lunes, junio 27, 2005

CRÓNICA DE UN EXAMEN MÁS O MENOS ANUNCIADO*

Estuve a punto de no ir, pero me obligué. "Al menos, gana esa batalla contra ti misma", me exigí (quizás este se un buen momento para esta advertencia: mis tendencias circunloquiantes y pseudoépicas van a salir estrepitosamente a flote).

Puse el despertador a las seis, y casi no me despierto. Es lo que tiene dormir con tapones de los oídos. Debió estar sonando un buen rato. Al menos superó el minúto, pues es entonces cuando se acelera el ritmo de sus graznidos. Que sueño, madre mía. Me había dormido pasada la una de la mañana, leyendo The Lord of the Rings. No estudié nada el domingo. Estaba totalmente convencida de que era una pérdida de tiempo. Escribí, leí, dormí siesta, repasé un cuento que comencé a escribir hace ya un año e incluso reescribí el último párrafo. Pero los apuntes y los libros, ni los miré. Es lo que tiene estar convencido de que todo es inútil. Bueno, eso, y que vas al examen sin ninguna expectativa.

A las seis y media me fui de casa. Primero metro hasta Canillejas y allí el autobús hacia Alcalá de Henares. Ya hacía calor, pero aunque estaba adormilada, no llegué a dormirme. Era un bus diferente al de la vez anterior y no sabía exactamente donde me dejaría. Esta vez no tenía amable guía que me llevase a la tortura, así que un poco me arriesgaba a no llegar. Pero vamos, que mi memoria es un desastre, excepto en lo que a orientarse en campo y ciudad se trata. Pero vamos, que para curarme en salud, a eso de las siete cuarenta ya estaba en la parada que me dio por bajarme (el examen no era hasta las nueve). Rommena (Alcalá) no es tan grande, y la sangre rohirrim y numenoreana corre fuerte por mis venas.

Lo primero que constaté al bajarme es que no tenía ni idea de donde estaba, y lo segundo que tenía hambre. En plan desafío, me propuse llegar a la Calle Mayor, y ver si por el camino encontraba algo que llevarme a la boca (los nervios me dan hambre). En menos de quince minutos había dejado atrás el palacio arzobispal, la citada calle y la iglesia gordota que llaman catedral (jijiji, no me pegues, Zagar), y estaba de vuelta en la misma avenida en que me había bajado del bus. Eso sí, ni una tienda de guarradas de comer abierta, y yo con alucinaciones pobladas de donuts. Frente a mí, un parque. Lo crucé y seguí a una pareja que caminaba muy decidida. Creo que iba tarareando algo, pero ni idea de qué, ya me he olvidado. Al poco me encontré en la esquina de una inmensa tienda de chinos, cuyo escaparate lleno de horteradas a cada cual más impensable me sirvió de pista para saber que me encontraba en el buen camino. Un paso subterraneo, una napolitana de chocolate y un batido más tarde, estaba subiendo la escalera que llegaba hasta el centro de examinación. Y conste que no la había visto antes, simplemente seguí mi instinto (y las indicaciones de la dependienta de la tienda, vale, pero el mérito es mío, que se me ocurrió preguntarle, jeje). Bueno, pues a eso de las ocho y cuarto ya estaba frente al panel con las listas de pringad... de opositores. Aún no estaba mi nombre asociado a ninguna fecha para el oral, mierda. Pero, ¿qué más daba? Había llegado yo solita al instituto ese sin conocer Rommena.

Allí frente al panel de cristal forrado de folios, una mujer (a la que he llamado señora, aunque probablemente no tenga más que cuatro o cinco años más que yo, pero vestía de señora) con unos ojos tan azules que el cielo a su lado resultaba de lo más deslucido (y no por el nublado, el cielo en general, vamos) se puso a hablar conmigo. Yo, que llevo una temporada con el modo autista on, me deshago en cortesía y sigo la conversación. Y, mira tú por donde, resulta que con cuatro frases y gesto de "me aburro", consigue lo que nadie ha conseguido en estos últimos días: que me cambie la perspectiva. No ya porque de repente piense que voy a aprobar, si no porque me doy cuenta de que lo más difícil, obligarme a ir y hacer el examen, y entrar por tanto en las listas de interinos, ¡ya lo he hecho!

Desde ese momento, con alguna melodía épica de manufactura dudosa retumbandome en la cabeza gratamente, todo ha cambiado. Hemos subido a la planta donde estaba ubicado nuestro tribunal. Tras hacer una visita de cortesía (y algo más) al señor Roca, me he sentado en el suelo del pasillo, apoyada en una columna y, tras unos breves intercambios orales con la peña -poca- que ya estaba allí, he abierto mi maravillosa edición inglesa de The Lord of the Rings, obviamente en inglés y, lo que son las cosas, la diosa fortuna me había preparado una enormemente grata sorpresa: La Batalla en los campos del Pelennor. Para los profanos: el momento en que Éowyn, mi alter ego, se enfrenta al Rey Brujo, Capitán de los Nazgul, los espectros del anillo, para proteger el cuerpo caído de su Rey y tío, Theoden y, con la ayuda de Meriadoc el Mediano, cumple el destino que a esa criatura infecta y poderosa se le había largo tiempo atrás augurado: que ningún hombre mortal podría matarlo.

