ENSALADA DE RESTAURANTE
Que bonitas presentan las ensaladas en los restaurantes, que bien ordenadas y que distribución por colores tan bien llevada. Lástima que a esos artístas de la decoración culinaria se les olvide un pequeño detalle: que uno tiene que meterse la ensalada en la boca. Y, claro, empiezan los problemas, porque, no sé si os habéis fijado, pero tienen la manía de casi no despedazar nada.
Así, te encuentras lustrosos cuartos de tomates que más que tomates le hacen pensar a una que eran una sandía, hojas de lechuga que más parecen de platanera, aros de cebollas como hula-hops, el atún sobre este precioso conjunto hecho un bloque compacto y, por supuesto, esos espárragos blancos gordos y lustrosos cruzados como para evitar que ningún otro ingrediente se escape.
Y ahí estás tu, entre la contemplación extasiada de la obra maestra y la ecuación matematica que relacionan tamaños verduleros tan desaforados con la finitud inequívoca del orificio de la boca. Si te despistas, pinchas y diriges el tenedor a la boca sin considerar las leyes de la física y, claro, acabas con los morros, si no la ropa, echa un despropósito que ni el Prestige (con perdón). Eso si no eres de los que gusta de aderezar al gusto, que entonces la factura de la tintorería puede ser astronómica, que no importa con cuanto cuidado y esmero lo hagas, parece que más que cubiertos estuvieses usando un helicóptero para rebozar la ensalada en el aliño.
En fin, un asco. ¿Qué trabajo cuesta cortar bien las verduras y demás? Tampoco quiero siempre pipirrana, pero me gustaría comerme las ensaladas sin tener que pasarme diez minutos antes haciendo viable la maniobra.
Zirbêth
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