miércoles, octubre 06, 2004

VARIOS

CLIMA
Cuando vine por primera vez a este país, hace ya casi dos años, a visitar a Bruka, pasé un frío espantoso. Pese a que traje muchísima ropa, la usé toda en seguida, porque tenía tanto frío que la llevaba puesta a la vez: camiseta de tirantes, camiseta de manga corta, camiseta de manga larga, jersey 1, jersey 2, a veces hasta un tercero, el abrigo, los guantes, dos pares de calcetines... Yo no pasé frío, lo padecí. Y fue así durante el primer invierno, en que la gente me miraba asombrada en las cafeterías cuando empezaba a quitarme capas y capas de ropa.

Bueno, pues ya no me pasa. Cuando venía en el avión, vestida con ropa de verano, mientras que el resto de la gente iba de invierno, con jerseis y chaquetas y abrigos, pensé "Tu verás, Zirbêth, el frío que vamos a pasar cuando salgamos del aeropuerto". Pues no, no pasé frío. A día de hoy, sigo sin pasarlo, más bien al contrario. Veo a la gente, ingleses y de demás nacionalidades, abrigados y vestidos de invierno, y yo sigo en manga corta por la calle. Estoy un poco resfriada, pero aún así no tengo frío. Sólo cuando me siento frente al ordenador durante mucho rato seguido, paso frío. Cuanto me alegro de haberme aclimatado, al fin.

UÑAS
Por lo general, llevo las uñas largas. A veces, de hecho, muy largas, tanto que la gente se sorprende mucho, como las niñas de la piscina, que no dejaban de perdirme que las entrechocara porque les gustaba mucho el ruído que provocaba al hacerlo. La gente las mira unas veces con asco, otras con placer, siempre con asombro. Las llevo largas y redondeadas, no cuadradas como se llevan ahora (manicura francesa, creo que lo llaman), porque mis uñas son como las de mi madre, siempre quise que fueran así. Mi madre tiene unas manos preciosas, y uñas largas y pelo rojo, junto con la altura, la belleza, la piel blanca y los ojos azules, son las cosas en que de pequeña más me diferenciaban de ella y más ansiaba parecerme. Bueno, ahora estoy pseudorubia, pero las uñas las tengo largas siempre que puedo. Porque, pese a lo duras que son (hasta el punto de ser arriesgado rascarse despreocupadamente, porque pueden llegar a hacer moratones), pues siguen siendo uñas y a veces se me rompen. Ahora mismo, por ejemplo, están desiguales y cortas, porque limpiando el baño y la nueva cocina me destrocé dos de manera bastante incómoda y no me ha quedado otra que cortarlas. Lo cual es una faena porque, pese a que la mayor parte de la gente suele preguntarme que cómo me puedo manejar con ellas, lo cierto es que uno se acostumbra poco a poco porque no soy un vampiro y no me crecen de la noche a la mañana. Sin embargo, mi torpeza es mayúscula cuando las pierdo, porque eso sí que es brusco. Por ejemplo, ahora mismo escribo lentísimo al teclado, porque estoy acostumbrada a escribir con ellas, no con las yemas de los dedos, y no paro de saltarme letras o de darle a la que no es. Es agotador.

TABACO
He estado en el médico esta mañana para pedir las recetas de siempre, y como una de ellas es la antibaby me ha querido tomar la tensión, deseo al que me he sometido dócilmente. Como siempre, se ha sorprendido por lo baja que la tengo, a lo cual he respondido "good heart", cosa cierta según electrocardiogramas y demás pruebas médicas, que no estoy hablando en sentido metafórico. Me ha preguntado si fumo: No, no fumo. No fumo, rara vez bebo, no tomo drogas (salvo las que me prescribe el facultativo), no soy habitual de clubs ni pubs ni otros antros de vicio y perversión. A veces, hasta hago ejercicio. Sin embargo, el medico ha insistido en lo de fumar. No, carajo, no fumo. Y me he acordado de los tronchitos de la otra noche, de que me pimplé más de media botella de vino para celebrar el reencuentro con Sandra. Y, joder, me ha dado mala conciencia. Sólo un momento, pero bueno. Me tengo que leer la Historia de la drogas , de Antonio Escohotado. Me da mala conciencia porque odio el tabaco, el cómo tiene cogida a la gente por las pelotas, el cómo oyes a tus seres queridos que fuman porque les da la gana y les gusta, cuando lo que pasa es que tienen una dependencia enorme, y ningún razonamiento les hace dejarlo, ninguna historia de conocido difunto o enfermo terminal de cancer, nada. El tabaco les tiene completamente cogidos, agujero en el bolsillo y en los pulmones, veneno circulando por sus venas y arterias al que muchos solo renuncian cuando el médico les dice "el tabaco o la vida", como si fuese un atraco.

MUDANZA
Dentro de poco dejaré esta casa, que ha sido mi hogar durante casi dos años y donde he vivido algunos de los momentos más felices de mi vida. Quedan unos tres meses antes de que me vaya, pero mi habitación ya tiene novios. Unos compañeros de trabajo, matrimonio, tal vez se muden aquí. Sé que son de fiar respecto a pagar el alquiler y tal, por eso se lo he dicho a ellos, aunque una parte de mí no quiere, no por ellos, sino porque, para bien o para mal, esta es mi casa. Yel saber que alguien dormirá aquí dentro de poco, me pesa. Soy un animal y esta es mi guarida, y cuando me vaya necesitaré tiempo para volver a sentir que el sitio al que vaya lo sea. Lo cual significa, para mí, que dormiré mal durante un tiempo. Sé que no debería estar tan apegada a las cosas, pero una parte de mí se vincula a ellas, es absurdo, pero me reconozco en los rincones de la habitación, en los muebles, en las ventanas y la luz que entra por ellas (cuando sale el sol...). Eso, por no mencionar que las mudanzas son un coñazo.

KURT
Le conocí un verano, hace ya muchos años, porque se mudó al apartamento que hasta ese momento había sido la casa de mi amigo Brian. Fue verle y "pedírmelo". Alto, rubio, pelo largo y rubio, muy atractivo, interesante... Se había mudado a España siguiendo su instinto viajero, y había decido pasar algún tiempo en el sur. Estaba escribiendo algo sobre espadas, y me ofrecí a traducirle la inscripción en latín que se leía en una de ellas. Por supuesto, no lo traduje yo, sino un profesor de la universidad muy amable y de quien no recuerdo ni el nombre (Eru, que cruz de memoria). Kurt estudió Filología Inglesa en su país, y cuando terminó se embarcó seis meses (creo recordar) en un pesquero, porque necesitaba un cambio. Cuando yo le conocí, ya había estado en más de una treintena de países y había decidido que se quedaba por un tiempo en la piel de toro "porque se vive bien y es barato". Luego, claro, le vino la primera factura de teléfono y casi le da un jamacuco. Yo le llamaba mi vikingo y el final llegó con mi año de crisis, en que la enfermedad me arrastró y le perdí la pista.

Kurt sabe vivir. Tiene el gusanillo de la inquietud viajera metido en el cuerpo. Es dulce y divertido, tranquilo y equilibrado. Y me gusta pensar que, de habérselo pedido, me hubiese llevado con él por el mundo. De vez en cuando nos escribimos, y el sigue firmando tu vikingo. Espero volver a verle algún día, antes de que acabe muerto en una de esas guerras que abundan y a las que él va para contarlas al mundo. De algún modo, siempre le echaré de menos.

Zirbêth