sábado, septiembre 03, 2005

EL BOLSILLO IZQUIERDO

Lo de ir por la calle y que te den folletos y octavillas es casi inevitable si sales a una hora del día entre las diez de la mañana y las ocho de la tarde. A veces, lo de mirar para otro lado y hacer como que no nos hemos dado cuenta de su brazo alargándose hasta nosotros, no funciona. Las emboscadas a la salida del metro y las trampas frente a las puertas de las tiendas son su especialidad, sin olvidar esa nueva modalidad de la que he sido recientemente víctima: el estrecho pasillo formado entre la valla de las obras del nuevo intercambiador y las fachadas de la calle.

El caso es que, este (interminable, agotador, odioso) verano, en mi barrio han proliferado estos trabajadores viandantes del papel informativo, de tal manera que, cada vez que echo a lavar los pantalones, saco una pequeña contribución a la bolsa de reciclaje del bolsillo izquiero trasero del vaquero.

Por lo general, los tiro sin mucho más que una mirada precavida que se asegura de no haber apuntado nada importante en ellos. Pero algo ha hecho que, esta vez, me saque los dichosos papelejos del bolsillo con un silencio reverencioso rayano en el... ¿miedo? He ido pot la calle un poco zombie, pues he pillado un trancazo de nariz y garganta y estaba algo fiebrosa. Mi objetivo, la farmacia más cerca. En, digamos, unos ochocientos metros, tres personas me han acercado su mano y, cuando he tomado lo que me daban, me ha parecido escuchar un Cristo te ama con un acento sudamericano. Al vacíar el bolsillo, he encontrado tres convocatorias distintas a sendos encuentros religiosos.

Que ningún creyente se me mosquée, por favor. Pero mi espíritu ateo se estremece ante las muestras conjuntas y multitudinarias de fe: demasiado fanatismo suelto que se puede malencaminar. Estoy imbuída de racionalismo e individualismo puramente occidentales.

Zirbêth.