domingo, julio 31, 2005

RUIDOS

Estos días en la playa han sido, como ya he comentado, de lectura, paseos, medusas, mar y, olvidé mencionar, eritema solar masivo. Y conste que sí usé cremitas protectoras. Una de las cosas sencillas de las que más disfruté fue del hecho de que llevar sandalias no dejaba mis pies como un campo harado tras una larga sequía. Y lo que peor llevé, posiblemente, fueron los ruidos.

No sé por qué, pero parece que uno de los modos que tiene el vulgo de constatar que se está de vacaciones es el poner la música en el coche a toda pastilla a altas horas de la madrugada y hacer rugir los motores de las motos con los tubos de escape cortados a todas horas por callecitas estrechas y casi peatonales. Si los pavos reales supieran cómo algunos humanos hacen la corte, se arrancaban las plumas, vamos. Y lo más desesperante es que da igual que les grites desde tu balcón la cantinela del no son horas, del ya vale y del me cago en tus muertos todos. No se enteran, el ruído es demasiado fuerte.

Y allí estabamos las cuatro, mi madre, su amiga, la abuela y yo, rabiando y cabreadas porque no se podía ni hablar del escándalo, asomándonos impotentes al balcón mientras sopesábamos maquiavélicos planes para evitar el paso de los malditos cacharros: que si tirarles un cubo de agua, que si llenar la calle de gravilla, que si echar chinchetas en la calle... Por supuesto, no hicimos nada de lo mencionado, porque el riesgo de que algún niñato se cayese y se abriese la cabeza era doble: ninguno llevaba casco. Eso sí, firmamos una petición al ayuntamiento para que acabase con la situación, aunque con pocas espectativas. Pocos días después, nos encontramos el coche de la policía parado frente a un chiringuito donde el agente estaba tomando algo, y el coche tenía la música a todo volumen... Va a ser que no van a entender el porque de nuestra petición.

Se nos llevaban los demonios. No hemos visto mucho la tele, y en parte se debía a que para poder escucharla había que subir el volumen de la misma hasta límites insospechados. Y, pensabamos, "si nos resulta insoportable a nosotros, ¿qué no será para las personas mayores o para las madres con bebés?". Así, llegó el día en que se colmó el vaso. Estábamos viendo no sé qué en la tele, era pasada la una y media de la mañana, cerca ya de las dos, cuando un coche llegó a la calle con la música como una macrodiscoteca, el conductor (tipejo) se bajó, dejó la puerta abierta y se puso a hacer no sé qué. Me dio tiempo a cagarme en sus muertos, a ir a la cocina, buscar un huevo, no encontrarlo y sopesar los tomates, hallar finalmente el huevo, moreno y bien gordo, volver a la terraza y el innombrable seguía allí. Mi madre, que estaba en la terraza conmigo y asomada observando al energúmeno, me miró con cara de no vas a hacerlo, lo cual explica porque el ruidoso la vio tras haber yo arrojado el huevo contra el coche desde el tercer piso en que estábamos. Imprecaciones varias y contundentemente sonoras, mi madre con cara de sorpresa quitándose de su vista y yo desternillada. Eso sí, la música se acabó casi inmediatamente. El tipo, todavía, se quedó un rato despotricando mientras nosotras volvíamos a ver la tele.

Pero la cosa no acabó ahí, no señor. A la mañana siguiente, no creo que fuese mucho más tarde de las nueve, el tipo salió del garaje con el coche con la música a toda mecha, se bajó y volvió a soltarle de todo a mi madre, que se estaba fumando un cigarrillo asomada al balcón. Mi madre le miró con cara de no saber de que hablaba y sin entender una palabra. La inteligencia del sujeto brillaba por su ausencia: ¿realmente esperaba que alguien entendiese una palabra de lo que decía con el escándalo que montaba la música? Le sugerí a mi madre que le gritase un "perdona, pero no te entiendo nada, tienes la música demasiado alta", pero no se animó. A mi me hacía mucha gracia. El tipo se fue al poco (varios minutos de glorioso despertar para el resto del vecindario), pero a la noche, misma hora que la vez anterior, montó otro numerito discotequero: coche parado en la puerta del garaje con la música a toda caña. Pero, esta vez, se le fue la mano, pues se metió en el edificio con la música así y la dejó puesta haciendo retumbar el bloque de pisos entero. La respuesta no se hizo esperar. Una señora, deducimos que mayor, le salió al encuentro en el garaje y le montó una bronca tan tremenda que conseguíamos entenderla pese a la potencia de los altavoces del coche.

Lo reconozco, tuvo la señora los ovarios que nos faltaron a nosotras. Yo no soy buena en los enfrentamientos verbales con extraños sin modales. Creo que, en parte, porque me parece una ordinariez, aunque se demostró el método más eficaz. A los imbéciles sin modales hay que hablarles en un idioma que puedan entender.

Desde esa noche, el imbécil en cuestión ya no volvió a molestar.

Reconozco que lo de tirarle en huevo al coche, si bien inofensivo, fue un ataque agresivo: pero es lo que tiene que te agredan constantemente, que te saca de tus casillas y acabas, a tu vez, agrediendo al agresor. Sin embargo, dudo mucho que bajar a hablar con él lo hubiese arreglado. Es cosa de experiencias anteriores con otros imbéciles. Un tipo de imbecilidad que se curaría fácilmente con un poco de cerebro y empatía, pero no tengo demasiadas esperanzas al respecto. Mi madre tiene razón: debería haberme quedado en el balcón y haberle dicho, "tú me agredes con la música a todo volumen, yo te tiro huevos", y haberle dejado gritar. A lo mejor, hasta hubiese recapacitado...

Mmmmm... Naaaaaaaaaaaaa, no creo.

Zirbêth.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

como se nota que eres de los madriles. Si fueras de la costa sabrías que hay una vieja y honrosa tradición de tirar cubos de agua para acabar con los "ruidosos". Te lo digo yo, que he recibido más de uno (y de dos)en mis años mozos XDDDDD

Besotes
Baya

8:55 a. m.  
Blogger Aldebarán said...

Con los animales de montaña es difícil razonar. Me parece que el consejo de Baya es lo más acertado. Recuerda aquello de "Adonde fueres haz..." Razonar o pedir empatía es imposible con algunas personas. Y lo peor es que uno se la pasa enojado y los bípedos de los más tranquilos.

5:22 p. m.  

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