lunes, noviembre 15, 2004

UNA SOMBRA QUE SE DESLIZA

Me vestí entera de negro, creo que con una maya o algo así. Me ceñí la espada a la cintura como buenamente pude, pues no tenía cinturón y funda adecuados. Me recogí el pelo para que no asomara y me delatase. Y me puse aquella capa negra que mi madre me había regalado. Era pesada, de tela de lana gruesa, creo, con capucha y un broche negro. Pesada como para que, al andar, te mantuviese completamente cubierta.

Debía ser más de la una de la madrugada y creo que era a principios de otoño. Las clases habían empezado ya y yo estaba, como siempre, fantaseando. Me aseguré de que todo el mundo dormía y, con mucho cuidado, salí de casa. Bajé por las escaleras, para no hacer ruído. La calle estaba desierta, así que abandoné el portal con pasos sigilosos. Algunas farolas estaban fundidas, así que me pude deslizar entre las sombras. Caminé por toda la manzana, pero no encontré a nadie. Mis pasos se fueron haciendo más decididos y rápidos, y me atreví a sacar la espada. Subí por los muros que encontré, hice unas fintas luchando contra un enemigo invisible, corrí para sentir la capa flotando, hinchada con el aire. Desenvainé de nuevo (imaginariamente, no tenía vaina) y seguí luchando contra un número indefinido de enemigos. Subí por la calle, persiguiéndolos, los muy covardes huían. Y entonces, lo ví.

Me paré en seco, espada en mano, la capa cubriéndome completamente. Ninguna luz daba sobre mi rostro, así que no pudo ver quien era yo. Estaba como a unos cincuenta metros, montado en su moto y frenado bruscamente al verme. De este modo, durante escasos segundos, nos contemplamos. Y luego, salí corriendo hacia un lado y me escabullí por las sombras. Me persiguió con la moto y yo seguí corriendo, aprovechando que podía saltar por entre los muros y los setos. Le escuché frenar y retroceder para encontrar un camino por el que seguirme. Me refugié en un hueco que hacía la arquitectura del edificio, un rincón donde la luz casi no llegaba. Pasó frente a mí con la moto, muy despacio, buscándome. Pero no me vio. Cuando dobló la esquina, aproveché y salí corriendo de nuevo, aún con la espada en la mano. Debió oirme, porque al poco noté que cambiaba de dirección. Me volví a ocultar de nuevo, esta vez debajo de las escaleras de mi portal. Le vi pasar otra vez, ansioso, buscando. Le dejé avanzar hasta el final de la calle y, entonces, salí de mi escondite y aullé. Aullé con todas mis fuerzas. Se giró bruscamente, me vio, maniobró y salió tras de mí otra vez.

Torcí la esquina y entre en el portal por la puerta de atrás del edificio, justo a tiempo para verle pasar de nuevo, diría que asustado, con la moto. Volví a casa subiendo por las escaleras, a oscuras, para no delatar mi presencia, y entré en mi dormitorio. Me asome a la ventana y desde allí le vi, buscándome, pasar varias veces más. Me latía el corazón aceleradamente. Me faltaba el aliento.

Dejé la espada apoyada en la pared, colgué la capa en el armario y me puse el pijama. Hacía mucho que no me divertía tanto.

Zirbêth.