miércoles, noviembre 10, 2004

CUCURRUCUCÚ, PALOMA

¿Cuántos años hace de esto? No tengo ni idea, la verdad, pero aún teníamos la casa de la playa, la familia no estaba tan distanciada y peleada (el dinero siempre acaba pesando más en la balanza que los sentimientos), mi vida era en general, mucho peor y todavía tenía que aparecer por la facultad de magisterio. Un asco, vamos. Pero este recuerdo es estupendo.

Habíamos ido a la casa de la playa a ¿? no recuerdo si pintar o limpiar o qué. Saruman, Rafa y yo. Rafa es uno de mis mejores amigos, nos conocemos desde mis quince años, sus dieciseis y es de esas personas con las que basta mirarnos a los ojos y ya se ha quitado uno un enorme peso de encima. No era temporada alta, así que Almuñecar estaba casi vacía. Nos fuimos de juerga, que juerga, que borrachera. Aún guardo la botella vacía, exprimida, de ron que nos ventilamos entre los tres esa noche. No puedo recordar demasiadas cosas de las que pasaron, nos pillamos una gloriosa tremenda. En un momento dado, estábamos en un pub a los pies del peñón. Me encontré a mi ex Juan, un tipo tan mentiroso que era una fiesta verle, nunca sabías por donde te iba a salir, aunque estabas cierto que te iba a mentir. Cómo no había nadie casi, nos pusieron música heavy (¿Metallica?). Saruman bailaba de un modo que nos hacía desternillarnos, muy concentrado, muy serio. Yo hablaba con aquel ex, que en la cama era genial y estaba muy bueno (estaba, menuda barriguita había echado), y que indudablemente pensaba que me podría llevar a la cama esa noche. Que iluso. Yo sólo quería tirarle de la lengua, a ver que fantásticas aventuras me contaba. Alguien llegó con una herida, un corte, nadie tenía desinfectantes, usamos ginebra, que asco. Creo que debió derramárseme encima de mi blusa de encaje tranparentísimo negro. Me la quité, la humedad daba frío, se la dí a J. y le dije, "Algún día te llamo y me la devuelves. Lávala". Rafa se había ido, de repente, a lo alto del Peñón. Me pregunto si comentaría algo de lo mal que solía oler, porque la gente tiene la fea costumbre de usarlo de urinario. Bajó y me vio en sujetador, muy risueña. Más tarde me confesó que temió que desapareciera con aquel antiguo amante. Que tontería, con lo que me estaba divirtiendo, el sexo era para cuando no había nada mejor que hacer.

Nos fuimos, muy divertidos, muy borrachos. Supongo que Rafa me dejó una camiseta, porque no me resfrié. Ya era muy tarde, el pueblo estaba vacío y no quedaba ningún sitio abierto en el que meternos renqueando, o al menos no pudimos encontrarlos en nuestro estado de alcoholemia. Camino del coche, me dio por pedirle a Rafa que me dejase conducir. "No, sí, no sí, no sí. Anda, va, venga, sí, porfa, jo". Risas, destellos de lucidez por su parte "Estás muy borracha", "Tú también", mientras me sujetaba a la pared más cercana, la risa me hacía perder el poco equilibrio que me quedaba. Me miró muy serio unos segundos y propuso:
- Vale, te dejo conducir hasta casa con una condición. Tienes que ponerte a la pata coja con los brazos extendidos sin caerte y recitar: Soy una persona seria, soy una persona muy seria, soy una persona tan seria que soy capaz de decir tres veces sin reirme cucurrucucú paloma: cucurrucucú, paloma, cucucrrucucú paloma, cucurucucú paloma.
Me desternillaba de la risa sólo de pensarlo. Pasé varios minutos tratando de adoptar tan pintoresca postura sin conseguirlo, y al final opté por apuntalarme a una pared. Y entonces intenté recitar, cosa harto difícil de por sí, ya que tenía lengua de trapo y me costaba articular las palabras. Cuando digo que estaba borracha, es que lo estaba. Me balanceaba peligrosamente alante y atrás, a derecha e izquierda. Al final, tambaleándome y llorando de la risa, conseguí soltar toda la parrafada. Rafa me miró muy serio, porque se estaba descojonando, "Vale".

No sé cómo pudimos llegar. No he vuelto a hacer un trayecto tan largo conduciendo un coche en mi vida. El Pandamovil crujía y crujía, tratando de recordarme que no era un coche automático y que el pedal del embrague no estaba allí por adornar, pero estoy convencida de que no lo usé ni una sola vez. Llegamos, sanos y salvos, con mi primo sentado en un cojín en la parte de atrás, que no tenía los asientos porque el Pandamovil era el vehículo de carga del negocio familiar de Rafa, agarrado a los respaldos de nuestros asientos.
- No lo has hecho mal del todo, aunque seguramente me habrás jodido el embrague.
- ¿Ah, sí? Que guay, porque es la primera vez en mi vida que conduzco un coche...

Rafa se quedó lívido, y mira que es morenazo. Creo que se estuvo cagando en mis muertos días y días. El Pandamovil, milagrosamente, sobrevivió a la experiencia. Al llegar a casa tenía frío, así que me fui y me puse el pijama. Nos resistíamos a abandonar la juerga, así que nos llevamos unas mantas al coche, cojines y demás, y nos tumbamos los tres en la parte de atrás, mientras en el radiocassette del coche sonaban, alternativamente, el Requiem de Mozart y el Te Deum de Berlioz. Nos fuimos al amanecer, porque la luz molestaba. Mi abuela debió alucinar con nosotros.

La botella de ron la tengo en mi habitación, guardada, con nuestras firmas y una frasecilla que reza "Gran juerga del...". La blusa, por cierto, jamás la recuperé.

Zirbêth.