jueves, noviembre 11, 2004

REFLEXIÓN

Decía Maguncia que uno de mis posts le había hecho pensar en la soledad, en cuando es impuesta y cuando es buscada y cuán diferentes son las emociones que nos embargan en cada una de esas condiciones. Y estoy de acuerdo con ella.

Soy una contradicción con patas. Me quejo estos días de soledad, pero es que me refiero a un tipo de soledad muy concreta. Es horrible que lo diga así, pero me sobra casi todo el mundo, me gusta estar sola y a mí bola. Me cuesta mucho dejar entrar a alguien en mi espacio personal y suelo preferir hacerlo de uno en uno. Una persona hoy, otra mañana. Me vuelvo adicta a determinada compañía y por mí no dejaría entrar en esa soledad compartida a nadie durante días, meses, años. Soy absorvente, me gusta acaparar a determinada persona y tener largas conversaciones y silencios con él o ella. No es que no quiera que esa persona siga con sus amistades y demás, lo que quiero es que, cuando esté conmigo, esté conmigo. Con nadie más. Es un coñazo, y afortunadamente no es siempre así y soy capaz de compartir a quien sea, aunque a veces me cuesta horrores.

También adoro a mis amigos y soy feliz cuando todos nos reunimos y conversamos, en esas reuniones de trabajo en que estamos preparando el atrezzo para una obra de teatro o cosiendo (grapando) un enorme dragón, o lo que sea. Me encantan los juegos, las bromas, las conversaciones más o menos serias. Pero no siempre consigo tener esa disposición de ánimo. Por eso, aunque haya quedado con ellos y sepa que vamos a estar muy ocupados, siempre llevo un libro. Y si nos vamos a un parque a charlar, a veces me alejo y me siento en un banco, o árbol, donde sea, desde donde pueda verlos. Y leo. Leo y levanto la vista a menudo para verles reir y charlar. Es curioso, porque siento una especie de añoranza por no estar con ellos, pero es que necesito estar sola. Descansar la mente, reconcentrarme en mí persona. Disfruto mucho viéndoles allí sentados, en grupos o todos juntos, leyendo en voz alta, cantando, haciendo lo que sea. En un momento dado, me obligo a volver y a participar y, aunque esté incómoda un rato, disfruto mucho. Hay, además, mucho amor y confianza entre nosotros, nos achuchamos, repantingamos unos en otros, nos pegamos, hacemos cosquillas. De todo.

Me siento sola ahora que no tengo ninguno de esos verdaderos amigos a mano. Quedar con Oron para ir a ver libros, los dos en silencio demasiadas veces, aunque por msn hablamos sin parar. Irme con Rhiwen para hablar sin ton ni son de hombres, de disfraces, de recuerdos, de ideales. Con Tharkas para hablar del reino y del amor, probablemente nuestros dos temas recurrentes. Con muchos otros, para ir descubriéndonos. Porque, la verdad, a veces en esas reuniones no paramos de hablar entre nosotros, pero no tanto de nosotros, y si tengo un defecto en el que soy constante, es que no se me da nada bien hablar de intrascendencias, de trapitos, de temas comunes, hasta que no he establecido ciertos vínculos. Ya sé, para el resto suele ser al revés. Primero, una buena temporada de cine, música, temas sociales superficiales, más adelante, habiendo chequeado, testado, no sé qué, al contrario, entonces inician acercamientos más íntimos. Yo siempre he ido, y voy, al grano. Lo cual ocasiona no pocos sinsabores pero grandes satisfacciones. Por eso las opiniones están enfrentadas y hay quien afirma que hablo por los codos y quien piensa que soy callada e introvertida. Necesito cojer confianza. Con aquellos con los que apenas hablo es porque son mis opuestos, son de esas personas a las que les cuesta abrirse, de las que necesitan tiempo para hablar de verdad. Me pasa eso con Indil y, en menor medida, con Draufin (es que él está loco, ingeniero perdido, vamos, su mente es un mundo alternativo, y creo que no paralelo): siguen siendo tan lejanos, tan desconocidos. Otros, como Dalreth, es solo cuestión de encontrar un momento para sentarnos y hablar. Y como con ella, con muchos otros. También hay, por supuesto, con los que no encajo, y es un problema gordo, porque no sé fingir. No lo hago en el trabajo, donde hay quien me adora y quien me odia a muerte, así que mucho menos en relaciones de amistad. Eso sí, trato de no ser desagradable y escurro el bulto.

En mi soledad, todo el mundo es bienvenido, de uno en uno, cuando ya nos conocemos, de dos en dos, incluso en grupo. Pero me aturullo cuando voy a esos encuentros en que todos nos conocemos de vista, sabemos que tenemos cosas en común (empezando por Tolkien), pero es muy difícil encontrar un momento para hablar tranquilamente, para conocerse. Por eso, paso mucho tiempo sola en esas reuniones, observando, escuchando, disfrutando de ese estar acompañada pero sin dejar de estar sola. A veces no me gusta, me da envidia esa gente que se mete en medio del follón y disfruta muchísimo. A mí, me cuesta. Unas veces menos que otras, pero me cuesta. Y una tontería: si siento que estoy guapa, me cuesta menos. Por eso, de mi modo de vestir uno puede inferir si estoy más o menos sociable. Si voy con ropa suelta y cómoda, probablemente busco soledad, o si voy con ropa de hombre. Si me pongo mis mejores galas, ropa que se ajuste a las curvas y tal, es que quiero compañía. Aunque esto es más un indicador que una norma. Si no paro de cambiarme de ropa sin motivo aparente, probablemente me siento totalmente fuera de lugar. Como en cierta Cena de Gala y Noche Intemporal en que, rodeada de gente vestida con sus mejores galas, yo me puse unas mayas elásticas, un jersey enorme de hombre, las zapatillas de deporte y me refugié detrás de una cámara.

Y enamorarme. Eso sí que me cuesta. Porque necesito encontrar a alguien que me ponga física y mentalmente y que, además, cómo yo, le guste ir a su bola. Si soy capaz de tolerar a esa persona cerca incluso en mis momentos de absoluto encierro, es que todo va bien. Claro que, cuando encuentro alguien así, suelo ser agobiante durante una buena temporada para él, y para los amigos habituales es que desaparezco del mapa, vamos. Un desastre, eso es lo que soy.

Así que me quejo estos días de soledad porque él no está conmigo y porque no tengo la posibilidad de llamar a alguien y que venga a verme o de quedar con quien sea, un rato. Pero tengo a mi nueva compañera de piso tratando de hablar conmigo, invitándome a su habitación, y yo aquí, sentada frente al ordenador, pensando en él, en la gripe, en qué escribir, en por qué no escriben más los blogueros, en lo lejos que están mis amigos, decidiendo que leer, pensando que tendré que ir a trabajar dentro de un rato y que, seguramente, no me apetecerá. Ya sé que debo salir y ver gente, pero no es la gente a la que me apetece ver.

Así que estoy la mar de a gusto en esta habitación, sola, sin nadie que me de la brasa, pero a la vez me siento sola. Soy compleja y egoista, supongo. Aunque alguien me dijo una vez que era más simple que el mecanismo de un chupete, y en parte estoy de acuerdo.

Zirbêth.