que hay, y no hay vuelta de hoja.

Aparte de en el estilo, está la tiranía de los colores. Alguien que quiera el azul, este año, se las va a ver y a desear. Parece que la cosa va de grises, blanco, negro y morado. A veces, se encuentra uno el azul pato, pero poco más. Otros años, sin embargo, lo que no encuentras es el verde, o el rojo.

Decididamente, la moda es una de las cosas menos democráticas del mundo. Cuatro estirados o supuestos genios deciden qué vamos a poder encontrar y que no. Capacidad de decisión, escasa. Menos mal que sé coser...

Zirbêth.