sábado, marzo 05, 2005

ZAFARRANCHO DE LIMPIEZA

En realidad, lo que me apetece contar es una anécdota de hace años, pero me he dado cuenta, que cosas, que no me apetece que lo sepa todo el mundo. Mis aventuras, que antes compartía y contaba, no son ahora cosas que quiera que la gente sepa. ¿O sí? ¿O lo que pasa es que no quiero que lo sepa cierta gente? Estas miradas nostálgicas a aventuras del pasado no son más que otro síntoma de esta enfermedad del alma que se llama mal de amores. Pensar en el pasado, en cómo era antes de ser quien soy ahora. Hubo un tiempo en que mi corazón era sólo mío, no se lo dejaba a nadie, ni siquiera en préstamo. Estaba furiosa, cerrada al mundo, sentía que los hombres eran una peste, una plaga inevitable que tan sólo en ocasiones merecía la pena. Las gracias, al Maestro Capullo. Les utilizaba y me vanagloriaba de ello. O eso, creía yo, porque cuando uno usa a los demás, tampoco se demuestra mucho aprecio a si mismo.

Ese tiempo pasó. Dejó un montón de anécdotas divertidas, pero en el fondo no era más que soledad furiosa. O eso me parece ahora. Fueron grandes tiempos de diversión y vacío. Ya no me llena. A veces, la rabia me hace querer, en un impulso, volver a aquella vida, pero sé que no es más que eso, rabia. Cómo lo es otras muchas cosas que he hecho en mi vida. Bueno, no tantas.

¿Qué hacer cuando el día se presenta insulso, la nada es la perspectiva y encima estás en casa encerrada malita?

Pues qué vas a hacer: limpiar el baño y la nevera, hacer un pollo sazonado y comerte a cucharadas la leche condensada mientras ves una peli. Y mañana, será otro día.

Zirbêth.