ME QUEDÉ CON LAS GANAS
Ayer, en el autobús camino del trabajo, me quedé con las ganas de gritarle a un merluzo. Era un posible treintañero, tal vez más joven, que iba con dos críos, uno de unos tres años y el otro de cinco o seis. Los niños jugaban y reían y cantaban. Se ve que le molestaba, porque agarró al más pequeño de la pechera del jersey y le hizo volar por los aires de un asiento a otro (los críos estaban en los que van en sentido opuesto al curso del autobús). El muy cenutrio le regañó porque estaba haciendo demasiado ruido y molestaba a los pasajeros, cuatro gatos que íbamos cada uno a nuestra bola y para nada molestos con las risas de los críos. Lo que me molestó fue ver como, ante la incapacidad de usar palabras para tranmitir ideas, el tipo usó la violencia. El crío lloró un rato. No creo que haya aprendido nada positivo, salvo que para lograr la atención de su padre debe hacer que se enfade, lo cual tampoco es lo que se dice prestar atención. El resto de los pasajeros nos miramos con unas caras de entendimiento y pena/impotencia bastante elocuentes.
Arggggh, me revientan las personas que no hablan, que imponen por la fuerza y que no dan explicaciones. Así los críos solo aprenden violencias. Y eso será lo que enseñen. Me saca de quicio. Espero hacerlo mejor cuando yo sea madre.
Zirbêth
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