martes, noviembre 09, 2004

EXACTITUD

Vale, ya sé lo que me fastidia de la disciplina y el control. Que sea externo, que me lo impongan. En cambio, la autodisciplina y el autocontrol me parecen estupendos. Es como la rutina: cuando te la imponen, vaya mierda, pero si te la organizas tu, si la decides tu, con ese margen de cambio necesario no coartado por nadie más, es muy provechosa y reconfortante.

La rutina del trabajo es como una burda imitación del sistema de premio y castigo, o mejor dicho, al contrario, una preciosista elaboración de la burda mecánica del premio y el castigo. Voy a trabajar y me pagan, no voy y no lo hacen. Ya sé, ya sé, no es tan simple. Pero un poco sí es eso. "Tiempo, tiempo, baratito lo traigo, oiga", y hala, ya estás vendido, comprado, esclavizado, si te descuidas.

Por eso, las luchas sindicales no hay que dejar de verlas como un regateo de mercado, un tira y afloja de verdulería donde, no lo olvidemos, nuestra vida es la mercancía. Cuando más barato nos vendamos, menos vida tendremos. Por eso no deja de tener sentido esas revoluciones que quieren basarse en que todos, independientemente de nuestra labor, tengamos un sueldo igual y que no haya privilegios, dado que admitir esos privilegios es tanto como admitir que unas personas valen más que otras. Y mientras mantegamos esos patrones de intercambio de moneda vital, estamos condenaos a la injusticia y a la infelicidad de base.

Me parece que estoy algo mejor del resfriado.

Zirbêth.