CANTAR LAS FORTY
Hoy el trabajo ha sido de lo más edificante. No, no ha aparecido Sting y me ha cantado una balada, ni tampoco Bono (o los dos juntos, ¿imaginais?, me da un jamacuco allí mismo). La que ha cantado y bien alto he sido yo. Para poneros en situación, os diré que me ha tocado en la planta de abajo, donde está el national team, es decir, casi todo trabajadores ingleses, y era un CAOS, así, con mayúsculas. Paul, el manager, tiene cambiitis aguditis, es decir, que todo los días quiere remodelar el ala oeste, es decir, cambiar la ropa y los accesorios de sitio. Entiendo que lo hace para que los clientes tengan que buscar más rato lo que quieren y que, de paso, se dejen la pasta en cosas que no buscaba porque no necesitaba, pero caray, que barato está... Pero, a veces, se pasa. Y lo de hoy no era una tienda, era la selva de Paraguay (dice mi amiga Sandra que es tremenda).
Lo de cambiar todo de sitio a diario tiene dos inconvenientes (bueno, más): los que ordenamos las cosas que llegan cada día, nos volvemos locos buscando donde van, y el proceso se hace interminable y, francamente, mareante hasta el dolor de cabeza gordo, o bien, pasan de ordenar y sueltan las cosas en donde primero pillan, y acaba todo hecho un completo desastre, con lo que los que nos lo tomamos en serio terminamos trabajando doble o triple; la segunda mala consecuencia es que para cambiar hay que desmontar y todo queda bloqueado, el paso de los clientes es dificultoso, el atenderles, también, pero el que los niñatos y niñatas que van allí a ligar y charlar con los colegas se escondan en el alboroto y se toquen, con perdón los cojones o los ovarios (según proceda), eso se ve favorecido. Y lo de que, cuando alguno de los críos hace algo mal (tipo dedicarse a probarse ropa en vez de hacer lo que deben), nos "castiguen" a todos a quedarnos quince minutos más... Vamos, que me parece fatal.
Pues estaba la tienda patas arriba, y Rob, uno de los niñatos, pasando de hacer nada en absoluto. Me he ido calentando, así, gradualmente del mosqueo al cabreo, y ha llegado un momento en que he saltado. La segunda vez que le he dicho que se pusiera a hacer algo, me suelta "You are not a supervisor", osea, tu no mandas en mí. Le he espetado que sí que lo era, primero, así que se ha ido a preguntarle a Paul, que claro, le ha dicho que no, en vez de agarrarlo y decirle ¿Por qué lo preguntas, pedazo de vago?, que es lo que yo hubiera hecho. Cuando ha vuelto, triunfal, le he dicho que en efecto no soy supervisora, pero que me daba igual, que era su compañera de trabajo y que si él no trabaja y tengo que trabajar por mí y por él, que entonces quiero su paga y que, o movía el culo, o me iba a encargar de que lo echasen, porque aquí se viene a trabajar, no a...
La que se ha liado. Al rato, todo el mundo lo sabía. Se fue a chivarse a varias de las niñas y, cuando por fin una se atrevió a decirme algo, me vino con el rollo de que yo no soy supervisora y ese no es mi trabajo. "Tampoco lo es hacer lo que Rob no hace", le acabé diciendo.
Carajo, no se dan cuenta de que, al no trabajar, no joden a los jefes, joden a los compañeros que son más mayores y trabajan para algo más que pagarse las copas del finde y comprarse el último modelo de móvil. ¿Soy una carca, me hago mayor? No, siempre he sido así, por eso me cabreaban tanto los malditos trabajos en grupo en la universidad en los que, por lo general, uno o dos currabamos y el resto se apuntaba la buena nota.
Voy a escribir una cosilla y la voy a poner en la mesa del comedor. Y voy a hablar con Paul sobre un par de temas, es decir, lo de los castigos a todos por la falta de uno, lo de redecorar la tienda a diario, lo de desautorizar a los supervisores o a la gente que pide que se encargue de la disciplina y lo de que, si alguien no trabaja, para eso está el periodo de prueba, para despedirles. Que el trabajo es duro, pero se hace mucho más duro si sólo unos pocos trabajan por los muchos que no lo hacen. Y seguro que se me iran ocurriendo más cosillas. El que le joda trabajar allí, que se vaya, como hice y voy a hacer yo, pero si dices que sí a las condiciones del contrato, no es para luego pasar de todo.
Cómo se nota que vengo de un país donde quien tiene un trabajo, tiene un tesoro...
Zirbêth
1 Comments:
Buuuuf!!!
Me recuerda cuando curraba yo en tiendas de ropa, y como encargada tenía que decidir a quién echar o a quién no, pero era gente de mi edad y se me hacía cuesta arriba cuando todos eran buenos. Y cuando entraban elementos realmente malos, era un peligro... menos mal que aprendí a imponerme tanto, que en otros trabajos me mandaban a mí a aclararles las cosas a los mozos de almacén, etc... ¡aunque yo fuera una administrativa! ;D
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