miércoles, junio 06, 2007

AL ASALTO

Cuando rescaté este invierno al segundo gato, esa pobre criaturita esmirriada y diarreosa que casi lloro al llevárselo el de la protectora (debo decir que para dárselo a su nuevo dueño), compré una bolsa enorme de comida para gatos. Bolsa que sigo teniendo en mi habitación, al lado de un saco de arena de gatos, escondidos ambos en un rincón tras el armario. Pues bien, hoy no he podido resistirme más y armada de la comida embolsada, me he subido a la escalera y he arrojado una buena ración al otro lado del muro del patio.

El efecto ha sido demoledor. En segundos, ocho enormes gatos se han lanzado contra el muro y sobre la comida, unos más aparentemente asustados que otros, con cierto grado de trifulca entre ellos, y han empezado a devorar, alzando de vez en cuando la mirada hacia mi posición en el muro, con sus ojos verdes y dorados muy abiertos controlando y sopesando cada uno de mis movimientos.

Al poco, los gatos menos fuertes y las crías se han ido acercando también. Hay dos gatos adultos, una hembra y otro que no estoy segura del género, que se ve están un poco discriminados por la manada. Están más delgados y huyen del macho dominante, el grandote rubio. Los gatos, cuando viven en comunidades grandes, tienden a comportarse como leones, llegando incluso los machos a matar a las crías de otros padres por competitividad entre ellos. Este grupo funciona así.

He contado en total cinco crías, de al menos tres camadas distintas. Asustadizas, dos de unos tres meses; tres de alrededor de mes y medio, aún torpes al andar. Me encantan. El más guapo es uno negro de enormes ojos verdes. Es uno de los discriminados.

Querría saltar el muro y hacerme amiga de todos ellos. Ganarme su confianza y poder acariciarlos, jugar con ellos. Esa casa me recuerda a Los Ogíjares.

Hay quien fuma, quien tunea coches, quien colecciona chapas. Yo, alimento a los gatos del vecino y les espío cuando no hay humanos al acecho.

Zirbëth, miiaaauuuuu.