jueves, marzo 10, 2005

PEDAZO DE SUSTO

Anécdota del día (de la semana, más bien, que no veas que aburrimiento de existencia). Cómo tengo la nevera pelada, me he ido a sacar dinerillo de la cuenta inglesa, para hacerme con algo que llevarme a la boca. Pues bien, en de resulta que me apresto a sacar dinero del cajero cuando, balrogs, descubro que NO LLEVO LA TARJETA. Latidos que se aceleran mientras trato de recordar cúando y en que circunstancias la vi por última vez. Mi memoria, desgraciadamente, es como la de Cebadilla Mantecona, un gran baúl donde lo que uno necesita siempre está perdido en el fondo (y me acuerdo de mi nombre porque me lo gritan constantemente...). Lo último que recordaba era haber sacado dinero para el alquiler, que miedo, porque eso significaría que me la había dejado en un cajero...

Sudor frío, corro a casa a ver si, en un despiste buscando alguna otra cosa, me la he dejado encima de aguno de los cúmulos de trastos que hay en mi dormitorio. En mitad de la carrera, se hace la luz en mi coco (el meneo al correr, que habrá hecho que lo de abajo vaya arriba y esas cosas) y recuerdo haber pagado en una tienda un par de días atrás. Carrera en la misma dirección, pero en sentido contrario, entró en la tienda (con un pantalón de chandal, un jersey viejo, el abrigo negro y dos ternzas, una a cada lado de la cara) y la dependienta me mira con cara rara. Heidi, o sea, yo, le mira con carita de pena y le dice una tarjeta de que me dejé, creo...

La señora me recordaba, menos mal. Dijo que la había guardado porque, al ver que era extranjera, pensó que sería una putada destruirla y que tuviese que ir a renovarla y darla de baja en medio de un posible viaje... Bendita señora, que suerte que fuese algo paciente.

Zirbêth, que ha comido pistachos y cacacola.