sábado, noviembre 26, 2005

¡QUÉ POCO!

Últimamente casi no leo. Mis momentos de lectura son escasos ya de por sí, pues suelo aprovechar para leer los ratos de transporte público y cuando me voy a la cama. Pero los tres transbordos en el metro camino al curro interrumpen demasiado la lectura, y por las noches estoy tan cansada que raro es el día que aguanto más de cinco páginas. También influye el hecho de tener vida social. He pasado de no tener apenas vida social a quedar constantemente. Eso y el trabajo, que considero en parte vida social. En fin, lo dicho, que leo muy poco en comparación con otras fases de mi vida. Y eso se traduce, por ejemplo, en que no os suelto citas a diestro y siniestro. A que reflexiono menos sobre aspectos de la vida no inmediatos, y le doy demasiada cancha a los relatos emocionales o "querido diario" (como este de ahora, sin ir más lejos). Y no me gusta.

Echo de menos eso de encontrar un párrafo que me haga sonreir, que me ponga la carne de gallina o me deje con el sabor del hallazgo en las pupilas. Y, aunque a veces ocurre así, se me pasa escribirlo. Mierda. Como por ejemplo, cuando el otro día leí en "La comunicación no verbal", de Flora Davis, que algunas personas son bilingües no sólo en el idioma, sino también en los gestos y movimientos de la comunicación no verbal que son propios del lugar de origen del idioma que se habla, llegando algunos incluso a "saber" y utilizar, de manera inconsciente, incluso los "dialectos gesticulares" propios de cada región en que se habla un determinado idioma. Hablaba, por ejemplo, de no sé qué alcalde de Nueva York que cambiaba completamente de lenguaje corporal si daba el discurso en inglés o en castellano, utilizando en cada caso tanto el idioma verbal como el no verbal, de manera que se transformaba por completo su discurso para adaptarse al público y lograba de este modo hacerse entender mucho mejor.

Otra cosa sobre la que he estado reflexionando: algunas personas que conozco o he conocido llevaban a cabo una curiosa transformación funcional. Estas personas, aunque muy capaces en lo que a inteligencia estudiosa se refiere, a nivel emocional mostraban serias incapacidades comunicativas. Por ejemplo, no eran capaces de verbalizar sus emociones de manera que las pudieran comunicar a otros y, así, desahogarse. Ante esa imposibilidad, se produce una curiosa transformación por la cual el problema de no ser capaces de hablar de sus sentimientos se convierte en una virtud moral: la discreción. "No cuento nada porque está mal, porque contar sería ser indiscreto". Pero no se trata de no contar nada por elección, sino de no ser capaces de hacerlo, ni siquiera a sus supuestos mejores amigos. Y creo que no soy la primera persona que dice aquello de que "las cosas hay que hablarlas"...

A mí se me podría aplicar el caso contrario y llegar a pensar que no soy capaz de callarme y disfrazo eso de elección consciente de contar las cosas... Pero eso sería ir demasiado lejos. Puede que cuente cosas, pero ni la mitad de las que no cuento. Eso sí, admíto públicamente que soy una cotilla. Ya lo dice mi nombre: Zirbêth, que en adunaico* viene a significar algo así como "la que ama la historia, la que ama los cuentos o", rizando el rizo, "la que ama las historias de amor".

Zirbêth.

*Adunaico: lengua que hablaban los antiguos numenoreanos** y de la que ya sólo quedan pocos vestigios.

** Numenoreanos: gentes que poblaban la isla de Númenor***.

*** Necesitas leer El Silmarillion y otras obras de Tolkien.