domingo, agosto 14, 2005

TEMPRANO

Me he despertado a eso de las siete y media y, tras quince minutos de tratar de volver a los brazos de Morfeo, me he rendido a la evidencia de la consciencia y me he pasado las siguientes dos horas largas leyendo. He terminado El círculo mágico y, como ya me pasara con El ocho, de la misma autora, me he quedado con la sensación de que el desenlace se precipitaba excesivamente tras un viaje de más de setecientas páginas en las que había ido a un ritmo bien distinto. Al final, es un culebrón. Agradable de leer, entretenido, pero un culebrón. Sé que un libro no me llena de verdad cuando mi velocidad de lectura se va acelerando en progesión aritmética. Si la cosa llena a geométrica, suele haber una frenada en seco que deja al libro en un estante y a mí frente a sus compañeros, decidiendo quién será la siguiente víctima.

Por fin, me he levantado. Esta noche ha refrescado y, pese a ser justo las diez de la mañana, me tapa aún con la funda vacía del edredón nórdico. El vestido playero que me hace las veces de camisón es muy fino (blanco, semitransparente, bordado), lo elegí precisamente por eso. Ayer, a las nueve de la noche, seguíamos a 38 grados. Temí que no iba a poder dormir cuando, a eso de las doce, me metí en la cama. Camisón fino y ducha sin secar el cuerpo. Es la receta del verano.

Anoche me vi dos pelis cuando terminé de traducir. Mientras me daba el lujo de una hamburguesa con patatas, pude constatar que la segunda película sobre Bridget Jones era de muy inferior calidad (puf), pero la verdadera decepción llego de manos francesas, con la segunda. Arsen Lupin puso haber sido una buena historia, pero el ritmo narrativo era pésimo. Tal vez es cuestión de gustos, pero el encadenamiento de los sucesos era anodino y pobre. Más que una película, parecía un ejercicio gimnástico. Un desperdicio.

Así que, desde bien temprano, he estado levantada. Cosa de la que me alegro, porque hubiese sido mucho peor despertarme como buena parte de mis vecinos lo habrán hecho. No eran las diez y media cuando alguien ha decidido poner la música cual caseta de feria, aunque afortunadamente no era muy estridente. Música melódica de esas de tema amatorio melodramático que, tan a menudo, me enervan. Me enervan porque me dicen qué sentir y como sentirme, cuando llorar y cuando olvidar, cuando echar de menos y cuando odiar. Menuda educación sentimental. Me hace acordarme de la señora que cantaba en el patio mientras tendía la ropa en las páginas menos infelices de 1984. Me he puesto de mal humor relativo y me he vestido, con intención de salir a explicarle que vive en sociedad y no todos los vecinos estabamos disfrutando tanto de la música como ellos. Un bebé lloraba.

El libro, las películas, me dejaron un regusto entre amargo e insípido en los labios. El mismo que paladeo cada día en mi vida últimamente. La lección más dura que he de aprender está ante mí, esperándome: vivir sin apasionamiento. La música paró cuando yo estaba lista para salir. Ahora, aunque no tan alto, es Joe Cocker quien "grazna".

Decididamente, necesito silencio.

Zirbêth.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Vacaciones, soledad, descanso, tranquilidad... aparentemente todo parece adecuado, ¿no?

8:41 p. m.  

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