UN DÍA MUY LARGO, PERO PROVECHOSO
Me he despertado a poco de pasar las ocho de la mañana. Me he levantado y he fregado los platos y desayunado, y luego he sido una niña buena y me he puesto con el marrón que su Bajestad amablemente me endosó (vale, ya sé que se lo pedí yo, pero me puedo quejar, ¿no?). A eso de las doce y media, con el cosquilleo en el culo de ya varias horas frente al ordenador, me he ido a hacer unos recados, con la bici, tranquilamente. Cuando he vuelto, una hora más tarde, el frigorífico ya casi había terminado de descongelarse, así que entre mi casero-que-es-un-sol y yo, lo hemos subido a la cocina nueva y me he pasado la siguiente hora friega que te friega, hasta que ha quedado como los chorros del oro o, más exactamente, blanco como la nieve. Luego, he fregado la nevera pequeña que hasta ahora nadie usaba y la he colocado sobre el frigorífico, de manera que cuando mi nueva compi de piso aparezca tengamos sitio para las dos sin demasiadas estrecheces. Luego, he vuelto a sentarme aquí y hace apenas dos minutos he terminado el marrón de su Bajestad, que ojalá le guste y que, cuando vuelva en noviembre de mi visita española, espero que disfrutéis también vosotros.
Pero ahora mismo estoy agotada. No he leído nada en todo el día, ni tampoco traducido ni estudiado. Y ya tengo ganas de irme a la cama. ¡Pero si es tempranísimo, cómo puede ser! No sé, tengo el cuerpo raro, algo no anda bien, lo intuyo. Supongo que no pasa nada si hoy no escribo demasiado.
Zirbêth
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