"But no living man am I! You look upon a woman. Éowyn I am, Éomund's daughter. You stand between me and my lord and kin. Begone, if you be not deathless! For living or dark undead, I will smite you, if you touch him!"

"¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer. Soy Éowyn hija de Éomund. Pretendes impedir que me acerque a mi señor y pariente. ¡Vete de aquí si no eres una criatura inmortal! ¡Porque vivo o espectro oscuro, te traspasaré con mi espada si lo tocas!" (J.R.R.Tolkien, The Lord of the Rings, The Return of the King, Harper Collins Publishers, 1993.)

Tras leer eso, el examen me parecía sólo un sueño, una insignificancia. Yo, Éowyn, había matado en otra vida a uno de los lugartenientes más poderosos del Señor Oscuro. O, dicho con otras palabras: entré con tal sensación de hazaña épica recorriéndome la espina dorsal, con el vello de punta y escalofríos pese al calor, que ya la sonrisa no abandonó mi boca durante un sólo segundo del examen. Una vez más, la poderosa prosa del Profesor apareció al rescate. Me resucitó los dedos, la imaginación y la memoria, esa que no debo olvidar nunca: que escribir me encanta, y aquello no era sino una oportunidad de probar mi pluma, espada contra el débil escudo del papel en blanco en el brazo del espectro encarnado en examen. Ni el hecho de ser otra lengua me pareció un impedimiento así pertrechada: sólo un aliciente más del desafío.

Ejem.

El examen duró dos horas, y a eso de media hora antes del fin necesité ir al baño. La profesora que me acompañó (normas del enemigo) me preguntó aquello que se ha convertido en reclamo publicitario de marca de telefonía móvil. "¿Qué tal?". Yo, con la sonrisa idiota y la vejiga aliviada, respondí: "Bien. Pese a que no tenía muchas expectativas, el tema que ha tocado me resultó muy interesante cuando lo estudié y es algo sobre lo que ya había reflexionado durante mi estancia en Inglaterra". Me deseó suerte, o algo así, no recuerdo, y me senté, sudorosa pero feliz, a terminar el examen.

No voy a decir que lo haya bordado. Resumí en dos folios por las dos caras, en letras mayúsculas para faciltarme la lectura cuando me toque, lo que el tema trataba. Me vais a perdonar, pero hacer exámenes me digusta sobremanera. En cambio, escribir un ensayo es un asunto muy distinto. Así, he hecho el examen como quien escribe una reflexión o un ensayo tras mucha lectura. Se me han escapado algunos datos concretos, no he dicho una palabra de bibliografía, pero me ha quedado estupendo. Incluso para ser en inglés. Bueno, de algo sirve escribir casi a diario esperando ser leída, jajaja.

He salido tranquilamente, apenas si he prestado oídos a los comentarios ajenos. Los cuernos de Rohan aún resonaban fuertes e inspiradores en mis oídos. Esa era la música que llevaba rondando mis oídos todo el día. Ninguna palabra puede superar ese sonido. Dando un paseo, he bajado hasta el centro de Rommena, donde mi sobrino Zagar me esperaba no sin cierta impaciencia (esperaba que le llamase para acompañarme, como la vez anterior, pero hay batallas a las que uno ha de acudir sin escudero, ni siquiera uno tan valiente y dispuesto). Al verme me ha dicho algo muy agradable y nos hemos ido a tomar algo. Pero el sueño me vencía, así que en autobús volví a casa, conté el combate a mis compañeras de estudios, miré el correo con algunas cartas de ánimo y me retiré a mis aposentos, ya con Morfeo esperando para acompañarme en el descanso del sueño. No es Faramir en las Casas de Curación, pero no se puede tener todo en esta vida.

En resumen (manda narices, ahora vengo con resúmenes): que Eru ha repartido, en mi caso, suerte y no justicia, que las libaciones de mi mami a la diosa han surtido efecto (seguro que Eru es un ente femenino, aunque Tolkien jamás lo admitiese), que me siento victoriosa ya, incluso aunque no apruebe (no vamos a vender la piel del oso antes de cazarlo) y que, estoy segura, ya me he asegurado como mínimo la plaza de interina. Que no es moco de Balrog.

Aún quedan más batallas antes de que la guerra acabe, pero esta tan importante me ha reportado el mayor de los premios: la esperanza.

Zirbêth, de un épico que no hay quien la aguante.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Menos mal que el examen era en inglés, porque si es en español y escribes orterada si hache hubiera sido un problema. ¿O se escribe sin hache y la hortera soy yo?
tividad

1:02 a. m.  
Blogger Baya de Oro said...

¡Westu Eowyn Hal!
:D

9:08 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

las drogas son malas señorita eo.

9:35 a. m.  
Blogger Azelaïs de Poitiers said...

¡Enhorabuena! Y mucho ánimo y fuerza de voluntad en lo que queda por delante. Tener la esperanza ya es tener la mitad de la batalla ganada, que dicen por ahí.

2:36 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home